A mayor grado de resquebrajamiento de la estructura de clases entendida como un sistema jerárquico, más se desarrolla cuantitativa y cualitativamente el proceso de alienación social
Tamer Sarkis Fernández
Los hechos, siempre tozudos, no dejan de burlarse de las andantes caricaturas “comunistas” profetizando con sus especulaciones obreristas un cambio de disposición masiva hacia el sistema socio-político vigente al soplo de vientos económicos depauperantes. No se abre paso descreimiento alguno de que “las cosas” lo sean por necesidad lata, sino que, bien al contrario, el sujeto se auto-aplasta obediente a la cosificación de “los hechos”. Dicha reflexión “individual” (mimética en la masa), no es reflexión más que como reflejo mecánico de la realidad inmediata, curiosamente refutando todas las ensoñaciones mecanicistas de insumisión autoritativa a un punto crítico de ebullición capitalista. El reflejo subjetivo cosificado se extiende, por lo demás, a través de la pirámide escalada de esferas que concatenan en la Totalidad del ser social, desde la auto-conciencia de “desgraciado” al “Mundo sin arreglo”, pasando por “los vecinos”, “los que mandan”, la “intrínseca vileza humana”, “los salvajes ya no lo bastante lejanos” y “la habitualidad de la gentuza”. Por su parte, dispares son las “razones” en que la cosificación se encuentra a sí misma en su plano auto-elogio de única y omnipresente dimensión material. Son “razones” que van de “la Naturaleza” a “la idiosincrasia española”, pasando por “el poder”, “el dinero”, «la necesidad de no ahullentar las inversiones y la riqueza», “la ley de hierro de la historia” y hasta el “insorteable destino que preludia un cambio de Era cósmica”.
En efecto: de un lado, en la ignota y paralela dimensión objetiva, flotante y sin intersección con el sujeto por medio de la reflexividad proyectada sobre la empiria, se erige la alternativa revolucionaria de Nuevo Poder como la única posible en términos de reintegración social del sujeto ya en sus demandas y condiciones animales inferiores persistentes. Pues el proletariado, parte de las clases populares e incluso el grueso de los residuos de burguesía media, van siendo desalojados respecto de la estructura productiva y reproductiva en condición de clases para el Capital. Sustentar y estabilizar la propia inclusión social sería factible solamente con una revolución que aniquilara el Estado del imperialismo. Únicamente de la mano de la revolución tendrían salida social millones de sujetos que, cosificados en sus actuales clases respectivas de pertenencia, tendencialmente van desapareciendo de cuanto no sea la estrechez de reproducir un día más su supervivencia, sus deudas, su esclavitud, su dependencia, su “adelgazamiento”, su mal-nutrición, su aislamiento y su limbo de a-funcionalidad.
Sin embargo -y aquí viene lo paradójico del caso-, ocurre que, precisamente por efecto de esos mecanismos capitalistas excluyentes respecto de la conjunción poli-clasista de común reparto en un artefacto complejo “democrático” para el Capital[i], la “necesidad” subjetiva tiende a ir en la dirección inversa a la necesidad objetiva revolucionaria: cuanto más descompuesto el suelo social al que se engarza la clase de pertenencia, tanto más los sujetos de clase elevan la adaptación[ii] a la categoría de primera necesidad[iii]. Esto se halla lejos de significar que el sistema y sus dimensiones sociales, políticas, institucionales, jurídicas, organizativo-internacionales…, se sustraigan a ser puestos “en tela de juicio” o en “cuestionamiento” por quienes a menudo combinan la crítica de su “idealidad” o hasta la execración de su “legitimidad”, con un comportamiento material de ir a la carrera por mejor zambullirse a nadar como auténticos peces de esas aguas inhóspitas y sin calefacción.
La regla procesual es, pues, la que sigue:
A mayor grado de resquebrajamiento de la estructura de clases entendida como un sistema jerárquico, más se desarrolla cuantitativa y cualitativamente el proceso de alienación social irresoluble al interior de la misma Totalidad en Fallo, siendo mayor, “paralelamente”, el desarrollo subjetivo de la necesidad de encajar como propósito de superación personal, familiar, vecinal, ciudadana…, respecto de la amenaza o de la deriva de desintegración: boom de movimientos y de mareas reivindicativas para la reconstitución de condiciones y de oportunidades sociales en disolución.
