Seamos como Muhammad Alí, un modelo de hombre futuro que por sus actos, es sin duda el más elevado
Jesús Silva R.
El 3 de junio de 2016 falleció a los 74 años Muhammad Ali, el más grande ser humano que se haya dedicado al deporte. En efecto Alí fue mucho más que un boxeador, fue el héroe de millones de personas y entre tales me encuentro. Gracias Alí por darnos momentos inolvidables con tus proezas, como cuando hace 20 años mis lágrimas de emoción respondieron al momento de tu aparición en TV prendiendo la antorcha de las olimpiadas de Atlanta 1996, venciendo los temblores de la enfermedad de Parkinson (del cual jamás se comprobó que fuera consecuencia del boxeo).
Recientemente le rendimos tributo. Ahora, como reconocimiento a este gran defensor de los derechos humanos, presento un balance de su lado humano, de quien se hizo conocer como: The greatest of all time (el más grande de todos los tiempos).
Alí, ex Cassius Clay, quien se diera a conocer como el campeón mundial de boxeo en 1964, cambió su nombre y adoptó la religión islámica. Pero su fama mayor nacería cuando se negó a participar en la guerra de Vietnam, argumentando sus convicciones sociales y antiimperialistas.
La resistencia consciente de Alí, en su negativa de irse a la guerra, constituyó un acto político de implicaciones trascendentales: Ante el mundo, era el cuestionamiento de un ciudadano hacia el país supuestamente modelo de democracia en la época de la guerra fría. Y era, además, la sorprendente renuncia de un joven venido de la exclusión social y racial, a los placeres de fama y fortuna que le ofrecía la alta sociedad estadounidense.
Al mismo tiempo, la justicia del todopoderoso Estado yanqui lo mantuvo amenazado a cinco años de cárcel en un proceso que llegaría hasta la máxima instancia y que lo obligó a pagar una costosa defensa de abogados y libertad bajo fianza. Lo despojaron de su título deportivo, fue difamado y satanizado por los grandes medios de comunicación como “comunista”, delincuente y traidor a la patria. Se le prohibió ejercer su profesión, así como salir del país. Para Alí, en la primera línea de batalla, fueron años en que sufriría la ruina económica total, la calumnia, el racismo y el aislamiento.
Alí dijo: “Por qué este Gobierno me pide ponerme un uniforme y viajar diez mil millas a descargar bombas y balas sobre los amarillos de Vietnam mientras los negros de acá somos tratados como perros. Si yo pensara que ir a la guerra le daría libertad e igualdad a los millones de negros de mi pueblo, no tendrían que reclutarme, yo me les uniría mañana mismo. Pero yo realmente no tengo nada que perder al mantener mis principios, ya los negros hemos estado encarcelados por cuatrocientos años”.
En el siglo XXI, en pleno recrudecimiento de la lucha de clases a escala mundial, como defensor de los trabajadores, he podido constatar que el pueblo tiene muchos héroes anónimos que resisten frente la opresión patronal capitalista, en las fábricas, en los campos, en todos sus espacios de acción; siento que a ellos debe ir especialmente este mensaje: Muchas veces la vida nos plantea peculiares ironías, verbigracia, nuestra purificación personal, debiendo vivir temporalmente en reductos que concentran los más atrasado del pensamiento humano.
Es entonces cuando debemos alzar aun más nuestras banderas, elevar la formación ideológica y la conciencia de clase, organizarnos como colectivo de lucha, porque lo subjetivo y lo objetivo forman parte de la realidad. Tan cierta es una adversa correlación de fuerzas en un régimen transitorio, como cierta es la voluntad de las mentes que se resisten a ella y actúan para transformar la realidad.
Seamos como Muhammad Alí, un modelo de hombre futuro que por sus actos, es sin duda el más elevado, un individuo que nutre a la escuela de relaciones humanas, rumbo a una sociedad sin explotadores ni explotados.