La ejemplar pero firme actitud pacífica de la oposición enceguece de furia a un régimen energúmeno
Rubén Osorio Canales
Para nadie es un secreto que el discurso del régimen se agotó, que en cualquier momento ese pueblo empobrecido y desabastecido que abrió los ojos, que vive expuesto a la humillación diaria de andar como alma en pena buscando sus alimentos, sus medicinas, con sed, sin luz, acosado por el hostigamiento de las fuerzas represoras, la inseguridad que genera la violencia de los pranes y sus pandillas en la calle sin recibir la protección debida, puede estallar.
Razones mucho más graves y contundentes que las que tuvo el pueblo aquel 27 de febrero asisten hoy a ese mismo pueblo para estallar, de eso no cabe la menor duda, pero si aquí no ha habido un estallido social capaz de hacer temblar por los cuatro costados al país entero, es gracias a una firme vocación democrática que ha preferido ver en el camino del voto las posibilidades de un cambio. Lo que no sabemos es, hasta cuándo.
Desde el miedo que lo perturba ante la sola idea de perder el poder, el régimen no parece advertir que cada día que pasa el lenguaje de la oposición y el lenguaje del pueblo se parecen más.
Que los reclamos y exigencias del pueblo están siendo atendidas por los diputados recién electos que tienen la mayoría, que las propuestas que vienen haciendo le han abierto los ojos al pueblo, que la lucha pacífica de esa bancada está siendo cada día más comprendida y que el pueblo ya comienza a ver en esos gladiadores de la democracia un aliado con el que vale la pena recorrer un camino difícil, prometedor y hermoso.
La ejemplar pero firme actitud pacífica de la oposición enceguece de furia a un régimen energúmeno, que no hace otra cosa que insultar, y dar palos de ciego sin atinar soluciones correctas. Todo lo que hace es errático, todo cuanto piensa como estrategia los descalifica y los deja cada día más solo. Todos los nombramientos que hace demuestran su proverbial incapacidad para gobernar.
Ministros presentados como salvadores que apenas duran días en el cargo, ministros erráticos que se atornillan para siempre con su mala gestión, funcionarios que a pesar de ser sospechosos de corrupción y pésimas gestiones, permanecen protegidos cuando no premiados y todo ello acompañado son excesivos signos de corrupción.
Todo eso lo observa el pueblo que comienza a entender que todo lo dicho durante estos diecisiete años, no ha servido sino para el engaño, el chantaje y la arbitrariedad. El pueblo ya sabe, desconfía y espera el momento para rugir democráticamente de nuevo.
Por eso el régimen no quiere repetir elecciones en Amazonas y le saca el cuerpo a la de gobernadores y alcaldes, ante la actitud cómplice del CNE. Ciertamente el régimen está desnudo.
Por su manera de actuar, Maduro y compañía no quieren entender que siendo el pueblo la primera y grande víctima de la crisis provocada por el modelo escogido y por sus malas decisiones, votó de manera aplastante para que en el país se produjera un cambio y que el mismo fuese pacífico y apegado a la Constitución.
El pueblo ha aprendido. Ahora sabe cuándo espera y cuándo actúa y es bueno que el régimen entienda que ya la paciencia popular se está agotando, que las elecciones del 6D fueron un preaviso y que ya cansado de tanto engaño, el pueblo ha comenzado a discutir en la calle lo relativo a su destino, y que esa es la pared impenetrable que no le va a permitir al régimen decisiones como las que toma el TSJ, violando claramente la Constitución.
Lo que está pasando en el país, de no darse ese cambio profundo, el protagonismo del pueblo se hará sentir. Ya el pueblo sabe que los anuncios hechos para “palear” la crisis que con urgencia se reclama, son más de la misma retórica perversa de todos estos años, la misma que nos trajo a este desastre.
Se avecinan tiempos demasiado difíciles, tiempos de indignación colectiva que no pueden tomar desprevenida a la unidad democrática, todo lo contrario. El pueblo, más temprano que tarde, téngalo el régimen por seguro, se hará escuchar y será protagonista porque ya no soporta seguir viviendo en la espeluznante inseguridad e incertidumbre que reina en el país, y porque de no hacerlo sabe que estaría condenado a soportar el peso de una depresión colectiva por la oportunidad perdida.