Sólo el trabajo sano y feliz nos libera de conductas mediocres y atrasadas, como el chisme y la envidia.
Jesús Silva R.
Según la Real Academia Española, chisme es: “Noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna”. Mucho se comenta en Venezuela sobre el chisme pero rara vez se ha publicado un estudio sistemático del tema. Hoy intentamos una aproximación a ello.
Considerando la influencia general de la economía, es posible diferenciar el bienestar mental, de las personalidades más desarrolladas en las actividades del trabajo y la producción de riquezas, frente a aquellas que se encuentran perdidas en la desocupación o excesivo tiempo libre para la ociosidad. Trabajando crece la capacidad cerebral del individuo y si sin él hay deterioro mental y tentación de ser chismoso.
Nótese que si el trabajo es el motor del desarrollo intelectual y material de la gente (y es bien conocido que en la sociedad actual hay más demanda de empleo que ofertas para trabajar) no cabe duda que existe una competencia laboral que genera como resultado que algunos salgan victoriosos, alcanzando nuevas posiciones y otros caigan frustrados e ingresen a la masa de los marginados del mundo productivo.
He allí el escenario (lucha de clases sociales) que impulsa a los chismosos, son seres que no han logrado los objetivos deseados, no están viviendo la vida que han querido vivir y se destacan por promover especulaciones, rumores, maledicencia, injurias o golpes a la reputación de los que si tienen la dicha de haber conquistado una situación destacada en la sociedad.
Visto que la existencia de desigualdad social en el campo del trabajo es una injusta realidad provocada por el sistema económico excluyente y por ende, un fenómeno generador de resentimiento, que a su vez motiva a la fabricación del chisme para desacreditar a quienes se encuentran en mejor situación; es fundamental agregar ahora que el origen de esta problemática nace del trabajo, pero siempre se extiende al universo de los bienes, valores, dones y atributos de la sociedad, siempre por la infeliz situación de que unos son propietarios de tales y otros no.
Es así que por ejemplo, quienes poseen talento, inteligencia o gracia, son frecuentemente objeto de matrices de opinión negativas (chismes) que persiguen desprestigiarlos frente a la colectividad, con el propósito de derribarlos de la próspera posición social que ocupan a consecuencia del agrado, admiración, confianza o respeto de la gente.
Es la envidia de los individuos carentes de valores que iluminen su espíritu, quienes más sufren envidia como resultado de su insatisfacción personal; y es esa envidia, ese deseo ilegítimo de arrebatar la riqueza moral, intelectual o material del otro, lo que causa la amargura al envidioso y que a continuación lo conduce a desplegar el chisme como actividad maligna mediante la cual aspira degradar o reducir los méritos públicos de su víctima para remediar la sensación de inferioridad que padece
Desde el punto de vista de las carencias e inconformidades en la realización personal se explica que individuos aparentemente afortunados (miembros de la clase social privilegiada), con un buen empleo, una empresa, una vida familiar estable, amistades genuinas, etc., se sientan en el fondo miserables e insatisfechos, ya que independientemente de los bienes materiales o espirituales que posean a su alrededor y que despierten admiración en terceras personas, la realidad es que estos seres humanos no están ejerciendo la actividad que realmente los complace, ni viviendo la vida que verdaderamente desean.
Por tales motivos, plagas como el chisme y la envidia (esta última madre de la primera), son fenómenos que afectan a todas las clases sociales (burguesía, capas medias, trabajadores, pequeña burguesía, etc.) es decir, tienen carácter policlasista, pero no constituyen un asunto meramente psicológico o afectivo, sino el producto objetivo del régimen social capitalista, de explotación del hombre por el hombre (y mujeres) donde la humanidad no dispone de libertad plena para desplegar y ejercitar todas sus capacidades creativas y productivas y por tal motivo surgen desigualdades y contradicciones en el ámbito de las relaciones sociales que conllevan a la insatisfacción, la infelicidad y las malas conductas que afectan la convivencia.
En efecto, si trabajáramos mancomunadamente en una sociedad sin clases, si todos pudieran dedicarse a las tareas de preferencia propia y tales fueran suficientes para vivir confortablemente, universalmente gozaríamos de una alta calidad de vida material, intelectual y espiritual que haría desaparecer a envidiosos y chismosos, habida cuenta de que no tendrían resentimiento que padecer, ni materia sobre la cual pronunciarse, ni infamia que fabricar, ni especulación que difundir de puerta en puerta, ni cretino comentario que esparcir mediante pin, e-mail, facebook, twitter, messenger, teléfono, susurro al oído, etc.
En definitiva, el trabajo, entendido como actividad cuyo valor radica en la creatividad, productividad y aporte a la sociedad, es lo que nos brinda gratificación personal y aprecio de la comunidad. Sólo el trabajo sano y feliz nos libera de conductas mediocres y atrasadas, como el chisme y la envidia, pues muy al margen de que con una posición social determinada materialmente nos hagamos ricos o no, lo importante es la riqueza espiritual, intelectual y moral que se conquista auténticamente y que nos consolida como personas libres de conductas primitivas e instintos de rapiña como los que hemos denunciado.
El autor es constitucionalista y profesor UCV
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@Jesus_Silva_R