Pocos pudieron imaginar que a la vuelta de un par de años Maduro convertiría al chavismo en una indiscutible minoría
Oscar Battaglini
A medida que se ha venido angostando la capacidad política de la burocracia chavista, pero sobre todo su capacidad de maniobra político-electoral, en esa misma medida se han ido acentuando, cada vez más, las aberraciones que la caracterizan: su esencia antidemocrática (autocrática y totalitaria); su militarismo exacerbado; su carácter altamente represivo; su propensión incontenible a simular y a mentir sin escrúpulo alguno.
Decimos esto porque en el seno de esa abyecta burocracia existen algunos individuos que son verdaderos profesionales de esas prácticas envilecidas, que no sólo le mienten al país, sino que con mucha frecuencia le mienten también a sus propios partidarios, y lo que es peor, ellos mismos se creen sus propias mentiras; su determinación de hacer un uso del poder al margen de la ley, sin sujeción alguna a lo establecido en la Constitución y en las leyes de la República, su tendencia en fin, a gobernar dictatorialmente, etcétera.
Eso es lo que ha venido ocurriendo después de los resultados electorales del 6D, los cuales pusieron de manifiesto los cambios cualitativos y cuantitativos que se han producido en el imaginario político de la sociedad venezolana y en la correlación de fuerzas que habían regido en su seno por más de tres lustros.
Con la desaparición de su mentor, realmente pocos pudieron imaginar que a la vuelta de un par de años Maduro convertiría al chavismo en una indiscutible minoría. (Revisen las encuestas; a Maduro no lo quieren ni en su casa).
Esto significa, de la manera más categórica, que el “proyecto chavista”, no sólo ha pasado a ser una opción política minoritaria (escuálida), sino que ha perdido definitivamente la condición de fuerza hegemónica que tuvo hasta hace poco.
La forma como le ha sido arrebatado el control omnímodo que durante años ejerció sobre la Asamblea Nacional, es la mejor, más contundente e incontrovertible demostración de que eso es exactamente así.
Si a alguien no se le escapa esta nueva realidad política, es precisamente a la burocracia chavista que ha comenzado a percibir con horror que esta nueva correlación de fuerzas le impone un límite riguroso a su permanencia en el poder, que en el mejor de los casos no será mayor que el tiempo que le queda a Maduro en la presidencia de la República.
Cumplido ese tiempo, obligatoriamente deberán realizarse sin falta, elecciones presidenciales, que desde ya puede afirmarse, no tendrán un resultado distinto al del 6D.
Dicho resultado, que se ha convertido en una verdadera obsesión para el chavismo-madurismo, viene siendo manejado públicamente por éste, mediante una versión con la que se le intenta banalizar al presentarlo como un hecho de carácter circunstancial que en cualquier momento pudieran revertir a su favor.
Pero, el madurismo sabe perfectamente que eso no es verdad, mienten y se engañan a sí mismos; saben que eso es imposible y saben también que lo ocurrido el 6D seguirá repitiéndose inevitablemente en cada oportunidad en la que la solución de los problemas políticos de la Nación, deban pasar por el tamiz del ejercicio de la soberanía popular.
Esta es la razón de fondo por la que ahora el chavismo-madurismo no quiere oír hablar de ningún tipo de elecciones. Por eso se opone rabiosa e intransigentemente no sólo a la realización del referendo revocatorio presidencial que se adelanta en el país, sino a la elección de alcaldes y gobernadores.
Esa es la razón -es necesario insistir en esto- por la que se ve forzado a renegar de uno de los contenidos más democráticos de la Constitución que ellos mismos hicieron, el RR.
Como su objetivo básico es mantenerse en el poder de la forma que sea, no le importa aparecer ante la opinión pública defendiendo una posición política reaccionaria y oponiéndose a la aplicación de un principio democrático ante la pésima gestión de gobierno (¡tronco de revolucionarios!).
Lo cierto de todo es que la situación política en la que hemos entrado está muy clara, podría afirmarse que el conflicto político en desarrollo ha llegado a un punto de no retorno.
En esas circunstancias, lo democráticamente procedente es poner en práctica uno de los tantos mecanismos que contempla la Constitución, para que sea la opinión mayoritaria del pueblo la que le encuentre y le dé una salida conveniente a la situación planteada.
Uno de estos mecanismos es precisamente el referendo revocatorio, al que, cómo se recordará, se sometió Chávez en el año 2004 y del que salió fortalecido políticamente.
En esta oportunidad la actitud del madurismo es muy diferente.
Ante la certeza de una inminente y abrumadora derrota, ha escogido el camino de oponerse a la consulta referendaria, mediante la puesta en práctica de toda una serie de maniobras urdidas y puestas en práctica con la complicidad del CNE y el apuntalamiento del TSJ, que hacen negatorias la posibilidad de su realización este mismo año, como es la legítima aspiración de sus proponentes en la oposición, que ha respondido a tales maniobras con una movilización de calle, que, al mejor estilo adeco, ha sido severamente bloqueada por la represión policial y militar del gobierno madurista, que finalmente no logró impedir su realización.
Mientras esto ocurre, distintos voceros gubernamentales, comenzando por el vicepresidente, han declarado a los cuatro vientos y de manera insistente, que aquí no se realizará ningún referendo revocatorio, (léase Aristóbulo, Diosdado, Jorge Rodríguez, etcétera) con lo cual se evidencia el giro cada vez más autoritario que ha ido adquiriendo el gobierno de Maduro, prevalido de la fuerza militar que le sustenta, y su disposición a bloquear todas las vías conducentes a una posible salida constitucional de la crisis política planteada en el país.
Lo previsible entonces, es que esta actitud del madurismo, no sólo agudice la crisis política, sino que pueda propiciar la inclusión del elemento violencia en el desarrollo del conflicto.
Cabe señalar que todo esto se produce en medio del agravamiento creciente del deterioro de las condiciones de vida de la población venezolana.
Por otra parte, el Gobierno ha anunciado una serie de medidas económicas supuestamente dirigidas a combatir esa situación, pero después de haber transcurrido un tiempo considerable, los venezolanos hemos podido comprobar que esos esfuerzos han resultado completamente inútiles.
Esa es una de las consecuencias de las políticas de un Gobierno contumaz que, tanto por ineptitud, como por razones ideológicas, persiste en el error de pretender resolver un problema sin que ello implique incidir sobre su causalidad.
Por lo pronto el pueblo venezolano y sus dirigentes deben seguir insistiendo incansablemente en la realización -este mismo año- del referendo revocatorio presidencial.
Se está ante una situación en la que el tiempo no juega, a pesar de algunas apariencias inmediatas, a favor de quienes han secuestrado y ejercido despóticamente el poder, para imponernos por vía coercitiva, la desgracia que hoy estamos padeciendo todos los venezolanos.