El trabajo de Jairo Ramírez lo ha llevado a preparar los cuerpos de Arturo Uslar Pietri, Popy y Mónica Spear, entre otros, para su último adiós
Jacobo Villalobos
El fallecido, antes de ser enterrado, es retirado de la cava en la que se preserva. Una máquina extrae todos los fluidos y gases del cuerpo inanimado. Entonces se le inyecta formol con una aguja hipodérmica, a través de los orificios de la nariz, la boca, el abdomen y los ojos, para que la sustancia llegue al cerebro. En algunos casos, para embalsamar, se inyecta el químico a través de la vena femoral o axilar. Luego se procede a taponar la nariz y la boca, que es suturada o pegada. Finalmente, el cadáver es vestido y maquillado, con base, esmalte, rímel… a gusto de los familiares, para que su última mirada traiga recuerdos de cómo fue esa persona en vida.
Es el oficio de Jairo Ramírez, un hombre de mirada seria y voz suave. Un preparador de fallecidos con dieciséis años de experiencia, que ejerce en la morgue del Cementerio del Este, ubicada bajo las capillas y cerca de la cocina. Allí atiende entre 17 y 21 cuerpos al día, a diferencia de los 2 ó 3 que se velaban cuando inició en la institución hace más de tres lustros. “Ha habido un incremento en la demanda”, dice.
El interés en los difuntos
Jairo Ramírez, un caraqueño de 35 años de edad, de procedencia humilde, tuvo la intención desde su adolescencia de unirse a la milicia, pero fue descartado en la Escuela de Formación de Oficiales por tener una madre colombiana. No obstante, se entrenó y logró alcanzar el título de sub-teniente de reserva en Los Teques, por el Colegio Capitán Pedro María Ochoa Morales. También presentó una prueba para ingresar en odontología en la Universidad Central de Venezuela, carrera para la que fue admitido pero que tuvo que declinar por no poder costear los gastos.
A finales de los años 90 inició su trabajo en el Cementerio del Este como personal de seguridad, labor que ejerció durante seis meses, tras los que se convirtió en preparador. Hizo varios cursos de formación especializada para esa profesión. Se formó con la Asociación Latinoamericana de Parques Cementerios y Servicios Exequiales (ALPAR), que trabajaba junto con la Cámara Funeraria, y en la actualidad se prepara un próximo curso con el Colegio de Médicos en Maracay.
Ramírez asegura que durante ese tiempo como miembro de seguridad mantuvo una constante atracción por la práctica del arreglo de fallecidos. “Durante esos seis meses estuve ayudando a los preparadores, fui adquiriendo experiencia de cada uno. Habían tres para entonces”, relata. También recuerda la presencia de un tanatólogo certificado que notó su interés, por lo que lo instruyó y, al retirare, le heredó sus libros y materiales.
El preparador comenta que siempre había tenido curiosidad por el tema, nunca le causó impacto o desagrado alguno.”Para mí una persona fallecida es un instrumento de trabajo. No sé si es que soy una persona muy fría o si es que me he preparado mucho para el trabajo, pero así lo veo”.
La profesión
Aparte de ser preparador, Jairo Ramírez también es estudiante de octavo semestre de administración en la Universidad Simón Rodríguez. Habla de su horario laboral, de 24 horas de trabajo y 48 de descanso, como una ventaja que le permite desarrollarse como persona en otros ámbitos profesionales.
[quote_center]»Para mí una persona fallecida es un instrumento de trabajo»[/quote_center]
Asegura que el arreglo de cadáveres es más una profesión que un oficio, pues tras ella hay un importante conocimiento teórico sobre el cuerpo humano. “Hay que saber de anatomía. Hay personas que llegan y, a simple vista, veo que tienen VIH o una enfermedad degenerativa que no aparece en el certificado (de defunción). Por eso soy consistente con las normas de sanidad: uso tapaboca, guantes… porque las enfermedades virales no se ven”, comenta el preparador.
Destaca que para la labor se requiere de responsabilidad, objetividad y ganas de hacer bien las cosas, además de paciencia y mucho optimismo. “La persona que trabaja en esto no debe tener ni arrastrar ningún trauma”. Asimismo, señala la importancia del buen trato a los familiares del fallecido. “Lo que más me llevo es el agradecimiento de un familiar por el buen trabajo”, sostiene Ramírez.
“Se supone que es el último adiós de la persona. La debo dejar no como yo quisiera que quedara, yo no la conocí, sino como lo era para los familiares”, afirma. Relata que algunas veces le han pedido ciertos detalles, como una cajetilla de cigarros en el bolsillo del traje del difunto.