Somos así testigos de que, volviéndose la tragedia social[iv] cada vez más afectante a escala masiva, de más hondo calado, y más cuadrada en su propia irreversibilidad por la directriz Política que la define, el concepto clasista o popular de la misma resulta no comportarse como reflejo. Resulta comportarse, en cambio, como el reverso -inversión en la conciencia- dentro de cuya esfera de pensamiento y de propósitos a la actuación, la auto-disolución subjetiva como pieza “electa” y “premiada” es el auténtico sumo Horizonte. El concepto de “superación de” es suplantado, en el ámbito de las disposiciones sociales generales, por el concepto pragmático de “auto-superación en”[v].
Dicha suplantación de un concepto por otro pertenece a lo fenoménico natural-social. Es decir: pertenece al campo de las determinaciones dimanadas de ese discurrir objetivo autonomizado que es la estructura substancial del Modo de Producción mientras el proletariado no ha sido producido todavía como actividad práctico-crítica (Tesis sobre Feuerbach). Puesto que, obviamente, el concepto de “superación de” no se fragua ni va a fraguarse en el fuero interno de ningún supuesto “espíritu” hegeliano en su camino autónomo hacia la universalidad[vi]. Sino que el concepto requiere, para mostrarse, de una materialidad consciente y organizada que introduzca en la perspectiva del objeto (haciéndolo, así, sujeto histórico) un destino social o un Horizonte fuera del marco dimensional de su empiria y por tanto de lo pensable-inmediato. De lo contrario, continuaremos sobreviviendo bajo esta inversión -bajo esta irrealidad-, pues, cuanto más necesario es en sí lo posible, menos entra por sí en las masas como necesario. E, inversamente, lo imposible (la conciliación del sujeto social con sus necesidades social-capitalistas), deviene cada vez más solidificado “a la orden del día” en la agenda social (ocupando la centralidad del imaginario y del leit-motiv o ideal normativo).
En lo descrito hasta el momento, y que podemos llamar la paradoja de lo Imposible social capitalista triunfando como falsa conciencia de “lo necesario”, vemos juntarse al hambre con las ganas de comer. Me explico: la inercia subjetiva de acoplarse al “campo social de recursos restringidos” en su rodar hacia la auto-desintegración[vii], es un movimiento-reflejo de esa constitución antropológica general hija de las Relaciones de Producción capitalistas: el Homo Economicus. Y ello más allá de cómo actúe el elemento particular de descomposición del espectro relacional-social en España desde el ángulo de cortocircuitar un tipismo-ideal capitalista tanto productivo como reproductivo; proceso que, en relación a la realidad concreta que nos ocupa, ciertamente involucra a fortiori a competir para ganarse cabida en una selecta salvación[viii].
Siendo cierto que el Homo Economicus no dimana su actuación del arrojo ni del Principio, sino que obra para la consecución de un óptimo de resultados a cierto “riesgo de auto-inversión” calibrado, al menos hay que agradecerle a esta precisa alienación histórica del ser genérico, el librar a los proletarios, cada vez más, de caer en los barrosos berenjenales que suponen las movidas presuntamente “pragmáticas” de tipo laboralista. Ya que, puestos a encarrilarse a la obtención de fines misérrimos “de plantilla empresarial” a un riesgo brutal de ser excluido, de sufrir represión, de ser dejado fuera de juego por los expedientes que transitan al INEM y luego a empresas cualesquiera…, entonces el cálculo del coste/oportunidad es sencillo:
Lo más pragmático para estos miserables casos es, al fin y al cabo, ser relativamente miserable y obtener así cierto rédito de equilibrio, en lugar de perseguir miseria de objetivos y quedar encima en la miseria de la cuneta. Todo mientras los sindicatos se dedican a co-definir condiciones jurídicas en el Derecho de empresa de validez particular para las franjas salariales cuyo estatuto diferencial aseguran las Centrales. O bien para su “universo de validez” conformado por el gran monopolio empresarial regularizado bajo la matriz del neo-corporativismo estatal.
