Nos toca a todos y todas contribuir a rescatar los valores perdidos, la sindéresis, el amor por la patria, la justicia social
Un programa nacional por para la paz, debe ser discutido al calor de profundas reflexiones y rectificaciones, que nos comprometen a todos y todas. No es que “todos somos culpables”, como gustan afirmar los cínicos corresponsables de la crisis por sus corruptelas, codicia, irresponsabilidad política y cobardía; pero sí nos toca a todos y todas contribuir a rescatar los valores perdidos, la sindéresis, el amor por la patria, la justicia social y el desenvolvimiento armónico de Venezuela, con base en la Constitución y la plena vigencia de los derechos democráticos, en los órdenes político, económico, social, cultural, científico, tecnológico y estratégico, dentro del ámbito integracionista latinocaribeño.
Modestamente, doy un paso al frente por la paz de mi país, por la Venezuela amada por todos los patriotas latinoamericanistas, que somos mayoría, por encima de las barreras del cepo chavismo-antichavismo que ha descargado su furia irresponsable sobre la nación y la vida misma de venezolanos y venezolanas, sin distinción de clase social, ideologías, religiones o ubicación geográfica. Me permito, entonces, invitar a nuestro pueblo, a reflexionar, evaluar, enseriar el análisis de lo vivido, las obturaciones y las bondades que nos permitirán avanzar sorteando los tambores de guerra de los extremistas de una derecha fascistoide que pretende alterar el curso constitucional con violencia fratricida.
Para evitar la guerra pretendida por la derecha neoliberal y pro imperialista, no hace falta apoyar las corruptelas, incompetencias y equivocaciones del gobierno chavista. Esta era poschávez que lidera el presidente Nicolás Maduro, carga con la pesada herencia de la era chavista liderada por el finado presidente Hugo Chávez Frías. De eso, hemos escrito y denunciado suficientemente, como para que algún desmemoriado venga con su cantaleta antichavista, tan polarizante y manipuladora como la cantaleta chavista.
Hemos llegado a un punto en el que sin reflexiones serias y rectificaciones valientes, no podremos evitar la espiral de violencia cultivada por la conspiración internacional que lideran Leopoldo López y María Corina Machado, quienes cabalgando sobre la crisis se proponen motorizar la caída del gobierno legítimo de Maduro, sin vacilaciones. Tampoco podremos evitar, las reacciones violentas –también inaceptables- de grupos gobierneros armados, cuyos integrantes están ideológica y materialmente capacitados para asesinar en las calles, como ha ocurrido bajo total impunidad y cinismo gubernamental, durante los últimos doce años.
La principal rectificación colectiva radica en abandonar y segregar a las minorías extremistas, violentistas y ciertamente criminales de ambos bandos.
En segundo lugar, debe el gobierno, bajo firme exigencia popular, contener los asomos de represión policial y militar violatoria de los derechos humanos, independientemente de que su misión en cuanto a seguridad y paz interior, es controlar los focos de violencia para la destrucción humana y material en diversas zonas del país.
No es hora de sectarismos partidistas o clasistas. La paz exige encuentro máximo de voluntades para el bien, el trabajo, la solidaridad y la paz en democracia.
Prioritario es sofocar y desarticular la guerra contra la paz y el desarrollo armónico de la nación, promovido por la derecha y el imperialismo capitalista mundial, que no tendrán arrepentimiento después de incendiar y ensangrentar a Venezuela, como ya lo hicieron recientemente en Libia, Siria y Ucrania.
Para lograr ese magno objetivo, al gobierno corresponde rectificar su corrupta política económica y financiera, que ha pulverizado el bolívar; y abandonar el autoritarismo hiper-estatista para garantizar el respeto al marco constitucional que estipula “el fin supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado, que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley para esta y las futuras generaciones” (Preámbulo); y su artículo 2 establece:
“Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico y de su actuación, la vida, la libertad, la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la responsabilidad social y en general, la preeminencia de los derechos humanos, la ética y el pluralismo político”.
La conflictiva situación que vivimos es demasiado seria y peligrosa como para jugar al ausentismo, porque nos afecta a todos y potencialmente nos puede quemar y destrozar, dondequiera que estemos. Nada más criminal que una guerra. Nada más brutal e inhumano que una guerra. Venezuela merece vivir en paz, desarrollarse en paz. La paz es indispensable para nuestra felicidad; la guerra lo niega todo, lo arrasa todo. No crean los militantes y promotores de la violencia, cualquiera sea su signo ideológico, que el fuego quemará en un solo sentido, que no les tocará. Cuando se desaten los demonios de la guerra, todos caeremos en su furia, de algún modo; el país será destruido y la recuperación nos llevará más de medio siglo. Colombia, que nos ha contaminado con su violencia y su delincuencia, es un ejemplo viviente y ardiente, doloroso para su pueblo y para el entorno latinocaribeño.
La voz y la pasión por la paz, son más fuertes que los tambores de la guerra. Somos mayoría. Hagámosla valer con valentía y responsabilidad histórica.