Comenta que hay personas en duelo que lo han visto como objeto de desahogo, pero cree que esto es normal y que hay que estar preparado para estas situaciones. Piensa que parte de su trabajo es poder ayudar a los familiares del fallecido, no como consuelo sino para poder hacerle lo más fácil posible la transición por esa difícil situación. “Hay que estar ahí y ayudarlos en todo lo que se pueda”.
Las impresiones y los cadáveres conocidos
Jairo afirma, sin vacilar, que se ha desensibilizado “totalmente” y niega, de manera reiterada, que su profesión lo afecte en lo emocional, aunque admite que algo que lo ha impactado toda la vida es cuando le toca atender bebés. “Le digo a mi ayudante que les pongan su ropita, el pañal y ya. Trato en lo posible de no manipularlos (…), los veo tan frágiles”. Pero más allá de eso, siente que le puede hacer frente a cualquier situación. “Creo que estoy preparado para cualquier cosa, incluso atender familiares, que ya me ha tocado”.
Aunque a diario trata con entre 17 y 21 cadáveres, el preparador del Cementerio del Este no se queda atado a los rostros de los cuerpos que atiende. Relata que al salir, tras 48 horas viendo fallecidos, descarga cualquier tensión que tenga en el gimnasio y “paso la página”. Cree que esto es necesario y que de no ir al gimnasio iría al Ávila o algún lugar donde poder drenar las presiones de su profesión.
Recuerda los momentos en que ha tenido que preparar los cuerpos de personas conocidas o famosas de la vida pública. Habla de Arturo Uslar Pietri, el payaso Popy, y, más recientemente, Mónica Spear, ex-Miss Venezuela asesinada en Valencia. Cuenta que en esos casos las presiones son muy altas, pues se trata de personas “poderosas” y muchos están pendientes de que se haga el mejor trabajo con ellas.
Sobre Mónica Spear, afirma que sintió haber trabajado un mes reducido en un día, por el estrés. “Y ese es uno de los tantos casos. Pero uno tiene que dar la cara”.
“Eso te consume. Cuando son personas de gran renombre, te consumes”, dice Ramírez.
Sin embargo, aún tratando con estas personas, que son vistas en los medios durante sus mejores momentos mientras que él las conoce en su última instancia, distanciarse del fallecido no le representa un problema. “Para mí es algo normal, no me da ni frío ni calor. Solo me preparo para afrontar el trabajo y cuidar todos los detalles”. Luego, una vez más, va al gimnasio.
La vida en familia
Aunque afirma que muchos se han impresionado cuando comenta sobre su trabajo, la familia de Jairo no se alarma. El preparador relata el momento en que su hijo le preguntó sobre este tema y él decidió, en respuesta, llevarlo para que viera cómo era su labor. Le presentó el recinto en el que labora y le señaló los cadáveres, diciéndole qué era lo que él hacía con ellos. Le dijo “aquí como, aquí me baño, aquí duermo”. En sus propias palabras, Jairo se encargó de que su hijo no tuviese tabús ante la muerte.
[quote_center]“Familia, educación, seguridad, estabilidad, eso es lo que me da mi profesión”[/quote_center]
Para Ramírez su familia es de vital importancia, y es ahí donde radica una de las ventajas que encuentra en su trabajo como preparador. Destaca en varias oportunidades el tiempo del que dispone para dedicarle a sus allegados. Asimismo, la calidad de vida que puede ofrecerles. Menciona la educación que le puede costear a sus hijos y pequeños placeres que puede brindarles, como viajes y la presencia de su padre. Aunque indica que con esta profesión no se pueden amasar grandes fortunas, sí se puede vivir bien. Esas son las principales razones por las que Jairo, actualmente, no dejaría de ejercer este oficio.
“Este es un trabajo próspero, nunca se va a detener”, puntualizó Ramírez.
Ante la pregunta de cómo quisiera ser preparado cuando le llegue la hora, Jairo contesta con una sonrisa que le gustaría poder tomar esa decisión y que, de hecho, podría, pero que cree que lo mejor es dejárselo a su familia.
Con esas últimas palabras en mente y pensando en su entrega a los familiares de los fallecidos y a los suyos propios, se dibuja el cuadro de una persona firme y de valores rectos, que se expresan incluso en su forma de caminar. Jairo Ramírez enumera con los dedos de su mano y dice: “Familia, educación, seguridad, estabilidad, eso es lo que me da mi profesión”.
Nuevas firmas del periodismo venezolano
Jacobo Villalobos es estudiante del quinto semestre de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela. La profesora Moraima Guanipa supervisó este trabajo para la cátedra de Periodismo II