La difícil situación económica ha abierto nichos para oficios que antes no existían y ha afianzado otros que se creían temporales.
Mónica Duarte y Andreína García
A falta de bolívares para llegar a fin de mes, muchos venezolanos han dado un paso hacia la diversificación de sus actividades productivas. En la Venezuela de hoy, los empleados formales suelen tener una segunda fuente de ingresos o han dejado de lado la economía formal para ganarse el sustento con oficios peculiares.
En 2014 el sector productivo informal avanzó más que el sector formal. El Instituto Nacional de Estadística reflejó que, en relación a septiembre de 2013, el sector había crecido 5,7%. Asimismo, del total de empleos clasificados por el INE desde 2013, que involucró a 347.065 personas, 84% fue generado por el sector informal.
Si bien la creación de cuatro millones de empleos hasta 2013, redujo el número de empleos informales, la crisis económica y situaciones personales adversas han llevado a muchos venezolanos a “rebuscarse” en la calle.
Miguel Villasmil, un trujillano de 36 años es parquero desde hace tres meses en el restaurante Arizona Grill, en El Rosal, Caracas. Antes de estacionar carros trabajaba en una fábrica de colchones. Hacía los colchones, era “montador”.
“La plata” lo impulsó a dejar su oficio. “Antes el dinero no me alcanzaba porque yo vivo alquilado. Si comía no pagaba alquiler y si pagaba no tenía para comer, con la situación lo que motiva es el dinero».
Trabaja en dos turnos, de 11:30 am a 2:30 pm y de 7:00pm a 1:00am. “Yo vivo en Catia así que me despierto a las 9:00am, como en mi casa y a las 10:00am ya tengo que estar saliendo al primer turno. Al salir voy a mi casa y duermo, descanso, porque me toca trabajar hasta la 1:00am. Después de me devuelvo de nuevo a dormir porque llego cansado”, explica.
Aunque manifiesta que volvería a su oficio anterior porque le gustaba, asegura que el dinero es determinante en la actual situación económica.
“Lo que hacía antes me gustaba, ya era como una familia, tenía nueve años y me sentía cómodo en la fábrica. Me gustaba lo que realizaba, el montar colchones. Creo que volvería a eso”, cuenta.
Rosa González, una joven de 18 años de los Valles del Tuy también la mueve la plata. Un salario mínimo no le alcanza para mantener a su hijo. Trabaja como bachaquera y, desde hace un mes, revende productos escasos que compra en supermercados y mercados en la redoma de Petare.
“Me despierto a las 3:00am porque vivo en los Valles del Tuy y luego, dependiendo del día, voy a comprar o vender. Los voy intercalando. Hago colas como todo el mundo en distintos supermercados. Si estoy aquí, almuerzo por acá mismo”, relata.
Vende jabón en polvo, insecticida, desodorante, toallitas húmedas, jabón de tocador y toallas sanitarias. Los lleva en una caja de plástico grande y los exhibe al lado de un puesto de buhonero para disimular la mercancía. Confiesa que si ve a la Guardia Nacional Bolivariana, debe guardar la mercancía y esconderla o correr.
Diariamente puede ganar entre 1000 y 1500 bolívares. Las bolsas de jabón, por ejemplo, las vende entre 300 y 400 bolívares.
Rosa quiere volver al bachillerato y ser abogado penalista, pero con el sueldo mínimo que se ha ganado trabajando en tiendas de ropa y zapaterías no le da para vivir.
Oficios transgresores
En 1999, ya con el presidente Hugo Chávez en el poder, el empleo formal se encontraba en 45%, mientras que el informal era de 55%, según cifras del INE. Los números del INE indican que el descenso del empleo informal ha comenzado a revertirse.
Hace 15 años la situación de Jorge Luis Terán, un caraqueño de 32, era similar a la de Rosa. Se inició en el comercio de las uñas porque si estudiaba no tenía dinero para sus gastos.
