La resurrección de la Organización de Estados Americanos busca apartar a los dictadores cubanos y venezolanos que quisieron destruirla
Manuel Malaver
No es poca la hazaña que se anotó la oposición democrática venezolana al lograr, después de 17 años de esfuerzos, que la organización regional creada para ser garante de la institucionalidad democrática en el continente, la OEA, decidiera al fin “examinar” el “Caso de la Dictadura de Maduro” y decidir, en base a pruebas, qué hacer con tamaña abominación de la política y la historia.
Y que sufre de manera atroz el pueblo de Venezuela, ya que, al par de desovillarse a través de simulaciones, trampas y engañifas para lucir medianamente democrática o semidemocrática, contó con los tres billones de dólares del ciclo alcista de los precios del crudo (2004-2008), que Chávez, el fundador del modelo, usó a discreción para corromper gobiernos, partidos, líderes, personalidades e instituciones y lograr que la “democracia” fuera casi una “mala palabra” en la región.
Fueron años tristes, muy tristes para la OEA, asaltada desde adentro por agentes de sus enemigos históricos, los dictadores de Cuba, Fidel y Raúl Castro, los cuales, encabezados por el aprendiz de neototalitarismo, Hugo Chávez, emprendieron la tarea de vejarla, pisotearla, humillarla y, al final, destruirla para sustituirla por miniOEAs parapeteadas “a su mandar”.
Es un pasado perturbador que merecería ser extirpado de la memoria como los sarcomas y las fístulas, pero cuyos grandes cráteres bullen como para no ser olvidados, y el primero, es aquel Secretario General, José Miguel Insulza, que pasó ocho años convertido en la alfombra donde los dictadorzuelos Chávez, Ortega, Correa y Morales se lustraban las botas.
Insulza fue el maestro de ceremonias de aquella tragicomedia con la que Chávez, Lula, Cristina Kirchner, Raúl Castro, Ortega, Correa y Morales quisieron defenestrar al presidente de Honduras, Roberto Micheletti, quien, había destituido al títere de los Castro y de Chávez, Manuel Zelaya, pero para dejar claro que, cuando la democracia decide defenderse, no hay quien la derrote.
Lección que también debió haber recibido el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, del que cuenta la analista, Mary Anastasia O, Grady, de WSJ, anduvo con los neototalitarios queriendo callar la única voz digna entre los presidentes de América en aquellos aciagos momentos: Roberto Micheletti.
Pero, quizá, el peor recuerdo de aquella OEA fue no haber prestado oídos a los demócratas de Venezuela y de la región que, desde todos los ángulos y perspectivas, gritaron que se hundía la democracia, y era necesaria una acción valiente y sin pausas para que la libertad volviera a brillar en el continente que la creó y ofreció al mundo: las Américas.
Ese día llegó con el cambio de rumbo económico y político que significó la caída de los precios del petróleo, el derrumbe de la cotización de las materias primas en los mercados mundiales y la revelación de que, el auge pasajero del populismo y el socialismo, no había servido sino para entronizar dictaduras y semidictaduras.
Y primera que ninguna, la de Nicolás Maduro en Venezuela, un fruto podrido del “Socialismo del Siglo XXI” y sus promotores, los dictadores Castro de Cuba y Hugo Chávez, quienes, solo se fijaron en su currículum como un agente obsecuente del G2 cubano, para nombrarlo sucesor del teniente coronel después que abandonó este mundo,
Y Maduro ha cumplido -¿qué duda cabe?-, pues empezó trasladando más de la mitad de las reservas en dólares y oro del BCV a la isla caribeña y después ha seguido al pie de la letra sus instrucciones para reprimir a la oposición y convertir a la patria de Bolívar en una colonia del comunismo estalinista en su versión tropical.
Hay hambre en Venezuela en estos días y muerte de enfermos en las calles por falta de medicinas y en ello juega un papel central el papel de este lacayo y sus cómplices que, no se detienen en hacer del país fundador de la libertad en Sudamérica un centro de esclavitud no diferente al que crearon los traficantes culpables del crimen de haber destruido la mitad de África.
