La fracción mayoritaria de la Asamblea Nacional ha comenzado a hacer el ridículo, a desgastarse inútilmente
Absalón Méndez Cegarra
La palabra desestabilización es de uso frecuente en el lenguaje oficial del gobierno venezolano, al igual que la palabra injerencia. No hay acción alguna de la población venezolana, o, de lo que se denomina oposición política, en fin, la disidencia, que no sea calificada como desestabilizadora, y, en el mundo internacional, cualquier referencia al país, de inmediato, es calificada por el gobierno como injerencia en los asuntos internos; pero, lo contrario, es perfectamente válido, es decir, que el gobierno salga a defender, por ejemplo, a los mandatarios de Brasil, denunciados por corrupción, y, acusar a los Estados Unidos de América de conspiración contra la democracia brasilera, no es injerencia, se trata, simplemente, de apoyo y solidaridad internacional.
Un gobierno que a diario se siente amenazado y que todo le parezca acción desestabilizadora es un gobierno débil, tambaleante, carente de legalidad y legitimidad. El gobierno, por su propio bien, debe analizar profundamente qué cosas lo hacen sentir sin fuerza, sin apoyo, ni siquiera de sus propios adeptos. Al parecer la procesión va por dentro. La erosión y desmoronamiento gubernamental está en su propio seno. Como se decía antes, en la teoría marxista, que el capitalismo llevaba en su seno el germen de su propia destrucción. Ahora, las cosas han cambiado, quien lleva el germen de su propia destrucción, es el socialismo real, no otra cosa que ficciones del modo de producción socialista, buena excusa para el enriquecimiento personal a costa de la riqueza social producida y el empobrecimiento total de la población, pues, a juzgar por los hechos, la pobreza, la miseria de las masas populares, es el mejor ambiente para que nazca y crezca esa ficción socialista, revolucionaria, que lo destruye todo, menos la sed insaciable de poder y riqueza de un pequeño grupo, que, al contrario de lo que se pensaba y piensa teóricamente, nada tiene que ver con el proletariado ; pero, mucho con el nacimiento de una nueva casta, que, en buena hora, ha sido denominada “boliburguesía”, con una diferencia notable, la burguesía de otrora, creadora de empresas, industrias, innovadora, etc, se enriqueció mediante el trabajo y, también, la explotación de los trabajadores, en cambio, esta “boliburguesía” es abiertamente ladrona, parasitaria, corrupta y destructora.
En Venezuela, es necesario decirlo a los cuatro vientos, existe solo un factor de desestabilización del Estado de Derecho, el orden social y la convivencia pacífica de los venezolanos. Ese factor se denomina Poder Público Nacional y sus ramas separatorias. Quien, en la actualidad, conspira y atenta contra la estabilidad de la vida nacional, son las ramas ejecutiva, judicial, ciudadana y electoral del Poder Público, las cuales han montado una verdadera cayapa contra la rama legislativa, nada más y nada menos, que contra la legal y legítima representación del pueblo venezolano.
En el pasado reciente, cuando todo era hegemonía presidencial, y las ramas del Poder Público estaban subordinadas al Presidente de la República, las llamadas “mujeres del Presidente”, que llevó a la cárcel al periodista que tuvo la osadía de dar a la luz pública lo que toda la gente comentaba abiertamente, la Asamblea Nacional, como no hacía nada, no molestaba a nadie, toda su actuación era correcta, apegada estrictamente a la Constitución; pero, ahora, como dicha hegemonía ha comenzado a extinguirse, entonces, la Asamblea Nacional no representa al soberano, no tiene facultades legislativas ni de control de la Administración Pública Nacional. La comparecencia de los ciudadanos y de los funcionarios públicos a la Asamblea Nacional, cuando ésta es requerida por el órgano legislativo es obligatoria, y, su no comparecencia, se califica como desacato, al igual que ocurre cuando un ciudadano es citado por un Tribunal de la República o se niega cumplir con una medida judicial; sin embargo, los genios de la cabeza del Poder Judicial han decidido que tal acto no es obligatorio y el Poder Ciudadano ha prohibido a los Contralores asistir a la Asamblea Nacional sin autorización de la jefatura de dicho Poder. Así, las cosas, el Poder Legislativo, la representación constitucional y legal del pueblo soberano, la expresión cabal de la voluntad popular, es desconocida, ignorada y burlada por las restantes ramas del Poder Público, en una actuación desestabilizadora de la institucionalidad de la nación.
La fracción mayoritaria de la Asamblea Nacional, en nuestra modesta opinión, ha comenzado a hacer el ridículo, a desgastarse inútilmente en un teatro de comedia que ya comienza a surtir efectos negativos en la opinión pública. Han transcurrido más de noventa días desde la fecha de instalación de la nueva Asamblea Nacional y, ni uno sólo de sus actos ha contado con el apoyo y respaldo de las demás ramas del Poder Público, a todo evento, con excepción de la Ejecutiva, subordinadas o, al menos, designadas por el Poder Soberano que significa la representación popular. Bajo tales condiciones y circunstancias, ¿qué sentido tiene el seguir calentando asientos, curules, suele llamarse, en el palacio legislativo? La opereta debe terminar. Y, ahora, es que procede un parlamentarismo de calle, mejor dicho, un choque de trenes, un enfrentamiento abierto, franco y sincero entre la representación de la voluntad popular y sus entidades subordinadas. No es posible admitir que el Presidente de la República, aun, sin recibir una ley sancionada debidamente por el Poder Legislativo, la niegue, condene y rechace, ya, ni siquiera se molesta en hacer observaciones como lo ordena la Constitución, sino que procede a remitirla de inmediato al TSJ para que esta otra rama del Poder Público, la califique de inconstitucional. Tiene razón, entonces, esa revelación genial del Foro venezolano, diputado Pedro Carreño, cuando, con voz engolada, dice que los 54 diputados que conforman la bancada de la patria están allí para que los 109 diputados de la oposición, de la burguesía nacional, de los acólitos del imperialismo norteamericano, no se salgan del carril, violen el Estado de Derecho y la Constitución de la República, y, por lo que vemos, lo están logrando con creces, pues, hasta este momento, ha sido imposible que cuatro diputados electos, puedan tomar posesión de sus cargos y que la agenda parlamentaria de la nueva mayoría pueda ser desarrollada con éxito. En consecuencia, la minoría parlamentaria es la que sigue marcando la pauta de la vida nacional, desestabilizando el cuerpo entero de la nación.