Sin realización del Programa revolucionario no puede empezar a ser aplicado el Programa reivindicativo
Tamer Sarkis Fernández
1. La perspectiva de negar el Capital y sólo así poder construir un mundo nuevo: ésa es la substancia del carácter de clase proletario, y no la posición socio-económica que empuja a luchar por asirse contra una evolución que empuja a tambalearse de ella.
El carácter de clase de la actividad política es definido con arreglo a la perspectiva y a la función objetiva de tal actividad (sin ignorar la dialéctica entre ambas dimensiones). Los comunistas nos hallamos en el núcleo de la clase, independientemente de la posición socio-económica de tal o cual comunista, de la mayoría o de todos ellos. Considérese que estas dos últimas hipótesis (mayoría o todos los comunistas de extracto socio-económico no proletario) son imposibles dado la relación existente entre lo objetivo y lo subjetivo y, por tanto, dado el papel jugado por la infraestructura socio-económica en la activación de los procesos vitales a través de los que arranca la chispa que posee a un comunista en potencia y que lo anima a llegar a formarse como comunista.
Pero lo mismo da: si se llegaran estas hipótesis últimas a cumplir, en esos casos también la política de los comunistas (“de salón”, o “de burgueses”, dirán los obreristas con todas sus resonancias empiristas) enciende a la clase como clase no meramente con consciencia de sí y con disposición a actuar para sí (clase del capitalismo), sino como clase sintonizada con su auto-trascendencia revolucionaria. Sin esa conversión de los comunistas en fuerza política que define -transitoriamente y con apertura a la discusión, obviamente- el Programa de la Dictadura del proletariado al tiempo que define un horizonte de transformación social -que no es utópico, pues se deduce de la negación de los patrones substanciales del capitalismo- que implique una auténtica denuncia del capitalismo mediante su desvalorización por otra concepción de la vida en todas sus dimensiones, en lugar de practicar una mera descripción positivista de las disfunciones del sistema y de su trayectoria decadente; sin ese trabajo en el seno de la clase y en particular en el epicentro de su carácter de clase revolucionaria, no puede haber intervención porque no hay sujeto interventor. Luego vendrá ir a la lucha de clases para revolucionarla a ella misma, pero primero hay que ser fuerza.
Por otro lado, hiper-valorar el movimiento de lucha por condiciones considerándolo el marco en el que moverse -a contracorriente del sentido del propio movimiento-, es subestimar a las masas proletarias que no se ponen “en lucha” pensando que ellas no están “todavía” en disposición de “recibirnos”, como si la lucha económica fuera una especie de estadio intermedio de maduración. Al revés: la “pasividad” no es en este caso una carencia con arreglo a la lucha de auto-defensa, sino que implica cierta comprensión en torno al carácter objetivo de la “inoperancia” proletaria para “encarrilar” mínimamente la llamada “correlación de fuerzas”. De esa dimensión de luchas esas masas proletarias están ausentes no simplemente por cosificación contemplativa y adaptativa a “los hechos”, sino que, contradictoriamente, esa ausencia es una deserción producto de un aprendizaje empírico y de una memoria proletaria. A los escarmentados, más que a los ilusos, hay que ir, porque lo que parece “la Vanguardia todavía atrapada en la lucha por condiciones” es a menudo la retaguardia posibilista del proletariado, su auténtica “capa más atrasada”.
2. ¿Aplicación de un Programa reivindicativo anteriormente a la constitución del proletariado en clase dominante y así anteriormente a la consumación de la primera fase programática de la revolución?: ¡ja, señores kautskistas!
Entiendo que un Programa reivindicativo toma al Estado capitalista como el objeto central al que forzar mediante la lucha proletaria, porque en el terreno de la pura lucha de empresa, aquello que pueda ser conseguido es correlativo al hecho de que soportamos precisamente una economía de empresa y a cada una de éstas debemos someterlas a cerco proletario con límite variable según la capacidad y las condiciones específicas, lo que excluye la idea de un Programa de fines (sí, en cambio, admite la idea de un Programa de orientación a la coordinación y a la acción). Bien: el despliegue de los contenidos de un tal Programa de transformaciones en las condiciones, encuentra como condición sine qua non a la Dictadura del proletariado. Sólo entonces pueden empezar a ser corregidas las condiciones que pesan sobre nosotros, no como fin en sí, sino como elemento favorecedor de la implicación de las masas en la transformación objetiva de las prácticas sociales de producción y en su transformación como sujetos. Esta última posibilita la transformación objetiva, irrealizable sin la re-valorización de la producción que rompa con el nihilismo dominante que la encierra en ser pensada como un asunto “lamentablemente necesario”; como el trámite que ha de preceder al producto, a la Reproducción Social y a la “verdadera vida” como hedonismo que el nihilismo nos pinta.
Lo contrario -plantear el Programa reivindicativo como objeto de lucha, en lugar de como su fruto socialista- es pretender que se puede forzar con traducción substancial de re-definición de condiciones no a tal o cual empresario o capitalista, sino a la maquinaria que diagnostica las necesidades de la Reproducción ampliada y despliega la política, los proyectos “sociales” y las leyes necesarias a esa necesidad. Obviamente, leyes y condiciones se pueden modificar, pero, dado que el capitalismo es un sistema, el trastocamiento de una dimensión de la actuación estatal en favor del proletariado, será compensado en otras dimensiones de las maneras que sean precisas para que el sistema no abandone su equilibrio (precario equilibrio para el proletariado, tan precario como tengan que diseñarlo). Ocurre igual con la relación entre dinero circulante y precios, por lo que la redistribución monetaria o una mayor emisión ni traen capacidad adquisitiva proletaria ni solucionan al Capital la sobreproducción de mercancías y capitales.
No importa que quisiéramos aplicar ese programa nosotros mismos, convencidos de que los partidos burgueses no lo tienen en su agenda ni pueden aplicarlo tampoco por su identidad misma con el Capital en intereses, en composición y, dicho de una vez, en carácter de clase. Esa pretensión supondría nuestro abandono del comunismo y nuestra inmersión en el campo político de la burguesía (el ejemplo paradigmático de esto es cualquier partido trotskista y su programa a implementar al tomar la política, es decir, al hacerse con el control abstracto -jurídico y de gestión- sobre su base material de recursos de funcionamiento -que son recursos solamente con arreglo a las funciones que les son inextricables-: kautskismo sin más).
De modo que sin realización del Programa revolucionario no puede empezar a ser aplicado el Programa reivindicativo y, por tanto, aquello que es presentado como “un paso previo y necesario” por el comunismo evolucionista que traza un arco de progresos desde la lucha económica a la adopción por el proletariado de “su” cualidad potencial política, es en realidad la política consecuente al significado de nuestra toma del poder, así como la política consecuente a la capacidad de los comunistas por hacer prevalecer la perspectiva del comunismo en la lucha de clases durante la Dictadura del proletariado (contra la ideología dominante y contra la ideología pequeño burguesa, pero también contra la ideología proletaria de dominación mecánica de clase sin tender a su propia superación). Y por hacer prevalecer la perspectiva del comunismo en la lucha por ganar al proletariado contra todas las clases y capas que le hablarán de una “armonía de intereses” como ideología de sustentación para encuadrarlo en el proyecto corporativo de Estado popular “pluri-clasista” (contra el proletariado en realidad, pues puede fortalecerlo e incluso aventajarlo comparativamente, pero en ningún caso es un Estado que opera por nuestra disolución revolucionaria como clase).