Lo resaltante sería decir que hay gente que mejora lo perverso. Eso es la guerra económica
Julián Rivas
Hay suficientes elementos para demostrar que la guerra económica es un mecanismo perverso de grandes grupos, fundamentalmente. Tiene pretensiones económicas pero sobre todo objetivos políticos. La conformación de carteles y monopolios es un camino visto como correcto por parte de quienes tienen roles privilegiados en las economías de países capitalistas de pequeña o mediana dimensión.
Por eso vimos que la Constitución de 1961, vigente durante 60 años, en letra escrita negaba a los monopolios. Pero lo real es que fue el período de nuestra historia en el que cogieron fuerza los voraces monopolios.
Esto trastocó la sociedad venezolana hasta en sus más elementales valores. Los gobiernos adecos y copeyanos permitieron que la venta de cerveza llegara hasta el último cerro o campo de Venezuela y había que rendirle honores al camión de la cerveza.
Ha pasado poco tiempo de los últimos años del puntofijismo. Sin embargo, se ven tan lejos aquellos días en que en cualquier calle, al llegar el camión de la Pepsi Cola, había que abrirle paso.
Incluso llegó un momento de los años 70, gobierno de Carlos Andrés Pérez, en que el monopolio mayor de las colas, decidió sacar del juego a una pequeña empresa venezolana que le hacia competencia.
Le destruyeron hasta las botellas a esa empresa con una pequeña cuota de mercado, y que para el momento vendía un producto a bajo precio, al gusto del consumidor.
Pero con los monopolios ocurre lo mismo que con los obispos. Pueden echar vainas, violar las leyes, y cuidado con sancionarlos. Es una extraña cultura que debe ser liquidada.
El capitalismo realmente existente acumula más y más dinero incursionando en nuevas actividades. Incluso saltando normas e imponiendo las suyas. Así es natural que el monopolio tenga economistas y políticos a su servicio.
¿Quién se ha fijado, por ejemplo, en Vicente Fox, ex presidente de México y ejecutivo de una transnacional de las colas, cuando se pronunció por la legalización de la marihuana? La gran red de medios de América no hizo la menor crítica.
El capitalismo monopolista por su esencia es profundamente arbitrario. Sus prebostes creen estar por encima del bien y el mal. Para ellos no hay intereses nacionales o de las mayorías populares. Interesan los de ellos.
Las sociedades descompuestas son aquellas donde el capitalismo es fundamentalmente monopolista. Así la democracia se convierte en un chiste hasta desde la perspectiva de la teoría liberal.
Vean a México, una bomba social donde la clase política dominante suele impulsar iniciativas como la privatización de las fuentes de energía, del agua o dar más facilidades a los banqueros.
Todo es cuestión de lucha de clases desde la propia perspectiva del capitalista, cosa más clara a la luz de los monopolios.
John Galbraith tiene una manera muy irónica para aclarar el asunto. Para el capitalista el control de los precios no es perfecto. Pero este asunto, advierte, es estratégico en las sociedades industriales, incluyendo Estados Unidos. La planificación es necesaria.
Sin planificación se corre el riesgo de pérdidas por movimientos incontrolados de los precios, insiste Galbraith.
“Los precios se controlan con una finalidad: asegurar la vida de la tecnoestructura y permitirle la persecución planificada de sus ulteriores objetivos”, agrega Galbraith.
Y Galbraith no deja de asomar algo curioso: los capitalistas quieren precios a partir de la antigua fe en el mercado. Pero, esta misma gente es la que indica que los sindicatos tienen escasa importancia en la fijación de los salarios.
Qué curioso, una transnacional gringa de la industria automotriz, que ha chupado dólares y nunca los ha justificado, se le ocurrió una cosa que seguramente celebra el estamento político burgués. Léase Capriles, el Chúo, Machado, López. Quiere vender carros en dólares pero pagar salarios en bolívares.
Por fortuna algo hemos aprendido los venezolanos, sobre todo desvelando la guerra económica. Ya sabemos que el bachaqueo no es casualidad. Y sobre todo, cada día surgen nuevos elementos para ver que la escasez es planificada.
Hay como un concierto, un programa. Como si fuera asunto de mago que saca un conejo al tiempo que esconde una espada. Así actúan los monopolistas en Venezuela. Qué raro: un banquero trabaja con bolívares pero tiene suficientes ganancias para comprar bancos en dólares y euros en América y Europa.
Estos capitalistas monopolistas tampoco sufren los embates del dólar de lotería. Hay un tinglado bien montado porque en efecto, entre otras cosas, hay gente que se dedica a estudiar o a hacer política para servir a la burguesía. Esa es gente de derechas.
“El control, la gestión o manipulación de la demanda es efectivamente una industria enorme y en rápido crecimiento. Comprende una gigantesca red de comunicaciones, un gran dispositivo de organizaciones comercializadoras y vendedoras, casi la entera industria de la publicidad, numerosa investigación servil o auxiliar, la preparación de vendedores y otros servicios análogos, y muchas cosas mas. En la lengua cotidiana americana toda esa gran maquina, junto con los varios y especializados talentos que utiliza, se suele llamar aparato de ventas. En un lenguaje menos eufemístico debe decirse que ese aparato se dedica a manipular a los consumidores”, señala Galbraith en “El Nuevo Estado Industrial” (1967).
En efecto eso no es nuevo. Lo resaltante sería decir que hay gente que mejora lo perverso. Eso es la guerra económica.
Tenemos el retorno del general Matos. En 1902 un banquero busco chopos y enseres. Ahora recurre a la mercadotecnia. Los intereses foráneos son los mismos. También novedosas son las ONG’s. La gran prensa ya no se vale del cable sino de Internet.
Los venezolanos debemos aprender. Derrotemos a esta ultra derecha transnacional, perrorabiosa y anti venezolana. Construyamos otra economía, productiva.