Los acontecimientos que actualmente se desarrollan en la frontera, los resultados de la reunión que sostendrán en Quito, Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro, tienen mucho que aportar
Manuel Malaver
No es exagerado afirmar que, desde el 19 de agosto pasado, cuando decretó la deportación de 20.000 colombianos del territorio nacional, Maduro, no ha perdido un solo día para ser repudiado por multilaterales, ONG, intelectuales y líderes de gobiernos y países de América y el mundo por una cadena de violaciones de los derechos humanos que compiten con las que, por otros desequilibrios y circunstancias, perpetran dictadores como Bachar Al Assad de Siria, y Kim Jong-Un de Corea del Norte.
No hablemos de medios, periódicos, revistas, televisoras, emisoras, página web y redes sociales que no cesan de reseñar una villanía que, por diversas razones, cuesta creer y menos comprender.
Un auténtico protagonista de las páginas rojas de la política, de las mismas que copan asesinos en serie, o carniceros que con pensamientos, palabras y obras dejan huella de lo que Isaac Berlín llamó en un memorable ensayo: “El fuste torcido de la humanidad”.
No era, sin embargo, sino el inicio de la ruta hacia el “Septiembre Negro” del sucesor de Chávez, del conjunto de sucesos que, ya fuera por la comisión de otros delitos -como la condena sin pruebas, ni el debido proceso, al líder opositor, Leopoldo López, a 13 años de prisión; o el fracaso de la convocatoria a una cumbre de presidentes de países de la OPEP para adoptar una política de recortes en la producción de crudos-, determinaban que, si no al fin de sus días, si al ingreso a una fase de turbulencias con resultados impredecibles, estaban a la vuelta de la esquina de la revolución castrochavista.
Se trata de situaciones o enlaces concomitantes. Interdependientes, complementarios, pues, por las deportaciones se llega a la atrocidad que le quitó la libertad a un inocente por casi una década y media, y por las primeras, a la última de rodar por la soledad de un comisario tercermundista que dilapida las vacas gordas de cuatro años de precios altos del crudo, para ahora quedar a merced del terror de un mercado en baja que no puede tomarlo sino con menosprecio.
En otras palabras que, el tirano luce cada día más acorralado, de una parte, al margen de una comunidad internacional que ya le ha colocado la etiqueta de “forajido”, y de la otra, sin los petrodólares que sirvieron en mejores tiempos para alzar votos que en foros, asambleas y conferencias servían para respaldar, simular o bypasear sus fechorías.
La reciente reunión de la Asamblea General de la OEA en Washington, convocada a petición de Colombia para discutir la crisis fronteriza, abona pruebas en este sentido, pues 17 votos se pronunciaron en contra de Maduro, y solo por la abstención de otros 11 miembros de la organización, y apenas 4 votos a favor, Maduro, evitó ser puesto en la picota.
Pero otro tanto pudo suceder en la Unasur, si el gobierno forajido y los dos piratas del Caribe que lo secundan, Ecuador y Bolivia no boicotean una convocatoria a una Asamblea General de la multilateral, y fuerzan a que la crisis se resuelva en una reunión bilateral Maduro-Santos en Quito el próximo lunes.
No cree, Maduro, que pueda torcerle el brazo a Santos por las atrocidades cometidas contra 25.000 colombianos, y, previo a la cumbre, lleva una semana provocando al gobierno de Santos con violaciones del espacio aéreo neogranadino, en la idea de que el liderazgo político y militar colombianos, no accedan a la presión de que, si no le aceptan sus arrebatos, Maduro va a la guerra.
Son, desde luego, las alharacas de un Hitler de bolsillo que sabe que, cuenta con una FAN que no le resistirían 24 horas de guerra a la Guardia Nacional costarricense, pero que Maduro, con la asesoría cubana, juega a aquello de: “asusta, que algo queda”.
Por otro lado, Santos, no tiene que ir a ninguna guerra para poner en evidencia y probar el diagnóstico que hizo hace unos días de la revolución castrochavista y su modelo y que hincó el diente en verdades que los venezolanos y los colombianos conocen porque las están sufriendo:
“La revolución bolivariana se está autodestruyendo y ello es consecuencia, no de la acción de los residentes colombianos en la frontera, sino de la aplicación de un modelo inviable que no tomó en cuenta la experiencia de otros países”.
El problema es que, se trata de una denuncia que toca al corazón del proyecto con que el castrochavismo quiso restaurar el socialismo en América Latina, y admitir su fracaso –que es la evaporización de un sueño-sin echar un tiro, no está en los planes de los últimos comunistas del mundo occidental.
Por eso, pensar que cualquier rendición de Santos, o apaciguamiento de Maduro, va a callar los tambores de la guerra, es ingenuo y no detenerse en el detalle de que sería la última oportunidad de los náufragos del marxismo en América Latina y en el mundo, que, ahora sí, iniciarían una despedida quizá de siglos.
Vendrán, en consecuencia, nuevas batallas y las mismas quizá tengan más que ver con los remanentes de las FARC que sobrevivan en caso de que se firme el Acuerdo de Paz Santos-Timochenko, que con lo que puedan hacer procesos populista radicales como los de Correa y Evo Morales en Bolivia, ya, definitivamente, rodando por la cuesta de una escasa importancia que las haría invisibles e inaudibles.
Será también el futuro inmediato, o a mediano plazo, de una revolución castrochavista asfixiada por el acercamiento Cuba-Estados Unidos, el desplazamiento del petróleo como la energía fundamental de lo que resta del siglo XXI y una Venezuela irreconocible por la pobreza, el desabastecimiento, la caída en todos los índices de desempeño económico y el deseo de más y más venezolanos por poner fin a la pesadilla que sacó al país de cuajo de la justicia social, la libertad, la democracia, la igualdad y el bienestar.
Los acontecimientos que actualmente se desarrollan en la frontera, los resultados de la reunión que el lunes sostendrán en Quito, Juan Manuel Santos y Nicolás Maduro, tienen mucho que aportar en el sentido de establecer hacia dónde conducirá un “Septiembre Negro” que, si bien indica el peor momento que ha sufrido Maduro en sus casi tres años de gobierno, no tendrían por que significar su derrocamiento del poder, a menos de que, como dicen los venezolanos… se ponga cómico.