La imposición, la conducta obligada de hacer colas, persigue convertirse, a la larga, en costumbre. Así, lo que inicialmente es resultado del abuso y del irrespeto humano, puede convertirse en hábito
Gustavo Luis Carrera
Las costumbres son una faceta particularmente significativa de la cultura, de la fisonomía de un pueblo. Es más: constituyen algo así como la carta de identidad de una sociedad, de un Estado. No en vano, se dice que la esencia popular es la suma de sus usos y sus costumbres. Sin embargo, hay costumbres tradicionales, que existen de antiguo, o de siempre; y hay usos obligados, coaccionados, que pretenden imponerse hasta que sean asumidos como costumbre, como un hecho consumado.
LA INTROYECCIÓN. Es la aceptación voluntaria de la costumbre. Ya sea por adecuación al grupo social, o a partir del ejemplo dado por la familia. De esta manera se incorporan como propios los usos y las ideas del medio en el cual el individuo se inserta. Este igualamiento con los demás es una forma de conducta aglutinadora, de protección grupal. En todo caso, lo decisivo y caracterizador de la introyección es su condición libre, su aceptación no forzada ni dictatorial. Para algunos, se trata de un proceso inconsciente; aunque, en verdad, permanece en el plano consciente de la personalidad adquirida.
Así, en su condición de introyección, se establecen y se conservan las tradiciones populares o folklore; costumbres tan arraigadas que permanecen a través de los siglos, de generación en generación, por trasmisión de boca a oído, o por medio de la escritura. Es el fenómeno conmovedor de la tradición identificadora de un pueblo.
LA IMPOSICIÓN. Imponer es obligar a aceptar; forzar a hacer algo; sojuzgar a alguien, sometiéndolo a un castigo. De la palabra “imposición” viene “impuesto”, que es la tasa, justamente impositiva, que los gobiernos establecen como obligatoria a los ciudadanos. En nuestro país se ha agregado una arbitraria y escandalosa imposición: las colas para comprar en los abastos, en las farmacias, en las carnicerías, y otros. La imposición de las colas es una presión para obligar a un comportamiento indigno de un pueblo. El ejemplo originario, a la distancia o en la realidad cercana, es el de los gobiernos establecidos a la fuerza, o que se sostienen a través de imposiciones por decretos o por inercia de uso.
EL PELIGROSO ACOSTUMBRAMIENTO. Es un proceso que va de lo forzoso, de lo obligado bajo amenaza o necesidad, a lo inconsciente. Y ese es el peligro.
En efecto, la imposición, la conducta obligada de hacer colas, persigue convertirse, a la larga, en costumbre. Así, lo que inicialmente es resultado del abuso y del irrespeto humano, puede convertirse en hábito; es decir en uso inveterado, casi en una tradición. Es lo que los siquiatras llaman la habituación. O sea, que ante el estímulo repetido, la respuesta de rechazo es cada vez menos firme; la protesta ante lo obligatorio de las colas va siendo sustituido, progresivamente, por una resignación que termina siendo un sometimiento callado, servil, y si no complaciente, al menos de aceptación fatal. Ese es el riesgo de la resignación vergonzante del acostumbramiento.
VÁLVULA: “Una cosa es la costumbre, adoptada voluntariamente, en libertad; y otra es el uso impuesto arbitrariamente. Lo primero es la introyección, culturalmente asimilada. Lo segundo es la imposición forzada; aceptada a regañadientes. Lo primero es comer hallacas. Lo segundo es hacer cola en abastos, farmacias y carnicerías. Lo primero es tradición y disfrute. Lo segundo es vergüenza y abyección. ¡El peligro es acostumbrarse a la ignominia!”.
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