Quiero mostrar aquí el sentido ordenado de los colores de los cinturones en Kyokushin, cuya secuencia metaforiza el DO, o “camino” del karateka
Tamer Sarkis Fernández
Se dice de los campesinos pioneros en la práctica artística marcial, que su cinturón evolucionaba en tonalidades del blanco hacia el negro, al oscurecerse con el paso del tiempo, con la experiencia, con el saber.
Era creencia compartida que en el cinturón residía el espíritu del artista marcial, y que, por eso, no había que lavarlo jamás. Con la creación del Dojo como espacio físico y comunidad de practicantes, se inicia el desarrollo de sistemas cromáticos de gradación. En El Kyokushin, tenemos el siguiente:
BLANCO: Es la inocencia, la ausencia de conocimiento, la pureza entrañada en la indeterminación de quien puede devenir cualquier cosa dependiendo de cómo cultive su Do.
NARANJA: Es el amanecer, el sol naciente ambarino. El karateka se despierta y todo lo que tiene de novicio lo tiene también de pasión y candor: es rojiza llama.
AZUL: El karateka está ya zambullido en un viaje que es como el mar, carente de fronteras físicas, de límites ni acotaciones. El gran viaje, que acaba de empezar, es pura amplitud oceánica. No hay sujeciones para un karateka que en esta etapa se halla intentándolo todo, probándolo todo, un poco “encabritado”. Sempai le habla y le aconseja, pero sus buenos consejos son a menudo piedrecillas que se pierden en lo profundo del agua agitada, pues, aunque el conocimiento del karateka es aún muy escaso, él desea probar por sí mismo cómo es todo.
AMARILLO: El amarillo es resplandor, brillantez, pulcritud técnica. El karateka ha llegado a puerto de ese ancho periplo de ensayos, y esa práctica le ha dado fruto, le ha forjado. El karateka no está aún en condiciones de comprender y albergar en sí el arte marcial como Totalidad armónica, y ni mucho menos de ejecutarla. Sin embargo, el limitado abanico de técnicas que maneja, las ejecuta bien. El Dojo -la personalidad común compartida- ya se ha ido, a fuerza de práctica, especificando y particularizando en él como particularidad: se le ven unos puntos fuertes, unas predilecciones, un estar propio, un estilo, unas promesas aún por materializarse.
VERDE: Es esperanza y fertilidad, cualidad de germinar y de producir. Hasta ahora, la Maestría había sido una idea, y llegar a ella casi un Mito. Pero con el tiempo ha devenido Horizonte real, y meta.
MARRÓN: Es el contrapunto dialéctico que equilibra lo encarnado en el verde. Si el verde ha quedado en el espíritu, como ilusión y fe de Maestría, el marrón conserva e incorpora aquel estado interior pero a la vez lo supera. El marrón es tierra, arraigo en el Dojo y en el Do propio y colectivo (se han echado raíces). Es realismo, estabilidad, el estar ubicado con firmeza a la solidez de conocimientos propios y de perspectivas. El karateka ha alcanzado seguridad integral a propósito de su Horizonte de Maestría, al valorar radicalmente su sentido y su valor. Pero, juntamente por ello, no es iluso. Es modesto, realista, ha abandonado ya cualquier signo de orgullo falso y de auto-complacencia. Pues ha aprendido lo bastante como para haber comprendido que hay mucho más aún por aprender y por recorrer (consciencia del DO). Cuanto más sabe y domina, mayor es su auto-conciencia de pequeñez respecto de la Totalidad artística marcial.
NEGRO: Conocimiento y Maestría. A partir de aquí, los grados ya no reciben el nombre de KYU, sino de DAN. Cada DAN es expresado como línea dorada que se le borda al cinturón. Desde 3er DAN, el karateka es Sensei. Desde 7º DAN, Shihan. Sosai significa un estadio aún de mayor sabiduría. El DO no tiene punto final, ni tampoco el número de DAN (infinito).
Para ciertas escuelas tradicionales de jiu-jitsu japonés, la progresión es ascendente, pero cíclica, así que el color rojo sucede al negro y, tras el rojo, uno vuelve a blanco, aunque en un escalón superior de la escalera. Y así una y otra vez, sin límite. La Maestría suprema, desde esta cosmovisión “en espiral”, resulta ser siempre una Maestría relativa, dimensional. El cinturón negro o incluso el cinturón rojo no afrontan todavía el reto que el cinturón blanco divisa cuando ha llegado ya a plantarse sobre otro tramo distinto del DO. Esta cosmovisión muestra que el Maestro tiene -no ya carencia- sino absoluta ausencia de conocimiento en relación a cierta dimensión siempre por recorrer. Esta cosmovisión opone, en fin, la verdad de la relatividad -y por ende de la humildad- a la arrogación de auto-importancia.