A estas alturas negar toda culpa como lo hace el oficialismo obtuso, esconderse en la acusación y el insulto, no hace otra cosa que ponerlos cada día más en evidencia como un gobierno encerrado en una burbuja
Rubén Osorio Canales
Cuando las brújulas se desorientan y las embarcaciones andan a la deriva y se mueven al vaivén del oleaje, siempre salen a flote las palabras sabias de los viejos pescadores a poner orden en la tormenta. En esta Venezuela conflictiva, estimulados sus desencuentros desde un poder que es prepotente y se cree y se siente incontenible e ilimitado, capaz de agitar las aguas y sacudir con mayor fuerza los vientos del huracán, hay voces que llaman a la reflexión y tratan de poner la palabra justa en su sitio para que todos la veamos mejor, pensemos mejor y actuemos mejor.
Y digo esto en momentos en que el insulto y la descalificación parecen ser el texto y el subtexto único del mayor responsable de nuestra desgracia como país, que no es otro que un ineficiente gobierno nacional que no cesa de utilizar el lenguaje del odio, de la descalificación y de la envidia que lo han caracterizado a lo largo de estos tres lustros que mantienen a un pueblo todo entre penurias y calamidades que cobran vidas y alimentan en grado sumo la desesperanza.
El odio fue siempre el hecho dominante en el lenguaje de las autocracias, las dictaduras y los gobiernos totalitarios. Dividir a la población entre los que están conmigo, que supuestamente son los buenos, y los que no lo están que son los malos, es una de las principales misiones de toda tiranía y peor aún si estas son pretendidamente ideológicas, y hacerlo a punta de mentiras degradando de paso el lenguaje, ha sido una constante en estos largos años de neo dictadura en Venezuela con el perverso propósito no solo de dividir a los venezolanos, sino de dañar y desprestigiar a la democracia como forma de gobierno y con ello poner en estado de sitio a la libertad.
De allí que el exhorto que a diario hacen articulistas, analistas, observadores, historiadores y dirigentes sociales de alto prestigio a la dirigencia política oficialista para que utilice un lenguaje de altura con el cual dirimir diferencias y encontrar soluciones, cuente con el apoyo incondicional de todos aquellos ciudadanos que queremos un diálogo sereno, educado, positivo, lleno de civismo, alentador y constructivo como lo hemos venido señalando, hasta ahora sin éxito, única manera de salvar a Venezuela y llevarla, todos juntos, a empinarse por encima de las dificultades.
A estas alturas negar toda culpa como lo hace el oficialismo obtuso, esconderse en la acusación y el insulto, inventar enemigos cada vez que pone sus tortas, hecho que es absolutamente plural y cotidiano, pegar gritos y apelar a la vieja costumbre de los comunicados condenatorios, no hacen otra cosa que ponerlos cada día más en evidencia como un gobierno encerrado en una burbuja que le impide ver la realidad y, ciertamente, así ni se gobierna, ni se resuelven los problemas. Atrincherarse en la negación de cada cuestionamiento, recurrir al insulto, negar lo evidente y aferrarse al poder a como dé lugar, es una estrategia que los separa cada día más del afecto popular. Lo dicen las encuestas, la gente en las calles y en las colas, lo dijo el pueblo pueblo este domingo cuando mostró sus inmensas ganas de votar, se siente en la mirada de la gente cuando se topa con la imagen de los jefes del gobierno y se manifiesta en la misma exacerbada insensibilidad del régimen ante la crítica cada vez más vociferante.
Una vez más la ponderación puesta al servicio de las grandes causas como lo indica el sentido común, le hace frente al corrompido lenguaje oficial de la política que en nada contribuye, ni a la paz, ni a la democracia y menos aún a la libertad. Persistir en la ofensa permanente como lo hace la cúpula en un continuo ejercicio fascista del poder, es el más grave error que se pueda cometer. Un leguaje así, solo puede llevar a fatales desenlaces que de ninguna manera quiere la sensatez ciudadana. Todo lo contrario lo que queremos es un diálogo profundo para encontrar soluciones, abrir una pequeña luz de entendimiento que nos permita echarnos al hombro a esta Venezuela, hoy herida en sus cuatro costados por formas de gobierno ajenas a nuestro entendimiento y poner en ello lo mejor de cada uno porque Venezuela, después de todo y aun cuando una cúpula perversa lo niegue, es de todos y cada uno de los ciudadanos que la habitamos.