Hay mucho sufrimiento en los países de América Latina donde ha plantado de nuevo tienda la también llamada utopía roja y marxista
Manuel Malaver
No es que le niegue a Su Santidad el papa Francisco, el derecho que le asiste –como a cualquier ser humano- de tener sus embelecos políticos, a simpatizar más allá de lo deseable con personajes carismáticos y peligrosos y que, de vez en cuando, deslice críticas contra los poderosos que, sorprendentemente, siempre encuentra del lado económico y no del político e ideológico.
Tal por ejemplo, cuando denuncia al capitalismo, la economía de mercado, la democracia liberal y el individualismo como el origen y fuente de todos los males de la sociedad contemporánea (pobreza, guerras, injusticias, desigualdad), mientras soslaya la ruindad que se sufre en países sobrevivientes del comunismo como Cuba y Corea del Norte, y creo que, hasta evita estar correctamente informado sobre que el horror que, lenta, pero implacablemente, está dejando el “Socialismo del Siglo XXI” en países América del Sur como Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Bolivia.
No es una contradicción tolerable, no solo en un Papa, sino en cualquiera de los ciudadanos hijos de la Iglesia de Cristo que, dicen las estadísticas, se cuentan en mil millones de creyentes, porque la doctrina católica es, esencialmente, una mano tendida hacia los que sufren que, pueden encontrarse entre todas las clases, razas, credos, géneros, países y continentes.
Y hay mucho sufrimiento en los países de América Latina donde ha plantado de nuevo tienda la también llamada utopía roja y marxista y cuya carta de presentación es la promesa de establecer el Reino de Dios en la tierra, mientras, realmente, la convierte en un infierno.
Literalmente, en un amasijo de violaciones de los derechos humanos, de retrocesos, de alaridos hacia épocas oscuras, primarias y rupestres , a caídas de la calidad de vida deficitaria pero tolerable de los siglos XX y XXI al caos rural y promiscuo del XIX, y restauración de aquellas de dictaduras bananeras que hicieron de la región, hasta muy entrados los 50, el tema favorito de novelistas, poetas, dramaturgos y cineastas que, por todas las formas, quisieron demostrar que no habíamos dejado la barbarie.
Pero que, sorprendentemente, no conducen al Papa a los tiempos de Herodes El Grande, sino hacia aquel cristianismo primitivo tan reporterilmente contado en “Los Hechos”, y que, no solo nos narran el martirio de San Esteban, sino la vida “en común” de las primeras comunidades cristianas donde “todo era de todos”, los viajes de Pablo por el Mediterráneo contando la llegada del “Dios Desconocido” y las supercherías de Simón, el Mago, quien se negaba a admitir que la nueva fe era un acontecimiento terrenal, positivo y certificable y, en ningún sentido, adscrita a milagros que corrompían la eterna humildad que, con la duda, es la piedra angular de la razón.
Pero, ¡qué casualidad!, es el cristianismo que le gustaba a Federico Engels, quien le dedicó páginas memorables, y a Karl Kautsky, el -marxista más marxista antes de Lenin-, el cual sostiene en su “Historia del Cristianismo” que, prácticamente, contiene las raíces del materialismo histórico y el materialismo dialéctico y, desde luego, a los padres Gustavo Gutiérrez, Rubén Alves, Juan Carlos Scannone, Carlos Mugica, Jerónimo Podestá, Leonardo Boff y otros fundadores de la contemporánea, “Teología de la Liberación”.
Y en el último párrafo, ya estamos señalando lo que podemos llamar “el malestar del papado de Francisco”, pues, siendo argentino y porteño y de la generación de sacerdotes sudamericanos que tanto haría para involucrar a la Iglesia en el descubrimiento del llamado “Cristo Histórico”, era imposible que no se sintiera inmerso en una propuesta tan pagana y arbitraria, como folklorizante y anacrónica.
Sería largo referirme a la “Segunda Revolución Franciscana” en la historia de la Iglesia (la primera fue la de San Francisco de Asís (1181-1182) durante el primer encuentro del Medioevo con el humanismo filosófico y el naturalismo en las ciencias), pero no hay dudas que se propone, como la anterior, provocar una ristra de cataclismos en cadena, de la cual, surja una Iglesia, no tanto renovada, como adulterada.
Para empezar, San Francisco de Asís, inició su aventura desde las capas más humildes de la Iglesia del norte de Italia y si hay un detalle que contribuyó, más que ningún otro, a difundir, proyectar y, finalmente, establecer su mensaje, es que bajo ningún respecto buscó subvertir el poder político y religioso de su tiempo, sino atraerlo y convencerlo.
