Maduro es, ni más ni menos, el novísimo, cínico y sanguinario dictador de Venezuela. Y como tal, está dispuesto a perpetuarse en el poder.
Por Manuel Malaver
Costó descifrar los códigos de la dictadura que Hugo Chávez empezó a articular desde su ascenso al poder en 1999, y que, 15 años después, su sucesor, Nicolás Maduro, está llevando a un punto de no retorno.
Y eso que, tanto uno como otro, no escondieron jamás que su “solución final” era imponer una dictadura totalitaria lo menos desapegada posible a las viejas, de las que yacían enterradas bajo los escombros del Muro de Berlín y del colapso del comunismo soviético.
Quedaban, es cierto, residuos como los agónicos regímenes de los hermanos Castro en Cuba y la familia Sung en Corea del Norte, pero más bien como señalizaciones de lo que no se debía hacer, que repetir.
De modo que, si no la certeza, si la improbabilidad de que Chávez se atreviera a “ir contra corriente” favoreció que, tanto desde la democracia más rancia, hasta el socialismo menos “light”, se asumiera con benevolencia y no con rechazo el avance de Venezuela hacia la que sería la peor tragedia de su historia.
En su ayuda venía, de igual manera, lo que, definitivamente, es un defecto intrínseco de la política, juridicidad y psicología democráticas, como es permitir la ofensiva de la antidemocracia por el solo prurito de cumplir la ley, de no desacatar jamás lo establecido en la constitución y el ordenamiento, pues violarlas podría significar cárcel, ostracismo y hasta la muerte de quien intente defenderla.
Ya Carl Schmitt, glosando a De Maistre, Bonald y Donoso Cortés en su “Teología Política I” había advertido sobre esta debilidad de la democracia liberal que llamaba “decisionismo” y anunciaba el camino que tomaría Hitler “cumpliendo y haciendo cumplir” la constitución de la República de Weimar.
De ahí que, la primera argucia de Chávez para iniciar las trasgresiones que lo impulsarían a la transgresión última, fue guardar el uniforme y el fúsil de soldado para vestir el disfraz de ciudadano y participar en aquellas fatídicas elecciones presidenciales de diciembre de 1998 que ganó como primera minoría, para después, y en el curso de acontecimientos violentos, llegar a aquella Venezuela de comienzos del 2005 en que ya era dueño del poder total.
Una dictadura que había nacido electoralmente y bajo el fuego graneado de continúas violaciones a la constitución vigente que le permitieron hacerse de una nueva Carta de Magna con receta de autor y surgida de una constituyente espúrea.
De todas maneras, tal “hibridismo” o “sistema medio mixto” no resultaba cómodo, y, sobre todo, no protegía de sorpresas, como cuando las mayorías nacionales derrotaron a Chávez en el referendo para una “Reforma Constitucional” el 2 de diciembre del 2007, con la que barría los últimos vestigios de la democracia constitucionalista, y entraba de lleno, y por “voluntad popular”, a convertirse en el dictador vitalicio de una Venezuela socialista y totalitaria.
[quote font=»0″ bcolor=»#dd3333″ align=»right»]“Maduro va camino a convertirse en el Juan Vicente Gómez del siglo XXI”[/quote]
Fue un punto de quiebre, que continuó un año después, en el 2008, cuando la oposición recupera, en otras elecciones, 10 de las 22 gobernaciones que había perdido el 2005, y el 2010, en las elecciones parlamentarias, al quitarle la mayoría absoluta al chavismo en la Asamblea Nacional, y ganarle por mayoría de votos, pero no de diputados.
En otras palabras: que un retroceso de las agujas del reloj al momentum de antes del avance en firme del chavismo hacia la dictadura -el cuatrienio del 99 al 2003-, y que revelaba, que ni la incautación de los poderes, ni el ciclo alcista de los precios del crudo (04-08), ni la destrucción de la FAN, ni la ideologización de PDVSA, ni los continuos fraudes electorales, ni el gigantesco gasto clientelar disfrazado de políticas sociales y la transfiguración de Chávez en un injerto de Perón, el primer Carlos Andrés Pérez y el Fidel Castro de siempre, habían extirpado la cultura y la vocación democráticas del pueblo venezolano que clamaba por una restauración del orden constitucional prechavista y presocialista.
Cómo hubiera reaccionado Chávez ante tal cantidad de señales, si habría optado por insistir en el modelo híbrido y seudodemocrático, o establecer la dictadura totalitaria pura y simple, es una incógnita que nos dejó sin despejar, porque fue diagnosticado de cáncer de pelvis el 11 de junio del 2011 y murió, un año y siete de meses, el 5 de marzo del 2013, en un hospital, no se sabe si de La Habana o de Caracas.