Esto es lo único alentador del proletario enrejado en esa reificación que el Homo Economicus representa: que es un ser ducho en el manejo de aquello que la Escuela de Frankfurt hubo llamado despectivamente la razón pragmática. Que, por eso mismo, es un ser ya a muchas leguas de dejarse emborrachar o de meterse él en las camisas de once varas que teje para su consciencia el viejo economismo trade-unionista o dizque “comunista”; en luchas que le son presentadas por “realistas”, “remitidas a lo posible”, y que no le reportan más que, como poco, ser fichado, en no pocos casos por los sindicatos sin ir más lejos.
Así vacunado contra el “realismo» obrerista, el proletariado -y más ampliamente el Pueblo- se ve también insensibilizado a priori en relación a abrazar la teoría en el sentido marxista de la premisa[ix]. Esta reactividad no deja de deberse de nuevo a su propia cosificación de ser social-particular como Homo Economicus. Dicha última forma-sujeto es el reflejo utilitarista de la formación social capitalista, donde ha culminado ya por completo el recorrido histórico hecho por la substancia genérica humana (la producción consciente en tanto que don, o gasto de socialidad) hacia su enajenación como trabajo instrumental (abstracto) servil a un producto; materialización alienada en su desdoblamiento como valor de uso/valor de cambio, y que ha dejado de ser efecto, objetivación humana o resultado conseguido, para «elevarse», por contra, a la categoría de finalidad superior a la actividad en sí. Así, las relaciones sociales en su multiplicidad fueron encarnando y duplicando aquella teleologización de la práctica productiva, y fueron uniformizando un sentido objetivo que las situaba en calidad de medios dispuestos hacia la obtención de resultados.
Tal alienación concreta del ser genérico y de su actividad hace especialmente complicado hablarle al Pueblo de un Horizonte revolucionario. Ya que, por definición, el resultado a alcanzar aparece de un modo inextricable como un apriori en la mente del sujeto utilitarista, quien barrunta el “para qué”, la finalidad, de su práctica (“alfa y omega” de su delinear actividad social); pero, justamente, refiriéndonos a la consumación social del proceso revolucionario estamos hablando de una dimensión histórica cuya composición es inescrutable para cualquiera que sea la representación/objetivo apriorística constituida desde la empiria y sus retales “prácticos”.
De esto se sigue que, si queremos producir el sujeto revolucionario en el proletariado (y es ello una necesidad, condición permisiva de la revolución), deberemos elevarlo a éste hasta el nivel teórico de abstracción; ardua tarea justamente porque el líquido amniótico del Homo Economicus es el practicismo (luego se trata de un ser refractario de entrada). Y, por si fuera poco, desde ése su practicismo el sujeto carece de todas las categorías que conjugar para poder auto-negarse en la consciencia y auto-concebirse, dialécticamente, como negación de la negación que él encarna. Lo que es decir, en tanto que prefiguración pensada siquiera esbozada e incompleta de ese “hombre nuevo” cuya brutal puesta en contraste volviera, en palabras de Marx, “la vergüenza aún más vergonzosa”, haciendo así saltar la chispa de la alteridad pensada y del Mundo que ganar, sin cuya materialidad no puede alumbrarse esa alteridad.
La tarea inmediata futura del comunismo una vez generado como Fuerza Productiva ideológica reconstituida, habrá de centrarse, en definitiva, en generar clase para sí entre la masas, actuando planificadamente por desencajarlas de su reificación en Homo Economicus; proceso que debe partir de postular un Horizonte de posibilidad y de necesidad enraizado en otra vida.
Nada más lejano a la “línea de trabajo” profesada por el economismo, consagrada a apelar constantemente a esa razón adaptativa que ya es por sí misma uno de los grandes ejes que vertebran a la cosificación como Homo Economicus. La idealización economista de la “lucha obrera” (de las luchas laboralistas) en tanto que supuesto “punto de partida” abocado a “revolucionar” la conciencia, estimula, de palabra, constantemente la razón adaptativa. Ello al incitar, en la forma y en el fondo, a una “maximización cualitativa del espacio” obrero al interior de esa relación propiedad-trabajo donde el obrero compite en calidad de clase capitalista frente al polo dominante en la empresa (el capitalista, el pequeñoburgués y/o el Aristobrero); su(s) antagonista(s) empírico(s).
