Hay violencia, mucha violencia en Margarita, las estadísticas revelan crecimientos exponenciales en asesinatos, robos, atracos, secuestros, y toda suerte de ilícitos
Manuel Malaver
Desde que me conozco, la Virgen del Valle, fue siempre el centro de la religiosidad de los margariteños, y por extensión, de los orientales de Venezuela, que, descendiendo en una proporción asombrosa de los marinos y agricultores de la isla, han llevado por el mundo la que también podría llamarse “la virgen viajera”.
Un ícono, una idea, un sentimiento, un toque, una conexión que, independiente de los adverbios de tiempo y lugar en que nos encontremos, está siempre, aquí, en el corazón, para reconocernos, abrazarnos y respetarnos.
Y sobre todo, ese 8 de septiembre, día de la Virgen, cuando margariteños, orientales y venezolanos de todos los rincones, cruzan el aire y el mar, y, con sus esperanzas, emociones y devociones se presentan al santuario de la Virgen, en el Valle del Espíritu Santo, donde sobran intimidad, alegría y paz para sentir que hemos pisado tierra sagrada.
Siempre me ha sorprendido que la Virgen sea venerada en el Valle del Espíritu Santo, porque de verdad, si hay un lugar en el tierra con el nombre, la frescura y los paisajes para guardar una imagen divina, es este que los margariteños llamamos, sencillamente, “el Valle”.
Uno de mis recuerdos más lejanos me viene, precisamente, de una peregrinación “al Valle”, desde mi pueblo de San Sebastián de Tacarigua, por un camino de tierra, entre una multitud de parroquianos que iba y venía, con mis abuelos, primos, tíos y entre olores de mar, playa y flores que la memoria alcanza a reencontrar.
De mi infancia, me vienen esos días, y de mi juventud también, y de mi adultez mucho más, cuando avatares aparte, siempre supe que en el Valle del Espíritu Santo tenía un santuario para la confesión, la comunión y la reconciliación.
“Compai”, nos decía recientemente un margariteño de fina estampa, el imprescindible, Luís García Mora, a Francisco Suniaga y a mí, “nunca pude con la Virgen del Valle, muchos libros, mucha filosofía, mucha universidad, pero jamás me acosté sin rezar a la Virgen del Valle”
Una señal hondad de identidad, Luís, solo apta para iniciados y que Francisco y yo recibimos como quien comparte un piñonate recién salido de los hornos de San Juan Bautista o La Asunción.
Identidad, pudo agregar, que está por encima de circunstancialidades políticas, de diferencias ideológicas, y particularismos de estilo, como que atañe al hombre eterno, al alma inmortal que, por cósmica, se enfrenta al misterio y lo resuelve con un roce lejano, pero íntimo, con la divinidad.
Lo cual no quiere decir que, la Virgen del Valle, no sea una margariteña más, una que hace empanadas, canta, cocina, baila, pelea, se ríe, calla, grita y se arremanga la falda para ayudar a “su hombre” a coser la atarraya en la playa.
Pero, por sobre todo, la Virgen del Valle, cuida de sus hijos y de su isla, los protege y abriga en tiempos en que, todas las desgracias se han despeñado sobre su territorio y hoy, como en ningún otro momento de su historia, emigrar no es una opción, porque toda la Tierra Firme tiembla bajo el hacha de la pobreza, la desigualdad, las injusticias, la violencia, el odio, la división y la muerte.
No hay agua, no hay luz, no hay seguridad y conseguir comida y medicinas en Margarita es una hazaña diaria que los aparta, los restringe, de sus quehaceres más humanamente creativos, como la artesanía, la música, la poesía, la pintura, la dulcería, y esos cantos que, dirigidos a la luna, hacen de las noches una fiesta de amantes y cocuyos.
Una rareza en comparación de otras épocas: hay violencia, mucha violencia en Margarita, las estadísticas revelan crecimientos exponenciales en asesinatos, robos, atracos, secuestros, y toda suerte de ilícitos con drogas y lavado de dinero.
Violencia en la cual, participan descaradamente agentes de los cuerpos policiales y sus jefes que, no pocas se unen a pranes con quienes llevan a cabo el siniestro negocio de que, los delincuentes no reciben castigo, porque ya están instalados en las cárceles.
Sin hablar de la violencia política que, se lleva a cabo en una suerte de apartheid, porque la ejercen una centena de funcionarios públicos y del partido de gobierno, contra el 80 por ciento de la población.