Sofocado el plan imperialista para ensangrentar a Venezuela, seguiremos luchando por las rectificaciones necesarias, civilizadamente, democráticamente. El presidente Nicolás Maduro tiene en sus manos la clave: si desmonta las mafias financieras chavistas que cohabitan en su gobierno con sectores honestos arrinconados, puede dar garantías de decencia en la conducción de las políticas públicas, haciéndolas más eficaces y útiles a la sociedad; si respeta la pluralidad nacional, no sigue ofendiéndola, y promueve una vida parlamentaria decente y respetuosa, el diálogo será posible; si su gobierno retoma la vigencia del sistema económico mixto con interacción pública, privada y asociativa por parte de los trabajadores y pobladores, el camino de escasez y especulación será revertido con mayor productividad, consumo racional y honestidad comercial.
Las facciones del chavismo y antichavismo –me refiero a sus irresponsables “comandantes” y “líderes”- deben entender que el pueblo no les ha entregado un cheque en blanco para sus tropelías; que no son “mayoría”, porque en realidad disfrutan de respaldos provocados por la cómplice política polarizadora; y que la mayoría democrática, amorosa, feliz, bondadosa y equilibrada de nuestra población, progresivamente, les va a ir ajustando cuentas hasta colocarlos en su exacta dimensión de minorías extremistas, intolerantes e irresponsables, inconvenientes para el desarrollo armónico de la nación. La paz se construye abandonándolas simultáneamente, y construyendo una fuerza política contemporánea, que no milite en odios ni cabalgue sobre la irresponsabilidad histórica del cepo chavismo-antichavismo, que nos ha traído hasta la crisis actual, de abismo en abismo, golpe a golpe, asesinatos tras asesinatos, latrocinio tras latrocinio.
Venezuela cuenta con reservas morales y capacidades honestas para una conducción pública armónica y eficiente. Nuestro pueblo tiene la palabra.
EL CONFESIONARIO
LENÍN, MI GRAN HERMANO. Mi hermano mayor Lenín Lombardo Molina Peñaloza, fue un gran hermano. Desde muy joven abrazó ideales revolucionarios, de la mano de nuestro padre Manuel Isidro Molina Gavidia, quien desde el Partido Comunista de Venezuela enfrentó a la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, torturador, asesino y ladrón.
Lenín fue quien, a sus 17 años de edad, se trepó a tocar las campanas de la iglesia en la calle Colombia de Catia, la madrugada del 23 de enero de 1958, cuando el dictador huyó en su «vaca sagrada».
En noviembre de 1961, siendo estudiante de medicina de la Universidad de los Andes en Mérida, es tiroteado luego de una manifestación contra la ruptura de relaciones con Cuba por el gobierno del presidente Rómulo Betancourt, quedando cuadrapléjico, a los 19 años, para el resto de su vida.
El miércoles 19.02.2014, falleció en Caracas, a los 71 años de edad, luego de complicaciones respiratorias que su padecimiento diabético impidió superar. Había nacido en Valera, estado Trujillo, el 29 de agosto de 1942.
A pesar de su enorme discapacidad, nuestro gran hermano supo actuar con tenacidad en la vida: obtuvo la licenciatura en psicología en la Universidad Central de Venezuela, donde además alcanzó el máximo escalafón docente, Profesor Titular, en la Escuela de Comunicación Social, en la cátedra de Metodología e Investigación. Paralelamente, fue miembro del Consejo de Facultad de Humanidades y Educación, candidato a Rector de la UCV y jefe del servicio de seguridad, se doctoró en Ciencias Políticas y obtuvo el título de abogado.
Le recordaremos siempre por su optimismo y voluntad de hierro frente a las adversidades, lo que nunca escondió su enorme bondad y comprensión hacia los demás, y la activa solidaridad que desplegó toda su vida.
En familia, lo recordaremos siempre como ser humano extraordinario, ejemplar por encima de sus limitaciones físicas y reciedumbre de carácter a la hora de polemizar. Personalmente, lo llevaré en mi corazón junto a mi otro hermano fallecido, Gustavo, y nuestro padre, «el Manuel Isidro de verdad», como alguna vez me dijo el colega periodista Luis González, en Valera, cuando inaugurábamos la Casa del Periodista.
En nombre de la familia Molina Peñaloza, agradecemos las tan diversas, gratas y profundas condolencias recibidas de parte de nuestros familiares en diversas regiones del país y el exterior, amigos de diversas generaciones, colegas docentes de Lenín, y especialmente de muchos de sus alumnos y alumnas en la UCV.
Al equipo médico de la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital Clínico Universitario de Caracas, nuestro agradecimiento grande por su dedicación, conocimientos y bondad.
Personalmente, las fortalezas de Lenín, me seguirán nutriendo junto a los valores y el amor inculcado en nosotros por nuestro padre Manuel Isidro Molina Gavidia (1915-1998); y al entrañable cariño de mi hermano Ángel Gustavo (1948-2013), ambos alejados de este plano de vida, donde perviven sus enseñanzas y afectos para con nuestros hermanos, hijos y nietos. Lenín vivió sirviendo, y luchó para servir.