Lo que sí conocemos es que sus herederos, en la personería de su sucesor en la presidencia, Nicolás Maduro, han optado por declarar “agotado” el modelo chavista, han desechado cualquier remilgo de ficción democrática si no le es útil al sistema, de matiz “hibridista” y “mixticista” y han comenzado a perpetrar lo que perpetra toda dictadura: perseguir y acosar a la oposición, sentenciar opositores sin el debido proceso, y torturar, exilar y matar.
En la asunción de los riesgos, por supuesto que los ha ayudado las evidencias de la catástrofe nacional en que concluye todo socialismo y que podríamos mapear sucinta y visualmente: la economía se quedó sin dólares para importar y con el aparato productivo en ruinas, lo que ha generado un desabastecimiento por el que ya no hay alimentos, medicinas, artículos de limpieza personal y domésticos, ropa, calzado, ni de high-tech en los anaqueles de los comercios venezolanos.
Violación extrema y masiva de los derechos humanos de primera generación, que, al combinarse, con la transgresión de los de segunda y tercera (derechos constitucionales como el derecho a la vida, al trabajo, la libertad de expresión, de pensamiento, a ser diferente, protección de las minorías y derechos ambientales) han configurado un expediente de gobierno forajido y estado al margen de la ley, que ha puesto en movimiento, y en su contra, a dos de las democracias más poderosas del mundo: la norteamericana y la española.
Con la primera, “Maduro y sus forajidos” mantienen un contencioso que ya se ha traducido en una ley del congreso estadounidense por la que se sanciona a 57 funcionarios maduristas por violación de los derechos humanos, y un decreto del presidente Obama sancionando a otros siete y declarando a la dictadura de Maduro como “una amenaza para la seguridad interna de los Estados Unidos”.
En cuanto a la segunda, el choque es más puntual y frontal, pues versa en el interés del presidente, Mariano Rajoy, y en el líder del principal partido de oposición, el PSOE, Felipe González, sobre la suerte de 100 presos políticos venezolanos, a los cuales, se mantiene en mazmorras como la “Tumba”, “Ramo Verde”, “Yare” y “Tocuyito” en condiciones que, ni siquiera, sufrieron los presos de las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez.
No hay justicia para esos ciudadanos, a quienes se tortura y niega el debido proceso por el delito de pensar diferente, franca y ostensiblemente, con fines intimidatorios y transmitir el mensaje de que eso es lo que espera a cuanto se atrevan.
Su verdugo no es un original sino una copia, el dueño sino el payaso del circo, sin educación, profesión, ni nacionalidad conocidas, y desde luego, agente de gobiernos extranacionales como el cubano, el brasileño, el argentino, el ruso y el chino, en cuyas arcas ya depositó casi todo lo que un tiempo fue la inmensa riqueza venezolana.
Ocupado en lo predecible, programable y evidenciable como pueden ser las guerras contra los imperialismos yanqui y español, cual Chávez de bolsillo, y como si en vez del gran juego de la política mundial en que están incursos todos los gobiernos del siglo XXI, estuviera en una partida de dominó, y entre compadres.
“Platanote”, lo llamó recientemente el dramaturgo, novelista y ensayista, Ibsen Martínez, en un artículo memorable en “El País”, “Del blanco al verde oliva”, que recomiendo repasar, y que nos advierte, no confundir el adjetivo con lo sustantivo que está quedando de este “aplatanado y pasmarote”:
“Al contrario”, escribe el autor de “Simpatía por King Kong”, Maduro es, ni más ni menos, el novísimo, cínico y sanguinario dictador de Venezuela. Y como tal, está dispuesto a perpetuarse en el poder a cualquier precio. Maduro, el legatario designado por Chávez antes de hacerse destazar en un quirófano de La Habana, va camino a convertirse en el Juan Vicente Gómez del siglo XXI. Un Gómez socialista y de izquierdas, por supuesto”.
Afortunadamente sin sospechar, ni calcular, que los comienzos del siglo XXI no son los del siglo XX, y que no ríos, sino mares de sangre se derramaron en los últimos 70 años por las disuasiones, postergaciones, y vacilaciones ante los dictadores del marxismo, del nazismo y el fascismo, como para que los postulados de la filosofía política que los derrotó, no se reimpongan y den cuenta de las huestes de “Maduro y sus forajidos”.