Aquí lo que existe es una suerte de régimen político que combina populismo con autoritarismo militarista y cesarista
Oscar Battaglini
La noción sobre el concepto y la práctica revolucionaria han estado siempre asociadas a la idea de cambio o superación de un determinado orden social y político que se considera injusto y nocivo para la sociedad; para construir en su lugar un nuevo orden más justo; “bueno y útil”, que deberá producirse en la misma medida en la que se va dando el proceso de cambio de que se trate. Esto mismo, dicho de otra manera, significa que “el viejo orden” en ese proceso de cambio debe necesariamente dar paso a una sociedad superior, lo cual sólo podrá medirse por la suma de libertad, democracia y bienestar social que sea capaz de proporcionarle a sus ciudadanos. Si este no es el resultado de esa odisea, entonces la idea acerca de la revolución pierde completamente su sentido y atractivo. Esto es especialmente –diríamos de paso- lo ocurrido con todas las expresiones políticas “revolucionarias” que en nuestro tiempo se ha pretendido realizar a nombre del socialismo. Lo dicho en esta parte, se comprende, no es en absoluto lo que ha venido ocurriendo en Venezuela en los últimos 16 años, que no tiene nada de revolucionario y mucho menos de socialismo, aquí lo que existe es una suerte de régimen político que combina populismo con autoritarismo militarista y cesarista; lo cual ha desarticulado y literalmente disuelto el orden de relaciones de la sociedad venezolana. De ahí que se esté viviendo (o sobreviviendo) en un ambiente en el que todo aparece distorsionado o fuera de lugar; y en el que lo que antes nos parecía normal, ahora ya no lo es tanto o ha dejado de existir para dar paso a una suerte de deformidad o aberración impuesta; un ambiente en el que más allá de lo social, se ha perdido el equilibrio emocional como consecuencia de la incertidumbre y la inseguridad que se ha apoderado del imaginario colectivo; en el que no existen instituciones ni orden jurídico- legal y político con el debido reconocimiento y legitimidad. Se está, en fin, ante un verdadero caos que no sólo impide, como se ha dicho, el normal funcionamiento de las cosas, sino que pone en riesgo de disolución a la propia sociedad venezolana. Veamos esto de manera sintética y en sus manifestaciones más importantes y concretas:
1.- Situación política e institucional
Esta constituye -si se quiere- la parte más afectada de la situación existente, ello es así fundamentalmente porque en medio del desastre general por el que atravesamos, no se dispone de una dirección política (estatal y gubernamental) con capacidad para evaluar de manera correcta lo que realmente ocurre y trazar en consecuencia los correctivos de rigor. La situación es tan grave, a este respecto, que ha terminado cobrando cuerpo la sensación de que aquí no hay gobierno, y el que aparece nominalmente como tal es como si tampoco existiera, puesto que ni se ocupa de los problemas reales del país, ni de sus posibles soluciones. Su “actividad” en la actualidad está concentrada en el “combate a la guerra económica”; el diseño de las UBCH, para las primarias del Psuv, la diatriba contra el imperio y la oposición; el “dakazo nacionalista” en contra de Guyana, que hasta ayer no más fue una de esas hermanas predilectas; el “plomo al hampa” mediante el denominado Operativo de Liberación del Pueblo (OLP), abarrotar a las universidades nacionales de estudiantes provenientes de los liceos oficiales sin ningún criterio selectivo, promover el ingreso de Evo al Mercosur, “raspar la olla” en la búsqueda de más recursos para gastarlos en la continuidad de su política clientelar en la campaña electoral en marcha; la inhabilitación de dirigentes políticos de la oposición y el armaje de trampas y “marramucias” en el CNE (como la de impedir la inscripción de los jóvenes) con propósitos fraudulentos en todo lo que va de aquí a las elecciones del 6/12/15.