Internándose[x]por este laberinto de vericuetos, de expectativas incumplidas y promesas torcideras, de efímeras “conquistas” y de escuálidos réditos, cuando no nulos o hasta adversos, el proletario no ha hecho otra cosa que ir auto-petrificándose bajo la matriz ideológica burguesa en relación al proletariado: “El burgués no ve, en el proletario, más que al obrero” (Marx). Sin embargo se trata, por el contrario, de contribuir a negar la auto-asunción inercial que las masas hacen de sí mismas como constructo humano objetivo alienado (presidido por el cálculo de gratificaciones más o menos inmediatas como premisa constitutiva de la acción). Pues no hay revolución sin el sujeto revolucionario, cuya revolución será obra de sí mismo, o no será: “Ser radical es tomar las cosas por la raíz, pero, para el hombre, la raíz es el hombre mismo” (Marx).
[i] Ya desechado por las finanzas y por su Estado, por su política…
[ii] La inclusión, “la salvación”, el reporte de mediaciones sociales de sustento personal capitalista…
[iii] El desarrollo material de la Variable “condición revolucionaria como única posibilidad de resolución histórica para la problemática del sujeto social” y el desarrollo ideológico de la Variable “consciencia de clase para sí” guardan entre sí una relación de proporcionalidad inversa; mientras que el desarrollo material de esa primera Variable y el desarrollo ideológico y comportamental de la Variable “adaptacionismo individual, corporativo, de pandilla, gregario regional, ciudadano, neo-tribal, etc.” guardan entre sí una relación de proporcionalidad directa.
[iv] En el sentido helénico clásico de realidad irresoluble.
[v] Auto-superación, por lo demás, no concebida necesariamente como asunto individual, sino “social”, “ciudadano”, “nacional”, “popular”, o, por supuesto, “de clase”, entendida ésta, eso sí, como ente con un terreno a reconquistar, que le es propio por derecho “circunstancialmente sustraído”.
[vi] En el idealismo hegeliano, el espíritu piensa la alienación de sí mismo (su auto-objetivación parcial) como “un pensado concreto” falto de sus antítesis concretas, es decir, carente de sus formas de no-ser que ordenarían un “epifenómeno externo de existencia” distinto al epifenómeno existente. Este pensamiento “de antítesis” es el espíritu elevándose por encima de sus “derivados de existencia” y que, por tanto, eleva (de sí misma) a una tras otra alienación de sí mismo como espíritu.
[vii] Hacia “la barbarie” plena en última instancia, o hacia el Tiempo del lobo devorador del lobo.
[viii] No olvidemos la relativización que Engels formula respecto del supuesto papel motriz capitalista jugado por el credo calvinista -llamándose presbiteriano en las Provincias Unidas-, nucleado en torno a la Doctrina de la Predestinación (minoría de elegidos, o electi, cuya salvación sería atestiguada en base a alcanzar éxito palpable en los negocios y en la acumulación dineraria). Engels capta con acierto la esencia de ese pensamiento postulándolo como representación, en las cabezas de aquella buguesía manufacturera, bancaria y mercantil, de su propia alienación material con respecto a las ciegas Leyes de la competencia y del mercado.
Obsérvese el parentesco entre aquel albor y la “ideología de masas” manifestándose en el actual contexto español de descomposición: la solidez alcanzada en la alienación relativa a un presente y un futuro que se nos escapan, siembra y aploma el fetichismo “de la escasa oportunidad” que habría que rastrear bajo las piedras y aprovechar, del “golpe de suerte”, del “espabilarse”, de la anti-ética utilitarista, etc. ¡Cuando no la mitificación para con los pilares rectores del sistema reproductivo de las Relaciones de Producción capitalista! (administración, funcionariado, aparato de enseñanza, sanidad masiva, gestión estatal de las formas salariales indirecta y diferida…), idealizados hoy más que nunca como si estos fueran “los valuartes populares a restituir al Pueblo de la mano de su propia lucha” (movimientos ciudadanos articulándose desde el planteamiento conservador del Estado de Bienestar).
[ix] No basta con que la teoría abrace correctamente a la realidad, sino que es la realidad la que debe abrazar también a la teoría, tomándola en sus manos y realizándola” (Marx).
[x] Hipotéticamente, pues ya hemos visto por qué el planteamiento laboralista es un canto de sirenas cada vez más separado de hallar actos de refrendo y seguidismo en el seno de nuestra clase.
El autor de vice director del Diario Unidad