El Francisco de Buenos Aires, por el contrario, es el poder, un inmenso poder (el politólogo venezolano, Moisés Naím, dice en una obra reciente, “El Fin del Poder” ( Random House Mondadori S.A. Barcelona. 2013), que está “entre los seis grandes poderes del mundo global”), pero no por el poder político, económico y tecnológico que concentra, sino por el poder espiritual que ejerce sobre un mil millones de católicos repartidos por todo el planeta.
Y entre los cuales hay ricos y pobres, negros y blancos, burgueses y proletarios, santos y pecadores, culpables e inocentes, -y hasta descarriados que por sus precarias condiciones de vida se ven forzados a vivir, no de acuerdo a las enseñanzas de Cristo sino de los imperativos de Satanás-, y a todos debería hablarles y abrazar Francisco por igual, como prescribió Nuestro Señor en su “Amaos los unos a los otros”, como un principio crucial fundador de la solidaridad, la hermandad, el amor, y el perdón cristiano.
Que es también la piedra sobre la cual se afinca la defensa de los derechos humanos como un valor moral, teologal y eclesial, pilares también de la diversidad y la inclusión por las cuales el Papa, no solo debe ser el primer protector, sino el primer luchador.
Y que solo pueden realizarse plenamente en la sociedad abierta, en aquella en que el ciudadano es primero que el estado, el individuo que el colectivo, y la ley que el gobernante.
En las sociedades libres, democráticas y de estado de derecho, definitivamente, que se cimientan en los Evangelios en versículos fundacionales como “Al César lo que es del César y a Dios lo que es Dios” y “Mi Reino no este mundo”.
Por todo ello, no puede sino extrañarme que el Francisco de Buenos Aires, a diferencia del Francisco de Asís, ande postulando la pobreza como una virtud teologal, preparatoria del acceso a la beatitud del paraíso, cuando en verdad se trata de una desgracia social para cuya superación Dios ayudó al hombre con la creación de sistemas políticos y económicos plurales, pacíficos y electorales y de avances educativos, científicos y tecnológicos para que pudiera ser superada.
Pobres y ateísmo hubo en la Rusia Soviética de Lenin y Stalin, en la China Comunista de Mao Tse Tung, en los países del Europa del Este, y en Cuba, Vietnam y Corea del Norte y puede decirse que fueron multiplicados por una reingeniería monstruosa para ser perversamente manipulados por los dictadores feroces del socialismo.
Y los hay actualmente en la otrora rica Venezuela, según los socialistas Chávez y Maduro fueron adueñándose del país para convertirlo en un conuco donde los únicos productos que se pueden cosechar son polvo y viento.
Y mucha represión Papa Francisco, violaciones de los derechos humanos, hiperinflación, escasez de alimentos y medicinas, presos políticos, torturas, seguramente no en la escala, pero si en la progresión de las que usted sufrió durante los tiempos en que fue sacerdote en Argentina y los dictadores Videla y Gualtieri casi asesinan el sueño.
Estuvieron en las últimas semanas por aquí, en Caracas, unos enviados papales, dijeron que a promover un diálogo gobierno-oposición, y en realidad estuvieron muy efectivos, porque en menos del 15 días, se logró un Acuerdo, según mi opinión, totalmente favorable al dictador Maduro y contrario a los intereses de la oposición.
Y por una razón muy sencilla, para llegar al mismo, la oposición fue obligada a suspender políticas que le eran irreemplazables como el juicio político a Maduro, y una marcha a Miraflores, no para derrocar a Maduro sino para exigirle cumpliera el Referendo Revocatorio, en tanto que a Maduro, no se le pidieron concesiones sino que continuaron y reforzaron las políticas que traían.
Para culminar, el Acuerdo está prácticamente en el limbo, el gobierno de Maduro no lo cumple, o lo cumple por cuenta gotas y el Vaticano hace muy poco por defender o jugársela en una declaración donde, si no se le amenaza con la excomunión porque no es cristiano ni católico, al menos, le acuse de boicotear el diálogo, de patear la mesa y que la oposición queda en libertad de continuar la agenda política que tanto miedo le provocaron a Maduro que tuvo que viajar a Roma a protegerse bajo la sotana del Papa.
No es por nada Papa Francisco, pero como me recuerda su actuación en Caracas a la que tuvo en Cuba como facilitador de los frustrados acuerdos Obama-Raúl Castro durante el 2014, y un año después, en el 2015, en La Paz, cuando durante una visita pastoral, Evo Morales, lo hizo participar en un acto donde le hizo el bochorno de regalarle un Cristo orlado con la “La Hoz y el Martillo”.
“La Hoz y el Martillo”, las herramientas diabólicas que más hicieron para destruir en el siglo XX la Iglesia de Cristo.