Hemos vivido los últimos quince años, como si no compartiéramos la misma tierra y estuviéramos bajo el mismo cielo
Tamara Suju Roa
Muchas veces me he preguntado como se han transformado las necesidades humanas de libertad, respeto e igualdad de pueblos sometidos por años y controlados por una represión total, en métodos y acciones que han transformado la historia mundial y han generado nuevas democracias, en donde los cambios vienen de adentro de las personas, convencidas de querer generar esos cambios y transformarse en líderes de masas capaces de conducirlos por el camino de la libertad. Tal es el caso de Vaclav Havel, Lech Walesa, Mijaíl Gorbachov, Nelson Mandela, a los que no sólo se les reconoce haber liderado movimientos libertarios, sino haberlo hecho de forma pacífica, pero activa.
Por estos días se han celebrado los 25 años de la caída de distintos muros. El más emblemático por su proyección física, fue el muro de Berlín, que dividía a una ciudad en dos gobiernos, el comunista y el demócrata. El muro atravesaba el corazón de quienes ejercían el poder del lado comunista, pero nunca pudo atravesar a los berlineses que por años buscaron la forma de sobrepasarlo. Lo mismo ocurrió con quienes gobernaban a la Checoslovaquia de ese tiempo, cuyo muro comunistas lo imponían desde el poder, ejerciéndolo a la fuerza, como lo hacen todos los regímenes no democráticos. Pero los checos, impregnados en el ambiente libertario de aquellos días, rompieron las barreras y se lanzaron a las calles a exigir democracia y libertad, y los comunistas cedieron y el muro imaginario que separaba al país comunista del país democrático que es hoy en día, cayó por el peso de los valores que tienen la mayoría de los seres humanos: libertad y justicia.
Venezuela tiene hoy su muro. Un muro alto, gris, impregnado de desvalores, de odio y discriminación. Un muro impuesto por quien llegó al poder por el vía democrática para destruirla luego, cuando ya no le servía. Nuestro muro atraviesa a la sociedad venezolana de punta a punta, a todo lo largo del territorio nacional y divide a un pueblo hermano. Los de un lado y los del otro. Montados en el filo se encuentran los que si bien no pertenecen radicalmente a uno de los dos bandos, no consiguen la fórmula para bajarse y simplemente seguir su vida en un país de paz, de justicia, de libertad y progreso. Así hemos vivido los últimos quince años, como si no compartiéramos la misma tierra y estuviéramos bajo el mismo cielo. Cada uno de nosotros tiene la culpa de cuanto ha crecido el muro, porque no hemos hecho lo suficiente para derribarlo. La tolerancia ha sido enterrada, azuzada por un discurso político enervante, irresponsable y un desgobierno que ha arrasado con la economía del país, permitiendo que la corrupción socave las bases de las instituciones y organizaciones estatales y empobreciendo a la gente a tal punto, que un salario mínimo no son más de 40 dólares americanos y la inflación sepulta cualquier intento de progreso de las clases menos favorecidas.
Para controlar este desastre, el gobierno fortalece el muro, dividiendo más a los venezolanos, adornando su lado con pintura podrida de promesas y paños calientes que sólo sirven para bajar momentáneamente la temperatura social de calentura, pero que no son soluciones. Mientras tanto los que permanecen del otro lado son tratados como ciudadanos de segunda, sin los mismos derechos, y se les aplica un trato discriminatorio, indignante, y hasta una justicia diferente, porque en Venezuela existen dos sistemas judiciales, el que les perdona todo a quienes están en el poder de cualquier forma y el que niega los derechos fundamentales a los que se les oponen y disienten.
Debemos derribar el muro. Y debemos hacerlo desde nuestra conciencia. Debemos buscar al Havel, al Walesa, al Mandela que hay en cada uno de nosotros, es decir, los valores con los que fuimos formados y ejercerlos, y buscar la forma o el método para llevarlos a la práctica y con ellos, rescatar nuestras libertades, nuestra democracia. Nuestra Constitución tiene diversas fórmulas. Ahí está todo escrito. Sólo en democracia, se ejercen los derechos humanos. Debemos derribar el muro de la indiferencia por lo que pasa a nuestro alrededor, de la intolerancia por quienes piensan distinto, del irrespeto por la dignidad, la integridad y la vida de las personas, pero sobre todo, debemos derribar el muro del miedo por exigir nuestros derechos y ejercer nuestros deberes.
El tamaño del muro es equivalente a nuestra actitud y disposición de trabajar por el país que queremos, por la Venezuela en la que queremos vivir y en la que queremos que vivan nuestros hijos y nietos. En la medida en que entendamos que sólo nosotros podemos derribar este muro que hoy divide a nuestra sociedad – convenientemente para los pocos que lo mantienen en pie- podremos avanzar y volver a ser un sólo pueblo, dispuesto a superar la difícil situación actual y apañar nuestras diferencias con respeto, para luchar por lo que realmente vale la pena: ser una sociedad moderna, en un país próspero, seguro y donde todos tengamos las mismas oportunidades y el mismo trato.