Pero la historia arregla cuentas y las de este artículo encuentran un punto de inflexión cuando, desplomados los precios de las materias primas, las mentiras de los populismos y los socialismos quedaron al descubierto y de los mismos solo quedan un reguero de dictaduras deshilachadas y autoritarismos folklóricos que, en su mayoría, esperan por su acta de defunción, o por sentencias que deben encarcelarlos por corruptelas sin límites, ni medidas,
Consecuencia de estos cambios es la nueva OEA, la cual, derrotadas las fantasmagorías que agitaron los Castro y Chávez para destruirla, tales el Alba, la Unasur y la Celac, ha retomado su papel como una trinchera impenetrable donde solo las democracias pueden aspirar su membresía y las dictaduras disfrazadas expulsadas de su seno.
Es necesario destacar la estelaridad que ha jugado en su recuperación el nuevo Secretario General, Luis Almagro, quien ha calado con agudeza en la calaña neototaliaria y militarista de la dictadura de Maduro y la ha enfrentado sin ambages para que no continúe infamando la democracia de América y el mundo.
El “Informe Almagro” sobre el “Caso Maduro”, presentado el jueves en el Consejo Permanente de la OEA, para que, de acuerdo al artículo 20 de la organización sea esta instancia la que resuelva y tome la decisión final, sin duda que, es la mejor calificación que se debe atribuir a su autor y la mejor apuesta porque pronto institución volverá a lucir los principios para los que fue creada: defender la democracia y el Estado de Derecho.
No será fácil, porque debemos concluir que la peste populista y neototalitaria sigue infestando en diversos grados a los gobierno de los países que la integran, pero sin que se nos escape que será transitorio, pues los vientos de la libertad vuelven a rugir en el subcontinente, acorralando y asfixiando a sus enemigos.
Para muestra, el pronunciamiento de los cancilleres que, en el Consejo Permanente del jueves, de una parte, votaron por el Secretario General para que presentara su Informe, y de la otra, apoyaron la tesis de Maduro de que el diálogo que propugna su gobierno, es la salida, y no el Referendo Revocatorio para solucionar la crisis que carcome la estabilidad y viabilidad de la nación venezolana.
Conviene detenerse en las propuestas, pues el referendo revocatorio es un mandato constitucional al que puede recurrir un porcentaje de electores para exigir que el período del presidente sea interrumpido si juzga que no aplica para continuar ejerciéndolo y debe ser sustituido por otro electo de acuerdo a la voluntad popular.
El diálogo, por el contrario, es una medida de política “no constitucional”, típica invención neototalitaria y madurista, según la cual, lo que procede es instrumentar un diálogo sin agenda ni plazos, y Maduro “gane tiempo” para que prescriban los lapsos de un referendo que perdería con el 80 por ciento de los votos.
De modo que, juego cerrado para que el madurismo permanezca en el poder hasta el 2019, y quizá más, porque está en la genética de estos socialistas totalitarios no irse jamás del poder y fundar dinastías para que sus hijos, nietos, y biznietos gobiernen por siglos, como se ha visto en los casos de Corea del Norte y posiblemente en Cuba.
Pero no lo ven así hijuelos del populismo sudamericano como el presidente argentino, Mauricio Macri, quien, no obstante haber derrotado en las pasadas elecciones de su país a la dinastía de la familia Kirchner, en la OEA votó porque en Venezuela reine la de los Maduro.
Podríamos citar otras incongruencias, pero lo que queremos rescatar y destacar es la resurrección de la OEA y cómo su primera manifestación de vida es enterrar a los dictadores cubanos y venezolanos que quisieron destruirla y fracasaron porque la oposición venezolana y la santa caída de los precios de las materias primas, determinaron que las masas que claman por igualdad, justicia y libertad en todo el continente, se rebelaran y le abrieran de nuevo los brazos a la democracia.