Siendo autodidacta, tipógrafo e impresor, este trujillano nacido en 1915, llegó a ser director de la Escuela de Comunicación Social de la UCV
A mamá, mis hermanos, nuestros hijos y nietos,
con Gustavo y Lenín en nuestras almas
A tantos amigos y alumnos de papá
Manuel Isidro Molina Peñaloza
Hoy se cumplen 100 años del nacimiento del profesor Manuel Isidro Molina Gavidia en la ciudad de Valera, estado Trujillo. Esposo y padre amoroso y ejemplar, lo recordamos familiarmente junto a nuestra madre Maura Peñaloza de Molina, quien a sus 95 años de vida transcurre sus apacibles días en Mérida, donde los restos de papá reposan desde el 4 de julio de 1998.
Nos sigue guiando «el viejo» Manuel Isidro, con su bondad, conocimientos y conducta de vida que irradiaron respeto, enseñanzas y solidaridad hacia nuestra familia, amistades, compañeros de luchas, alumnos, colegas periodistas y gremialistas de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP), Sindicato Nacional de Trabajadores de la Prensa (SNTP), Colegio Nacional de Periodistas (CNP) y su amado Círculo de Periodismo Científico de Venezuela (CPCV), del cual fue presidente después del fallecimiento de su entrañable amigo Arístides Bastidas.
Pocos saben que papá fue un autodidacta trujillano que solo cursó hasta el tercer grado de primaria en Valera, y que huérfano de madre desde su nacimiento y bajo la recia formación de su padre Ángel Molina, un vivaz comerciante de provincia, comenzó a trabajar temprano y devino en tipógrafo e impresor, gracias a su innato gusto por la lectura y el interés por.los asuntos público.
Entró al mundo del periodismo de provincia con los semanarios Marcha(1937), Crisol (1941) y Cocoliso, periódico humorístico desde los cuales «le echaba mucho plomo al gobierno», según testimonia su amigo y contemporáneo Luis González, maestro del periodismo trujillano y actual cronista de Valera.
De esos años de fructífera actividad del joven Manuel Isidro, tuve valiosas y afectivas referencias de tres eminentes venezolanos y trujillanos de las letras, la academia y la política: José «Pepe» Barroeta, Adriano González León y Francisco «El Flaco» Prada, quienes por separado coincidieron en revelarme que papá los había iniciado en el interés por las letras y la política: los recibía y conversaba con ellos en la imprenta, les comentaba hechos e historias de Venezuela y el mundo, y les sugería lecturas, «nos prestaba libros».
Prada, dirigente guerrillero de los años sesenta y setenta del siglo pasado, y luego cofundador del Partido de la Revolución Venezolana (PRV-Ruptura), me dijo abrazándome en un alto de una conversación política: «Manuel Isidro fue quien me metió en esta vaina», soltando una pícara sonrisa. Adriano, gran escritor, investigador universitario y diplomático, me lo comentó también con mucho afecto y gratos recuerdos: «Me enseñó el gusto por a lectura». Y «Pepe» junto a su esposa Teresa Espar, en Mérida, donde como poeta y literato dictaba clases en la Universidad de los Andes, exaltó la valía intelectual de papá y su cercana experiencia juvenil con quien fuera uno de sus primeros maestros.
El periodismo fue una de las grandes pasiones de papá, creo que la principal. La alternó con la política, como militante del Partido Comunista de Venezuela (PCV), del cual valoró la formación política, ideológica, histórica e intelectual que lo animó siempre. Periodismo y política se entrelazaron en su vida inextricablemente, pero también fue humorista y deportista.
De mi infancia -vivíamos en Catia, Caracas, después que a mediados de 1952 papá fuera expulsado del estado Trujillo por su actividad antidictatorial como militante del PCV y periodista- recuerdo que vinimos a dar a Casalta, a casa de nuestro tío materno Antonio Peñaloza y su esposa Bertha Macero, entrañables y solidarios protectores de nuestra familia durante aquellos duros años. Papá fue perseguido por la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez, como tantos activistas del PCV y Acción Democrática, los partidos «duros» de la lucha clandestina. Con mamá y mis hermanos mayores Lenín, Nerio, Fidelina y Gustavo (Ricardo nació en 1960) fuimos en diferentes oportunidades a visitarlo a la Seguridad Nacional y la cárcel de El Obispo en la popular parroquia San Juan. Nunca se quejó. Fue un hombre recio, luchador, trabajador, estudioso y afectivo, sencillo y honesto. Su modestia fue ejemplar, como su dignidad y espíritu de bondad y tolerancia. Así lo recordamos hoy, al cumplirse el centenario de su nacimiento.
Siendo autodidacta, después del derrocamiento de la dictadura militar de Pérez Jiménez el 23 de enero de 1958, decidió cursar en su querida Universidad Central de Venezuela (UCV), el primer curso para periodistas prácticos en la Escuela de Periodismo, por iniciativa de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP). A quienes no eran bachilleres ni tenían aprobada la educación primaria, como era el caso de papá, la oferta académica otorgaba el título de Técnico en Periodismo. Simultáneamente, se dedicó a cursar el sexto grado de primaria por libre escolaridad, y luego cursó el bachillerato. Al mismo tiempo, trabajaba como periodista y locutor, militaba en el PCV y formaba parte de la dirigencia del gremio periodístico, sin desatendernos como familia.
En la academia de la UCV comenzó como asistente de la cátedra de Técnica Gráfica, obtuvo el título de Técnico en Periodismo y luego cursó las materias indispensables para obtener la licenciatura. Pasó al plantel docente y llegó a ser director de la Escuela de Comunicación Social durante tres años.y miembro del Consejo de la Facultad de Humanidades y Educación. Luego ejerció la dirección de información del rectorado de la UCV, casa de estudios de donde egresó como docente jubilado, para luego emigrar con mamá a su acogedora «Cabaña» en las montañas merideñas de Ejido, sector Carmelitas Descalzas. En 1969, recibió el Premio Nacional de Periodismo, Mención Investigación.
Como lo recuerdan sus alumnos, «el profesor Molina» fue un incansable trabajador intelectual, luchador social, político y gremialista distinguido por su amplitud democrática y generosidad personal. En familia, celebramos cálidamente este centenario de su natalicio. Agradecemos el cariño de quienes lo recuerdan, valoran y admiran.
Yo recuerdo a papá entrañablemente, todos los días. Me dio su nombre y no por casualidad -creo- seguí sus pasos profesionales, políticos y gremiales, gran compromiso de vida. Desde aquí, lo seguimos queriendo y admirando. Él nos sigue guiando.