“Empecé carajito. Estudiaba y trabajaba como ayudante de carpintería y albañilería y necesitaba dinero. La situación era que trabajaba o estudiaba. No todo el mundo tiene la misma oportunidad”, cuenta. Un amigo lo invitó a trabajar con aerografía y al percatarse de que trabajaba menos y ganaba más se quedó prendado a las uñas. Hoy es técnico en acrílico.
“Trabajaba con un señor que no podía alzar peso. Yo era como el burrito de carga. Apenas ganaba 20.000 bolívares de los viejos por semana. Con la aerografía de uñas podía hacer hasta 60.000. Era el boom. Eso me alcanzaba para la comida de mi casa, para comprarme una camisa y para el pasaje”, dice.
Terán trabajaba en Chacaíto, con los chinos, explica. “Un día bueno podíamos atender a 80 personas, hoy apenas atendemos a 20”. Hoy alquila un puesto en una peluquería en La Candelaria, Caracas.
Después del “boom” de la aerografía, una amiga le enseñó a hacer uñas acrílicas. Pese a que asegura que la situación está muy difícil porque los insumos con los que trabaja han aumentado su valor exponencialmente, puede ganar alrededor de 20.000 bolívares fuertes al mes.
La vanidad de la mujer venezolana ha dado pie para crear múltiples empleos. Desde hace más de 10 años las tradicionales manicura y pedicura han dado paso a los sistemas de uñas y al arte de “la pincelada”.
“Ya la aerografía no se usa. Está de moda la pincelada”, destaca Olfa Sierra, una colombiana de 44 años radicada en Caracas desde hace 16. “Siempre me he dedicado a las uñas. Vine de Colombia con la profesión. Allá se estudia tres años, no es como aquí”.
Vino a Venezuela porque en su país natal pagan menos que aquí por sus servicios. “La mujer venezolana es muy vanidosa, la colombiana no”.
Olfa cree haber llegado tarde a “la pincelada”, una técnica en la que se usa esmalte para crear pequeñas obras de arte en cada uña. Aunque no estaba interesada en aprender, una amiga le enseñó a pintar. Así, desde hace unos seis años, ha hecho más rentable su oficio como técnica de uñas.
Pese a que su puesto nunca está vacío, la dificultad para conseguir insumos ha golpeado el sustento de sus tres hijos. “Consigo los materiales repagando, porque las empresas como tal no los tienen. Por eso hay veces en que me alcanza lo que gano y otras no”.
Ya en 2013 algunos expertos consideraban que el repunte de la economía informal estaba relacionado a una reducción de patronos privados, según lo destaca una nota publicada en “El Universal” en enero de 2013.
De acuerdo a las cifras oficiales de ese entonces, entre 2012 y 2013 dejaron de existir 58 mil empleadores y entre 1999 y 2012 desaparecieron 170.000 empresas de las 617.000 existentes, destaca EFE.
Carlos Navas, de 52 años, fue despedido de una empresa privada en la que trabajaba en 2002, a raíz del paro petrolero. “Yo era mensajero y botaron a todo el mundo”.
Desde entonces trabaja como moto taxista para mantener a su esposa y a sus dos hijos de 9 y 15 años. Ni Carlos, que estaba negado a ser moto taxista, ni muchos creyeron que este oficio se institucionalizaría, pero el bajo costo de las motos, la falta de regulación y su rentabilidad han hecho que desde finales de la década del 90 hasta 2014 existan alrededor de 100.000 moto taxistas organizados en más de 2.000 líneas reconocidas por el Organismo de Integración Motorizada Bolivariana Nacional, solo en el área metropolitana de Caracas. Según estimaciones de un trabajo publicado ese mismo año en “El Universal” la cifra de moto taxis puede alcanzar los 300.000 individuos.
Aunque “la broma está ruda”, como define la situación económica Navas, la carrera mínima, de unos 500 metros, cuesta 100 bolívares. “Al mes sin trabajar mucho, porque ya estoy viejo, puedo hacer más de 10.000 bolívares. En la noche siempre me duele todo”.
