La democracia uruguaya está actualizada, y a los abuelos que la conducen desde 2005 les corresponde buena parte del crédito. Ha sido el casi octogenario Pepe Mujica quien allanó el camino para la legalización del consumo de marihuana; el viejito Tabaré Vásquez ayudó, en su momento, a la aceleración del crecimiento económico y la justicia social tras la noche neoliberal. Los viejitos han salido buenos.
Por Carlos San Felipe
Tabaré Vásquez llegó a la Presidencia de Uruguay a los 65 años de edad y la dejó a los 70, cuando la puso en manos de José “Pepe” Mujica, de 74. Mujica la ejerció hasta los 79 y se la devolvió a Vásquez, ahora de 75. Vásquez, a su vez, abandonará el despacho a la misma edad de su antecesor, si gana la segunda vuelta, claro está. Dos ancianos tirando paredes en las alturas del poder por tres quinquenios en el siglo XXI sugieren un anquilosamiento de la democracia oriental.
Nada más lejos de la verdad. La uruguaya es una gerontocracia exitosa, dinámica, reformista, progresista, transformadora, vibrante y enérgica. Ha sido el casi octogenario Mujica quien allanó el camino para la legalización del consumo de marihuana. Fueron este par de viejos quienes aceleraron el crecimiento económico y la justicia social tras la noche neoliberal de Luis Alberto Lacalle en los noventa. Es una vuelta a la edad antigua, en la cual la senectud no era asociada a la decadencia, sino a la sabiduría y por ello los consejos de ancianos tenían la última palabra en las decisiones colectivas.
En las páginas anteriores de la humanidad podemos leer pasajes en los cuales hombres de edad avanzada fueron las locomotoras de grandes transformaciones sociales. Y no hay necesidad de retrotraerse a Roma, Egipto o Nínive. Con 70 años de edad, Ronald Reagan capitaneó la llamada Revolución Conservadora, de los años ochenta. Casi octogenario, Deng Xiaoping se atrevió a romper con el pasado maoísta y transformó a China en una potencia capitalista. Juan XXIII, un Papa de transición por su ancianidad, tuvo bríos para convocar el Concilio Vaticano II, que transformó a una institución cromosómicamente inmovilista como la Iglesia Católica. El Ayatolá Khomeini era un hombre bastante mayor cuando echó abajo la monarquía persa e instauró la república Islámica. Con más de setenta, Nelson Mandela desmanteló el Apartheid. A los ochenta, Raúl Castro le apuesta a la apertura económica y social en Cuba. La propensión al cambio, como se ve, es cosa del alma, no del almanaque. En cambio hay jóvenes profundamente reaccionarios, de mentalidad estática, de pensamiento regresivo.
La democracia uruguaya está actualizada, y a los abuelos que la conducen desde 2005 les corresponde buena parte del crédito. Por eso ganó Tabaré con tanta facilidad en primera vuelta, por más que no le alcanzó para evitar el balotaje. Pero no van a poder pasarse toda la vida eligiendo patriarcas. La izquierda uruguaya, y el Frente Amplio, como brazo de ella en el poder, requiere una renovación del liderazgo. Para cuando Vásquez culmine su periodo, debe haber otra generación preparada para garantizar la continuidad de las fuerzas de avanzada en el Gobierno y la permanencia de las fuerzas decimonónicas en la oposición. Uruguay no debería pasar de Tabaré a Danilo Astori, el vicepresidente saliente, que ya pasa de los 70.
Pero sí de Tabaré a Raúl Sendic, compañero de fórmula de Vásquez y figura de gran raigambre en el Frente Amplio, no solo por ser el hijo del arrojado guerrillero tupamaro del mismo nombre, sino porque dispone de recursos políticos propios, como se demostró al vencer a Lucía Topolansky, la esposa de Mujica, en las internas para decidir quién sería el candidato a vicepresidente en la llave de Tabaré.
Sendic es un hombre cincuentón que debe contar con la venia de los dirigentes veteranos de las diferentes vertientes del Frente Amplio. Se le considera un buen administrador, un pragmático con ideología. Es una combinación interesante para hacer frente a blancos y colorados, que han apostado también a caras nuevas, aunque con apellidos que evocan un pasado oscuro: Lacalle y Bordaberry. Si la izquierda puede hacer esa posta generacional, bien puede seguir contando con el respaldo del pueblo por varios años más. Porque los viejitos les han salido buenos, pero se mueren. Y los países, en cambio, siguen, nacen cada día.