La burocracia chavista sigue moviéndose en la dirección del fraude electoral el 6D, que aspira a legitimar sin mayor costo político
Oscar Battaglini
¿Puede alguien imaginarse la cara de Tibisay Lucena anunciando la derrota del chavismo en la madrugada del 7 de diciembre próximo? ¿No es fácil verdad?, sobre todo cuando desde Miraflores proviene otra línea.
Lo primero que llama la atención acerca de las próximas elecciones es una suerte de silencio descalificador que se ha venido tejiendo en torno a las mismas. Salvo la alharaca generada por el simulacro de voto no es mucho lo que se ventila sobre el particular. En eso se percibe claramente la intención del oficialismo chavista de restarle importancia haciéndolas ver como si las mismas no tuvieran la relevancia que le asignan tanto la Constitución Nacional como el propio interés de toda una colectividad que percibe en ellas la posibilidad de comenzar a poner término definitivamente a la pesadilla chavista en el control político del país.
Sin embargo, esta es una posibilidad a la que hay que analizar muy bien, a fin de evitar los errores y sobre todo tener en cuenta las maniobras que el oficialismo chavista intenta poner en práctica como parte del fraude que tiene en preparación.
Nadie duda que las condiciones que hoy existen en el país, son extremadamente favorables para el logro de una victoria electoral contundente frente al chavismo oficial en su fase terminal. El descontento generalizado que actualmente se palpa en todos los espacios de nuestra sociedad así lo confirma. Pero esa certeza no debe llevar a descuidar o a dejar de tener en cuenta la incalculable carencia de escrúpulos y la enorme capacidad de maniobra que aun aquel posee para engañar e imponer situaciones que frustran las expectativas en su contra. En este sentido no debe olvidarse lo ocurrido en las anteriores elecciones parlamentarias, en las que la oposición, habiendo alcanzado una votación superior a la del gobierno, obtuvo una representación inferior. Como tampoco deben olvidarse los cómputos impuestos por el actual CNE en los dos últimos procesos electorales presidenciales, en los que resultaron electos de manera fraudulenta Chávez y Maduro. Es cierto que al gobierno le es cada vez más difícil ejecutar este tipo de actos delictivos en contra de la soberanía popular, pero ello, en vez de hacer más laxa la vigilancia y los controles de los manejos del gobierno y del CNE debe por el contrario- hacerlos más rigurosos y puntuales.
La situación del gobierno es tan comprometida que Maduro se ha visto forzado a reconocer que el actual proceso electoral es el más difícil al que se han enfrentado hasta ahora: “Las elecciones del 6D –ha dicho- pudieran ser las más difíciles que ha enfrentado la revolución Bolivariana. No podemos caernos a coba”. Esto, en otras palabras quiere decir que el madurismo ha estado contemplando la posibilidad real de perder las elecciones del próximo 6 de diciembre, cuestión que cambiará toda la orientación y la dinámica que el gobierno ha venido siguiendo y desarrollando en los últimos tiempos. De ahí la afirmación hecha también por Maduro en la que sostiene que …“Si la revolución perdiera el 6D, es muy probable que tome otro carácter”. A pesar de su ambigüedad, esta afirmación sólo puede admitir las siguientes interpretaciones:
1.- La negativa o desconocimiento de un resultado electoral desfavorable, lo que iría acompañado –según lo declarado también por el propio Maduro- de demostraciones de calle, al frente de las cuales se colocaría él mismo en persona. Esto, dicho en otras palabras, equivaldría al famoso golpe de Estado en frío, abrigados en la endeble aspiración de que la sociedad venezolana y la comunidad internacional lo asimilen y terminen aceptándolo de acuerdo a los principios de no injerencia en los asuntos internos de los Estados. Se comprende perfectamente que esta opción no tendría ninguna viabilidad según como están planteadas las cosas, tanto en el plano nacional como en el ámbito internacional.