“Yo no monto a nadie que quiera llegar en cinco minutos. Yo le digo a mis clientes que vamos despacio pero seguros. Lo más difícil de ser moto taxista es que te lleven por el medio o te bajen de la moto. Yo me negaba a trabajar de esto, pero necesitaba mantener a mi familia”, explica.
Carlos, que maneja motos desde que era muy joven, y le ha enseñado a sus hijos no quiere que sean moto taxistas. “Yo siempre les digo que estudien, que sean profesionales. Aunque hay días de un millón como los viernes, es mucho riesgo”.
Profesionales diversificados
No solo la clase trabajadora se ha visto obligada a migrar al sector informal. Muchos profesionales han dejado de laborar en empleos relacionados a sus carrera universitaria, o se han visto en la necesidad de complementarlos con una segunda actividad económica.
Jenny Mehringer, de 38 años, oriunda de Barquisimeto, tiene una tienda virtual de accesorios para el pelo y ropa para niñas. “Mi trabajo consiste en elaborar diferentes modelos de lazos, franelitas y tutús para todas las edades”, explica.
La fundadora de Pretty Ties es educadora, mención educación inicial. Trabajó durante años en la Unidad Educativa Sorocaima en Baruta, Caracas, pero tuvo que renunciar a su carrera como docente para dedicarse a sus hijos “porque los centros maternales y de tareas dirigidas están muy costosos”.
Las redes sociales, su red personal de contactos y su talento para las manualidades han sido sus armas para sacar adelante su proyecto. “Quería continuar siendo proactiva con una mejor entrada y sin un horario impuesto. Me gusta porque tengo espacio para mí y mis hijos ¿Los beneficios? Compartir tiempo con mi familia, dedicarme al hogar y una entrada económica superior”, destaca.
Marco López es otro profesional que abandonó su carrera. Aunque es ingeniero de sistemas, se desempeña como entrenador físico y deportivo desde hace 14 años.
El caraqueño fundó hace siete años una compañía que se especializa en boot camps, un tipo de entrenamiento que rememora las rutinas de ejercicio en las fuerzas armadas, que se hace al aire libre, se adapta a la condición física de muchos y que se ha puesto muy de moda en los últimos años.
“Yo soy entrenador de todas las disciplinas deportivas, pero además puedo entrenar amas de casa, personas con obesidad, gente del día a día. Por lo que de un tiempo para acá se ha vuelto un auge”, comenta.
Pese a que el deporte y el acondicionamiento físico son su pasión porque “le hacen volver a la tranquilidad”, confiesa que es de lo que vive. Suele tener entre 200 y 600 participantes por actividad, a los que cobra 250 bolívares por jornada. “Tengo un equipo de más de 15 personas a las que les pago por sus servicios. Pero sí es más rentable que un trabajo como ingeniero en oficina, y más divertido”, dice.
Jairo Silva se ha dedicado a la gestoría para aumentar sus ingresos. Comenzó hace unos cinco años mientras estaba desempleado para poder mantenerse, hoy esta actividad ha pasado a un segundo plano en su vida, “es una segunda entrada para las chucherías”, comenta.
“Como puse un aviso que aparece en Google la gente sigue llamando y yo lo que hago es coordinar con algunos familiares para que hagan los trámites. Digamos que soy un coordinador de gestores”, confiesa.
[quote_center]»Actualmente en un mes bueno puedo hacer entre 20.000 y 25.000 bolívares»[/quote_center]
Hace dos años se fue a vivir a Margarita, Nueva Esparta, y a trabajar en una constructora con una jugosa oferta laboral. “Actualmente en un mes bueno puedo hacer entre 20.000 y 25.000 bolívares, pero no es fijo es cada dos o tres semanas que sale algo porque ahora solo hago los trámites que me convienen. Si son muy complicados los dejo pasar”.
Jairo asegura que hoy no podría vivir de eso como hace algunos años. “Ahora uno no se puede mantener con eso, pero es una plata que realmente no cae mal” .
Si quieres contactar a las autoras de esta historia escribe a: monica@larazon.net y andreina@larazon.net