Recientemente, el dos se septiembre pasado, hubo en Margarita un acto de violencia que le dio la vuelta al mundo, uno que colocó a la isla, y a una urbanización Villa Rosa, en las cercanías de Porlamar, en el ten top de las redes sociales y de los medios impresos y audiovisuales nacionales e internacionales.
Podría recordar el momento exacto de la noche en que lo supe, -el dos de septiembre pasado, ya dije-, un día después del 1Sep y también la velocidad con que cronometré se difundió por Venezuela, América y el mundo.
Una hora y ya se sabía que en Margarita, en la urbanización Villa Rosa, de las cercanías de Porlamar, cientos de manifestantes habían sorprendido a Maduro saludando a unos compinches y, acto seguido, le cayeron a cacerolazos, lo golpearon, lo insultaron y lo hicieron correr hacia unas camionetotas en las que siguió rumbo a Caracas.
Déjenme saborear otra vez el momento, es historia, es literatura, es mito, es leyenda: unos ciudadanos de a pie, sorprenden en una calle al hombre más poderoso del país, al más mal hablado, al violento por naturaleza, el que amenaza a todo el mundo y le propinan una golpiza de las buenas, porque es de aquellas, en que los débiles castigan a los fuertes, a los poderosos.
He oído con mucha atención las imágenes y el audio de las grabaciones que se hicieron y no se oye a Maduro decir “ni pío”.
También se dice que se fajó a pelear con una de las “doñitas” que lo golpeó, pero yo solo lo vi corriendo y a toda prisa.
O lo que es lo mismo: estaba aterrado, asustado, perturbado y conmovido hasta Dios sabe dónde. Y eso que, 24 horas antes, le había mentado dos veces la madre, al presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, en una concentración oficialista.
Otra lectura es que, solo insulta cuando está rodeado de militarotes, de los matones de Reverol o Bernal, porque si lo sorprenden en la calle, aunque sean una señoras entradas en edad, echa a correr.
Fue, desde luego, uno de esos actos de justicia que raras veces nos trae la historia, y que no se ven, ni en las películas, porque los mismos jamás se ejecutan con espontaneidad, y menos por las personas directamente afectadas por las maldades de los criminales y los patanes.
Pero a Maduro le sucedió, en la Urbanización Villa Rosa, de la cercanías de Porlamar, más por un milagro que por una consecuencia de la política, o una falla de la seguridad o una conspiración de sus enemigos, que determinó que el causante principal de la muerte por hambre, falta de medicinas y de seguridad de los venezolanos, sintiera en carne propia lo que sienten aquellos que en cualquier momento pueden perder sus vidas.
Porque, !olvídenlo!, Maduro estaba aterrado, quizá a punto de llorar, o de arrodillarse a pedir perdón, y sin darse cuenta que no se trababa de criminales de los que comanda Reverol o Bernal, sino de unas cuantas “doñitas” que le expresaron el rechazo y el desprecio que le merece a toda Venezuela.
Y que, dicen por allá, es imposible no contara con la aprobación y aplauso de la Virgen del Valle, la cual, aunque piadosa y clemente por su naturaleza divina, no pudo mostrarse indiferente cuando su gente le cobró sus villanías a Maduro aunque fuera con unas ollas.
A agradecérselo, seguramente, viajó como todos los años a Margarita, a la festividades de la Virgen, el gobernador de Miranda y excandidato presidencial, Henrique Capriles, un devotísimo cristiano y del culto mariano que prácticamente le ha confiado su carrera política a la Virgen de los Marineros y es un admirador sin límites del pueblo a quien Dios dio la oportunidad de castigar en persona al presidente más infame y criminal de cuantos ha tenido Venezuela.
Pero Capriles fue impedido durante cuatro horas de salir del aeropuerto de Margarita durante la tarde y la noche del siete, porque las bandas armadas de Maduro y el gobernador Mata Figueroa, no permitían su desplazamiento fuera del terminal, y solo a la medianoche del ocho, día de la Virgen, pudo salir para dirigirse al santuario del Valle del Espíritu Santo, a rezar y rogarle a la Virgen porque este mismo año Venezuela salga de la pesadilla madurista y con el Referendo Revocatorio.
“Lo lograrán”, cuenta que le dijo la Virgen “pero solo si mantienen el espíritu de los habitantes de Villa Rosa. Ellos mostraron el camino”.