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Editorial | Infinita tristeza

Hospitales por el suelo, lamentos en las colas para comprar comida, gente hurgando la basura; es la dolorosa cotidianidad


EDE

Las élites en el poder creen entender lo que ocurre en el país, como si fuera posible leer la realidad sentado en un despacho, desde la comodidad de una camioneta blindada, con escoltas, privilegios, comida a la carta asegurada.

La élite, ese diminuto grupo que decide el futuro de millones, porque en una mala hora tomó el poder en un asalto silencioso, es insensible ante el dolor de las mayorías, es irrespetuosa, además. Miembros del cogollo se paran ante la ONU a decir, con cifras de 2005, que en el país todos comemos tres veces al día.

Mienten, lo hacen con descaro, lo hacen adrede, porque no quieren perder las prebendas que ellos creen les corresponden por los siglos de los siglos.

Son una cúpula sedienta de poder que, temerosos como están de que llegue el fin, atropella y con su irresponsabilidad destroza lo que tomó años, décadas, construir.

Los hospitales son una vergüenza para el gentilicio, el aparato productivo es un fantasma devorado por el rentismo y la corrupción de la pandilla es un signo que los perseguirá por siempre. Aún con el agua al cuello sigue robando, porque están enfermos.

Así es la codicia que los tiene en estado terminal, que nos ha traído hasta este desastre. Infinita tristeza produce ver cómo los mendigos brotan de todos lados, profundo dolor genera saber que el futuro, los niños, están signados a tener menos oportunidades por culpa del mal gobierno, malestar provoca saber que el sistema se ha convertido en un devorador de trabajadores, que el salario no vale nada y que los atajos son la solución para una sociedad cada vez más desigual.

Retrocedimos tanto que somos irreconocibles. Mientras usted hace sacrificios, ellos hacen compras de víveres en el exterior, con dinero mal habido, y aquí no pasa nada.

Se quieren eternizar para no rendir cuentas nunca y algunos buscan ya negociar un salvoconducto, por si, como se escucha en cada rincón, finalmente les llega la hora.