Complementan este cuadro de la situación política nacional, la descomposición –y en gran medida la destrucción- que se ha venido operando en toda la estructura institucional del Estado y de la sociedad venezolana en general. En el plano estrictamente institucional, en Venezuela ha dejado de existir el denominado Estado de derecho. Aquí, el lugar de la ley, de la Constitución y de la institucionalidad sana y legítimamente entendida, es ocupado en la actualidad por la voluntad omnímoda del autócrata que manda desde el palacio de Miraflores. A esa voluntad están plegados servilmente los demás poderes del Estado; lo que hace que ya nadie crea en ellos, ni sirvan para ordenar y regularizar el funcionamiento normal de nuestra sociedad, etcétera.
2.- La situación económica
El rasgo que mejor y más ampliamente define el estado actual de la economía nacional, es la recesión que la afecta en su totalidad. A ella, y a las malas políticas económicas aplicadas por el régimen chavista se debe –en lo fundamental- el desplome de nuestra producción agrícola e industrial y de la inflación – escasez que ya sobrepasa los 3 dígitos en el primer caso y más del 70% en el segundo. Esta problemática que pudo haber sido contrarrestada con sólo proponerse la ejecución de planes productivos para alcanzar entiempo prudencial la satisfacción de la demanda de bienes y servicios básicos, fue desechado para comenzar a aplicar controles de cambio y de precios qu e lo que han hecho es contraer aún más la producción y agudizar el fenómeno de la escasez que se ha hecho incontrolable y actúa como un poderoso estimulante de la inflación. Tanto es así, que en el período 2003-2005, se calcula que la inflación alcanzó un crecimiento acumulado de más de 1000%. Ante esta realidad cabe preguntarse una vez más acerca del fundamento y la pertinencia que pueda tener la “tesis” de la “guerra económica” que el chavismo oficial se inventó para tratar de justificar –sin conseguirlo- su “política económica” y su permanencia en el poder.
3.- La situación social
La pobreza en todas sus formas sigue siendo el emblema dela situación social por la que atraviesa el país. Atrás quedaron los pocos avances que pudieron alcanzarse con la política distributivista aplicada por el régimen chavista a partir del año 2004. Se cumplió exactamente lo que con tanta insistencia planteó el Dr. Maza Zavala cuando advirtió que ese gasto no tendría un resultado satisfactorio y duradero, porque no estaba siendo empleado en el fomento de actividades económico-productivas generadoras de empleo estable y digno, y porque casi todo dependía de que se sostuvieran los precios del petróleo en los niveles alcanzados o en uno de equilibrio que permitiera ingresos suficientes para mantener el funcionamiento de la economía y el financiamiento de aquella política asistencialista y clientelar. Se cumplió la profecía podría decirse . Ahora los recursos disponibles no alcanzan ni para una ni otra cosa, de ahí la desesperación y el frenesí con el que Maduro anda “raspando la olla”, vendiendo activos del Estado (reservas de oro de la nación, refinerías, etcétera) y concertando nuevos empréstitos para atender sobre todo sus compromisos clientelares y político-electorales. Él sabe perfectamente que haga lo que haga no podrá disponer de los recursos que necesita para esos fines, pero sigue adelante en sus desplantes demagógicos en los que aparece comprometiendo importantes erogaciones del Estado como si nada. Mientras tanto la pobreza alcanza de manera constante nuevas cotas en su desarrollo exponencial ; el hambre toca a la puerta de muchos y nuevos hogares venezolanos; la inflación, el desabastecimiento y la escasez siguen su archa arrolladora, de igual modo el desempleo, la crisis hospitalaria y la inseguridad personal; etc, etc. Un verdadero estado de calamidad pública no decretado que nos crea el derecho como ciudadanos a exigir que quienes la han propiciado desde el poder, deben ser desalojados del mismo mediante el libre ejercicio de la soberanía popular; o la aplicación de los mecanismos que la Constitución vigente, habilita para tal fin.