2.- La determinación que tiene el chavismo-madurismo de no entregar el poder, así tengan que recurrir para ello al golpe de Estado clásico o tradicional, o mejor aún, al autogolpe propiamente dicho, en cuyo caso correspondería nada menos que al presidente de la Asamblea Nacional asumir las riendas del país, !susto! Se trata de posibles opciones que se asientan en:
2.1.- La creencia y el convencimiento de que sólo ellos en el ejercicio del poder están en capacidad de …“superar las dificultades actualmente planteadas en la sociedad venezolana”… porque …“con la burguesía vendría el caos, vendría la violencia”. Llama poderosamente la atención que cuando Maduro afirma esto, lo hace convencido de que todo marchará bien en la sociedad venezolana a la que él se refiere; es decir que, o no se da o no quiere darse por enterado que la violencia ya está imbricada como en un tejido indisoluble al orden dictatorial implantado por su mentor y continuado por él mismo en el ejercicio del poder. Y en cuanto al caos del que habla, tampoco quiere darse cuenta de que ese elemento fue introducido en nuestra sociedad desde el momento mismo en el que el chavismo oficial se hizo del poder político. Es así que, el desastre que impera en el conjunto de la economía nacional; la desarticulación institucional; la crisis del sector salud; la inseguridad generalizada provocada por el auge delincuencial; la dramática depauperación del signo monetario, la carestía de la vida, por mencionar sólo algunos de los flagelos que azotan a nuestra sociedad, son responsabilidad única y exclusivamente de este gobierno; es decir, de este y del otro.
2.2.- En la práctica de actuar al margen de toda normativa y condicionamiento político, nacional e internacional. En función de este modus operandi, el chavismo oficial (incluida la fan chavista) imagina la ejecución de un golpe de Estado en Venezuela (no es de extrañar que ya deban haber trazado las coordenadas en este sentido) para mantenerse en el poder, y aquí no pasaría nada, como en las oportunidades en las que han hecho fraude electoral con ese mismo propósito. Llevados por la zafiedad y la prepotencia que los anima. No parecen percatarse de que la opción del golpe de Estado (por las razones antes expuestas) es mucho menos viable que la anterior; y que si, finalmente apelan a ese recurso extremo para consolidar su permanencia en el poder, ese, cómo se sabe- será el camino más corto para salir de él. De todas maneras, hay que tener en cuenta que el golpe de Estado sería el último recurso al que se verían forzados a recurrir, en el caso –según todo indica- de sufrir un descalabro en las próximas elecciones del 6D, y en las presidenciales dentro de 3 años, si es que logra superar el escollo que representa un posible referendo revocatorio el próximo año. Por lo pronto, la burocracia chavista sigue moviéndose en la dirección del fraude electoral, que aspira a legitimar sin mayor costo político, tal como ocurriera en los últimos procesos electorales presidenciales. Es en este sentido que Maduro declaró a su llegada de un reciente viaje a Cuba, realizado para recibir instrucciones directas de sus jefes y mentores políticos, que ellos “ganarán como sea las elecciones parlamentarias del próximo 6 de diciembre”. Si existía alguna duda sobre las verdaderas intenciones de esa burocracia en relación con el proceso eleccionario en puertas, estas declaraciones se han encargado de poner al descubierto los designios de un gobierno indeseable que de nuevo se dispone a frustrar las legítimas aspiraciones de cambio que actualmente alberga el imaginario político de la inmensa mayoría de los venezolanos.
Como puede apreciarse, se trata de un conflicto que reviste características antagónicas irreconciliables que enfrenta, por un lado, a un gobierno completamente deslegitimado y por otro, al conjunto mayoritario de una sociedad que ha tomado la firme determinación de ponerle término definitivo a su mandato. Esa es la cuestión o el problema de fondo que tiene que comenzar a resolverse a favor de esa mayoría, a partir de la consulta eleccionaria del próximo 6 de diciembre.