A la hora de buscar los responsables, nuestros políticos siempre han escurrido el bulto
Luis Fuenmayor Toro
Los actores principales, casi únicos, de la política venezolana actual mantienen un enfrentamiento discursivo muy virulento, cuyo propósito primordial es ganar la batalla por la aceptación de la opinión pública. Ninguna otra motivación existe en las conductas del Gobierno y de la MUD. Muy lejos de sus intereses está la situación de empobrecimiento en que se encuentra el país. Las lacras sociales existentes sólo tienen expresión dentro de una diatriba que las utiliza para descalificar al oponente, para responsabilizarlo de las mismas y para rechazar cualquier iniciativa que pretenda eliminarlas. La nefasta emergencia económica propuesta por el Gobierno no tenía como objeto enfrentar y corregir los desequilibrios existentes; su única motivación era lograr que la Asamblea Nacional la rechazara, como en efecto lo hizo, para descargar sobre la MUD las culpas de la eternización de la inflación, la escasez, la devaluación monetaria, el deterioro de todos los servicios, la insalubridad, la violencia, la corrupción y la impunidad. La tesis es polarizar para mantenerse.
En su desesperación post derrota electoral, la canalla gubernamental recurre a todo su ingenio y capacidad de mentir, para demostrar cosas como que asignarles la propiedad de la vivienda a los beneficiarios de las diferentes “misiones vivienda” es algo perverso, negativo y peligroso, a lo cual se tienen que oponer los propios beneficiados de esa legislación. Oír a Maduro explicar lo inexplicable, tratando de convencernos de que tener la propiedad de una vivienda es algo horroroso, es digno de una novela o película sobre el reino de la esquizofrenia. Ver una manifestación de unas 150 personas, supuestamente de la Misión Vivienda, gritando: “no queremos casas”, “no queremos propiedades”, “rechazamos ser propietarios”, “no aprueben esa ley”, no sólo es inaudito, sino que nos da una idea del desprecio del Gobierno por el bienestar de la población, además de constituir la prueba viviente de la necesidad de que tengan su título de propiedad, precisamente para evitar que los obliguen a manifestar incluso contra sus propios intereses.
Imagino que la aprobación de leyes que obligaran a una oportuna y suficiente prestación de servicios básicos como el agua, la electricidad, los teléfonos, las comunicaciones en general, así como de salud, educación, seguridad personal, sería respondida por el Gobierno “revolucionario y popular” del chavecismo con manifestaciones en los barrios que griten “no queremos agua”, “nos gusta la oscuridad”, “abajo los teléfonos” (celulares incluidos), “cierren esos hospitales”, “fuera los maestros y demás educadores”, “que nos asalten y nos maten”, “vivan los malandros”, “viva Iris Varela”… Vivimos, sin lugar a dudas, en un mundo al revés, el mundo del presidente Maduro y de sus ministros. Ni qué hablar de que se apruebe una nueva ley anticorrupción, que se sume a las miles existentes. Los manifestantes organizados por el Gobierno saldrían a exigir “respeto a los corruptos” y “larga vida a los deshonestos”.
Pero quien se la comió en relación a justificar lo injustificable fue el amigo Aristóbulo, nuestro flamante Vicepresidente Ejecutivo. En recientes declaraciones dijo algo como: “No fracasó la revolución” o “no fracasó el gobierno”, “fracasó el rentismo”. Quiso decir que el gobierno y el chavecismo, Maduro mismo, lo habían hecho muy bien, pero que un señor llamado “el rentismo” la había puesto, había sido un fracaso. Este ser sobrenatural, el rentismo, de alguna manera se le impuso a Maduro y lo obligó a hacer mal las cosas, a tomar medidas equivocadas. Otro tanto habría hecho con Chávez. No se sabe cómo, el señor “Rentismo” también se le impuso a Chávez. Y digo: “no se sabe cómo”, porque Chávez no permitía que nadie le objetara nada, ni siquiera en forma mínima y dentro de la mayor cortesía. Su soberbia se lo impedía. ¿Cómo lo hizo “el rentismo”? No lo sabemos, pero, en todo caso, según Aristóbulo, el señor “Rentismo” es el responsable del fracaso.
Este actor de la política venezolana, “el rentismo”, no sólo ha estado presente durante los 17 años de gobierno chaveco, sino que existe prácticamente desde hace un siglo, desde que se inició la explotación petrolera en Venezuela. Pero, actuando impunemente existe desde 1958, cuando ya el país era completamente urbano y tenía conciencia clara de lo que hacía con el petróleo. Luego, siguiendo a Aristóbulo podríamos decir que los gobiernos adecocopeyanos no fracasaron, que fueron exitosos, que quien fracasó fue “el rentismo”. La salsa que es buena para el pavo lo es también para la pava. Venezuela, entonces, ha tenido unos gobiernos excelentes desde 1958 para acá, sólo que “el rentismo”, un ente incorpóreo, omnipresente y omnipotente, se les ha impuesto a todos nuestros presidentes y demás gobernantes llevándolos a conducir el país basados solamente en la venta de materia prima, combustible fósil, petróleo crudo, en lugar de transformar el petróleo en productos de mayor valor agregado.
A la hora de buscar los responsables, nuestros políticos siempre han escurrido el bulto. En 1983, cuando el país quebró económicamente y se inició la devaluación monetaria que aún continúa, el liderazgo adecocopeyano hizo responsable de la crisis a la caída de los precios petroleros en el mercado internacional. La culpa no había sido de los gobernantes que dilapidaron una tremenda riqueza recibida por el aumento del precio petrolero, riqueza que llegó a 400 mil millones de dólares. La responsabilidad fue de la caída de los precios petroleros. Hoy es igual: la culpa no es de quienes botaron 1,3 billones de dólares, sino de la caída de los precios del petróleo. Les recuerdo que la crisis arrancó en 2012 y el precio del petróleo, en el primer semestre de ese año, era superior a los 100 dólares por barril. La realidad termina por descubrirlos a todos: a los farsantes actuales y a los farsantes anteriores.