Galeano seguirá viajando por siempre hacia el interior de nuestra memoria
Rogelio Cedeño Castro
Acaba de fallecer en su natal Montevideo, esa bella ciudad no tan monstruosa como su gemela Buenos Aires, con su inmensa rambla o malecón que corre paralela al inmenso Río de La Plata, formando así su banda oriental y con su histórica además de entrañable Avenida 18 de julio, por cuyo pavimento caminé hace un par de años, el escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015), un hecho que no deja de sacudirnos y llenarnos de nostalgia.
Su partida, que ocurre ahora en ese viaje sin regreso que parece ser eso que llamamos la muerte, sólo que es también un desplazamiento en dos direcciones porque Galeano seguirá viajando por siempre hacia el interior de nuestra memoria, sacudiendo e inquietando nuestra conciencia, desde las páginas de obras como Las venas abiertas de América Latina, un texto que fue siempre objeto de las iras y descalificaciones de los cortesanos de esta civilización capitalista de muerte, por eso su recuerdo permanecerá siempre vivo en la inmensidad del viaje que podamos realizar, al sumergirnos en sus páginas.
Este no es más que un hecho inexorable que habría de ocurrir, en cualquier momento, pero no diré que su partida nos llena de dolor porque siempre estuvo (y estará) con nosotros, sus fieles lectores y sus cómplices en esta lucha por el amor y la solidaridad para con los oprimidos, aquellos a quienes se ha pretendido negarles incluso un espacio en nuestra memoria y en el sitial de nuestros afectos, resultando en esencia que nuestro deber primario es recordar con valor y decisión, al igual que lo hicieron las locas de Plaza de Mayo en Buenos Aires, cuando como dijo Eduardo Galeano el olvido se había vuelto obligatorio, entronizándose así la complicidad con el crimen político y el horror de la tiranía.