Prefiriendo los peores y castigando a los mejores no se construye ningún país donde pueda reinar la justicia
Luis Fuenmayor Toro
Quise recordar la pregunta al final de una canción de Carlos Puebla, cantautor de la revolución cubana, cuyas letras siempre nos presentaron un escenario exitoso, de justicia y solidaridad, de absoluta y verdadera libertad, en una suerte de “isla de la fantasía” más creativa que la famosa serie televisiva de Ricardo Montalbán y el enano Tattoo, éste último avisando con el toque de campanas que se aproximaba el avión con los visitantes que venían a cumplir sus fantasías, luego del pago de por lo menos 50 mil dólares cada uno. En los 56 años del socialismo cubano, su pueblo con toda seguridad ha pagado mucho más de esa cantidad, sin referirnos al costo humano tenido por un experimento, que el propio Fidel sentenció no le sirvió ni a Cuba misma. Los cubanos nunca llegaron a cumplir las fantasías que les prometieron los líderes revolucionarios, quienes, dentro de todo, le hablaban a su gente con un poco de más franqueza que lo que han hecho los cabecillas del socialismo del siglo XXI.
Pero el escenario maravilloso pintado en Venezuela, la realidad terca termina por destruirlo y dejar a sus creadores muy mal parados. Incluso en sus discursos, en sus permanentes arengas, en sus cotidianas promesas, se descubre la falsedad y la grosera manipulación. Así, al lado de la mentira de que tenemos el mejor sistema educativo, con yo no sé cuántos millones de niños y jóvenes estudiando y trabajando a diario, para prepararse y ser los mejores, en unos planteles que son la envidia de los colegios noruegos, daneses, chinos y japoneses, viene la arenga reciente del Presidente de “fuera las armas de los planteles escolares”. Es decir que en esos recintos de estudio permanente, hay tantos niños y jóvenes armados, que se requiere la exhortación pública del Presidente y toda una campaña para combatirlos y tratar de erradicarlos. Con esta realidad, la falta de 17 mil docentes en ciencias básicas y el hecho de sólo cumplir el 75 por ciento de las actividades académicas, ya nos hace saber el inmenso fraude educativo existente y la inexistencia del tan cacareado éxito.
Y hay más elementos en este aspecto, para corroborar que 16 años han sido 16 años perdidos, 16 años de retroceso en esta trascendental materia, vital para el país en relación con su despegue del subdesarrollo. Se trata del cambio habido en la valoración de las notas en el sistema multivariado de ingreso a la universidad, que ha sido presentado como un gran éxito por los ministros del ramo. Ésta ha sido la demostración más evidente del fracaso del sistema educativo venezolano, el oficial en mayor grado que el privado, sin que éste último sea como para estar orgullosos. El gran éxito no es que hoy los estudiantes del sector oficial ya pueden competir de tú a tú con los del sector privado. No es que el sector oficial superó al sector privado en calidad académica, en evaluaciones objetivas, en conocimiento transmitido, en habilidades y destrezas de sus bachilleres. Nooo. El éxito es que las notas obtenidas por los estudiantes aspirantes a ingresar en la universidad, en lugar de significar el 97,5 por ciento del mérito necesario para el ingreso, de ahora en adelante significaran sólo el 50 por ciento. Un “dakazo” académico.
De esta torpe manera instrumenta el Gobierno la equidad. No se trata que todos los estudiantes de secundaria hayan sido preparados para saber aprovechar todas las oportunidades que se les presenten. No. Ésta no es la definición de equidad de los ministros. Para ellos equidad es contrario a calidad, cosa absurda propia de ignorantes totales. No significa ni siquiera que en la universidad entren todos los aspirantes, sino que no entren quienes no son lo suficientemente pobres para ingresar. Para entrar en la universidad hay que ser pobre, no haber recibido instrucción en matemática, física y química; no hablar bien el idioma materno venir del peor liceo posible y tener un arma de fuego en el bolsillo. Ésta es la realidad, sin exageraciones. Eso explica la inmensa cantidad de bachilleres venezolanos de liceos oficiales, con 19 y 20 puntos, que no han podido ingresar en las universidades simplemente por el delito de no ser tan pobres. Han perdido el ingreso frente a estudiantes con promedios de hasta 5 puntos por debajo, cosa que nadie en su sano juicio puede entender.
Prefiriendo los peores y castigando a los mejores no se construye ningún país donde pueda reinar la justicia, la equidad y el bienestar. Vas mal, Maduro.