No hay dudas que por lo menos el 85 por ciento de los venezolanos quiere salir del payaso trucado en policía llamado Maduro
Manuel Malaver
Aunque Maduro no fue específico para motivar las razones del “Estado de Excepción” que decretó el viernes en la noche, ni mucho menos para establecer las garantías que suspende, es evidente que se trata de otra engañifa jurídica aérea y especiosa de un Gobierno al margen de la ley, y decididamente dictatorial, que trata a toda costa de espantar sus pánicos sintiéndose fuerte a la hora de reprimir y atropellar.
En otras palabras: que vendrá más empeño en desalojar las calles de manifestantes y protestas contra el CNE y contra el hambre por parte de cuerpos policiales, militares y paramilitares, allanamientos, detenciones forzosas, torturas, persecuciones, restricciones contra la libertad de expresión y el libre tránsito y de todo cuanto revele que Maduro es el jefe de una pandilla aislada, debilitada y asustada porque presiente el empujón final.
Hay miedo, en definitiva, entre Maduro y su élite de civiles y militares corruptos y narcotraficantes, aterrados ante el Referendo Revocatorio que la oposición democrática puso a marchar con el “Firmazo” del 27 de abril y que, no obstante el boicot gubernamental, es ya una realidad que rueda por toda Venezuela.
Y con la clara intención de aplastar a Maduro y sus narcosocialistas, pues no hay un solo día sin que en ciudades, pueblos y carreteras no sucedan actos que revelan la decisión de los venezolanos de poner fin al peor gobierno que han sufrido en toda su historia.
Por eso, vías tomadas, saqueos en bodegas, mercados y supermercados, y la convocatoria a hacerse presente en las calles para obligar al CNE a cumplir los lapsos del Referendo, son el pan de cada día en un país que se retuerce de hambre, mientras el “presidente de ninguna parte” procede a raspar la olla y trasladar al exterior el oro y los pocos bienes que quedan del atraco.
Porque, hay hambre en Venezuela, y no es una rareza ver por las noches, o a cualquier hora del día, hombres y mujeres, de todas las edades, sexo, y condición procurándose mendrugos en los desperdicios de la basura que han pasado a ser la única despensa disponible para los más y aun no tan pobres.
Y si no, fíjense en las enormes colas que, de uno a otro rincón del país y sin que la noche, la lluvia o la represión las aplaque, es la rutina básica entre millones de personas para los cuales no existe otra obligación más importante que ir a mendigar mendrugos entre guardias armados que, por el más mínimo amago de protestar, los atropellan.
Como puede suceder, igualmente, en farmacias, hospitales y clínicas, donde las medicinas y la atención médica desaparecieron, pues, el gobierno dejó de producir e importar las primeras y, en cuanto a la segunda, ni personal, ni equipos, ni camas están disponibles para que los enfermos de cualquier dolencia puedan soñar en que el Seguro Social, o cualquier institución gubernamental, cumplirá con la obligación constitucional de atenderlos.
Otra cosa es la seguridad personal y colectiva de los ciudadanos, abandonada por el gobierno a manos de pandillas de criminales y pranes, que, a cambio de apoyo, se les paga disponiendo de las vidas y haciendas de cuantos se les atraviesan en el camino.
De ahí que, Venezuela, como cualquier otro país en los que se ha impuesto a la fuerza el llamado sistema socialista, sea hoy una sociedad donde los hambrientos, los enfermos y los desamparados pasan a ser mayoría que, por sus escandalosas condiciones de vulnerabilidad, pasan a ser las víctimas preferidas de un gobierno que está destruyendo la República para convertirse en la única referencia del Estado-Nación.
No hay comida, no hay medicinas, no hay trabajo, no hay seguridad, la hiperinflación destruye la capacidad del dinero para ser un bien transable, pero si existen cuerpos policiales, de inteligencia y de represión bien armados, bien dotados y bien entrenados para enfrentar y atropellar a quienes tienen el coraje, la valentía y la decisión de desafiarlos.
Y también dicen que existe una Fuerza Armada, un Ejército, una Armada, y una Fuerza Aérea, pera cada vez más como elementos de utilería del Estado-Nación, o instrumentos disuasivos para que la población no se mueva y permita la ocupación hacia donde las llevado la destrucción del país: proteger al narcotráfico y la corrupción que se han convertido en los sustitutos o sucedáneos de la producción de riqueza,
Ah, y un presidente que llaman Maduro, un individuo de ninguna parte por cuanto no se conoce su nacionalidad de origen, tampoco su grado de instrucción, profesión, ni calificaciones por las cuales la mafia narcosocialista que lideraban Chávez, Raúl y Fidel Castro le dieron como herencia la administración de los despojos de Venezuela.
Una nulidad que, no obstante, hace bien “su trabajo”, porque, para obedecer órdenes no se requieren otros dones que ser un payaso resentido que, si no puede provocar risas, provoca lágrimas.
El espécimen que superó a Chávez en las infamias que, en el más corto tiempo, se le han inferido a Venezuela, y continúa ahí, sin ninguna vergüenza, vociferando que es el presidente, cuando todo sabemos que es el instrumento o herramienta de una mafia de delincuentes globales que se extiende por todo el Caribe, Sur, Centroamérica, Europa y el Medio Oriente.
Es el hombre del Decreto del viernes en la noche, cuya motivación ni objetivos están precisados, pero que se puede asegurar apareció para extremar la represión contra el Referendo Revocatorio, darle garantías a pandillas como las del CNE, TSJ y la Fiscalía para que continúen violando la Constitución y de que no volverá a ocurrir otro 6D en que ocho millones de electores le gritaron a las mafias que su tiempo había terminado y tenían, que entregar el gobierno a la decencia representada en la oposición democrática.
Por las buenas, como se ha pretendido consecutivamente en llamados que se han realizado en los últimos cinco meses para que Maduro cambie la política económica y alivie el sufrimiento de los venezolanos, respete la Constitución y formalice un conjunto de medidas para que los venezolanos en detención forzosa regresen a sus hogares, así como los exiliados y los que son objetos de persecución, acoso y retaliación.
O por la presión del Referendo Revocatorio, que es una solución política y definitiva a la que permisa la Constitución cuando grupos de electores convienen que un presidente los ha defraudado y pueden, mediante consulta popular, decidir si se queda o se va.
Y no hay dudas que por lo menos el 85 por ciento de los venezolanos quiere salir del payaso trucado en policía llamado Maduro, de un indolente y agente de otra ruina económica del socialismo conocida como Cuba, cuyos jefes, por razones que no procede analizar en este artículo, le han ordenado continuar en Venezuela la destrucción que ya cumplieron en la isla de Martí los nonagenarios de la ultima gerontocracia del planeta.
En otras palabras: que Maduro, Cabello, Padrino López, Ramírez, Rodríguez, y demás miembros de la pandilla o mafia se sienten con el agua al cuello, en trance de que otro pronunciamiento electoral, constitucional, y pacífico como el 6D los saque del poder, y todos conocemos que los fundamentalistas marxistas prefieren desaparecer de este mundo ante que las clases populares le digan NO a una utopía que es una invención inhumana que solo favorece la instauración de dictaduras despiadadas, corruptas, despreciables y criminales.