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La dimensión inconfesable

imperialismo

Grandes fijaciones y grandes ausencias del régimen de saber imperialista en disciplinas sociales


Tamer Sarkis Fernández

EL PROVECHO UBICUO

Los paradigmas académicos dominantes en disciplinas sociales -el positivismo y el posmodernismo- tienen a la fuerza que proyectar, en el objeto de estudio, su propio Ser de gigantescos artefactos instrumentales. De ello resulta su ramplona medición de las prácticas sociales en general y de las prácticas de producción en particular, en una regla graduada de finalidades subjetivas, intersubjetivas o social-lógicas. Enmiendo lo que a primera vista pueda parecer pura analogía psicoanalítica: esta auto-proyección academicista no es fundamentalmente un ejercicio de abuso subjetivo por el que estos paradigmas leyeran la realidad distorsionándola al cifrarla con el lenguaje de su propio Ser. Se trata, más bien, de un ejercicio “objetivo” por el que estos aparatos cognitivos financiados, premiados, institucionalizados, y, en una palabra, hechos para operacionalizar o codificar útilmente fragmentos de realidad y emitir este acondicionamiento a otras instituciones, en efecto se interesan por y van a buscar cuanto verdaderamente se comporta contenido en la lógica del provecho. De resultas, una parcialidad aislada por esta escisión metodológica conforma el Universo susceptible de entrar a la maquinaria lectora, inexistiendo lo demás.

Lo demás (el gasto y el auto-gasto en sociedad, lo sagrado como trascendencia de la pretensión…) ni tan siquiera entra a pasar por este sujeto de conocimiento tan nutrido y tecnificado por unos Presupuestos de Tesorerías “occidentales” que en un siglo haninvertido simétricamente las proporciones percentuales respectivas destinadas al púlpito clerical y a la investigación académica. ¿Por qué será tal viraje? En el declive imperialista, las clases dominantes tienen que ahogar a toda costa cualquier atisbo de conocimiento que tomara por cuestión “vocacional” –por la razón de su Ser- comprender el movimiento material objetivo que subyace unitariamente a tanto y aparentemente tan inconexo “pedazo” de existencia y actividad. No en vano, un conocimiento así sería portador de crítica a esa unidad subyacente. A las burguesías imperialistas (asalariadas o no) les conviene acallar la concepción de lo real como sistema: “Aquí no hay más sistema que el capitalista”, que por ser el único deja automáticamente de ser sistema y pasa a ser El orden.

Así, siendo elidido el sistema actuante articulador de los Modos de Producción, articulador también de las condiciones para su reemplazo y, en fin, articulador de sus contradicciones inmanentes con responsabilidad sobre los aspectos cualitativos de la existencia -y en este periodo concretamente sobre el deterioro de estos-, el “máximo” gesto totalizador por parte del conocimiento social burgués (estructural-funcionalismo) será el de postular el epifenómeno sociológico “coherente” al nivel de la estructura social. Como si fuera él la ultima ratio de las sociedades al tiempo que el entramado unitario y armónico resultante de fundir en los moldes de dispositivos y de Instituciones a una complejidad de necesidades que con ellos obtienen respuesta.

POSITIVISMO: DIVORCIAR CIENCIA Y MOVIMIENTO HISTÓRICO

El positivismo nació con la vocación de objetivar una realidad u otra –de resolver uno u otro objeto de estudio- y de contribuir al buen o a mejor funcionamiento de las cosas, con la producción cognoscitiva y con la suministración de bases aplicativas para tecnología, la política, la ingeniería social (o no social). En esa pragmática se inscribe ese paradigma, pues no hay substrato subyacente o no hay substrato subyacente comprensible (según versiones) que iluminar. Todo lo que hay, a ojos del positivismo, es “mediaciones”, por decirlo como Lukács. Aquello que deja al positivismo fuera de todo interés científico en ver un más allá a dichas “mediaciones”, es aquello que lo incapacita para ver ese más allá epistémico: sería avistar las fuerzas y las dinámicas objetivas fundamentadoras/demoledoras del andamiaje existente y de su apariencia de coseidad. Ese tener que afrontar la interpelación de una realidad cuyo Ser se anunciara descifrable en términos ya no cósico-legales, sino en calidad de leyes gubernativas de su propia fluidez, forzaría al positivismo a “abandonar las armas” de la cosificación y auto-liquidarse, o bien a descubrirse cínicamente como lo que es: un ultra-congelante de la conciencia en relación al movimiento histórico (movimiento del que la conciencia misma forma parte inelidible a pesar de todo).

Ya en la secuenciación comtiana y medido por el rasero del “Estadio Positivo”, que debería instituirse[1], el conocimiento “especulativo”, “metafísico filosófico” y “lógico” propio del “Estadio Racional” aparecía como lo que a él habían sido las “espontaneidades” interpretativas del “Estadio Teológico”, que también hubo de ser reemplazado. “Orden y Progreso” será la divisa comtiana. Y Durkheim prescribirá “Tratar los Hechos sociales como cosas”.

El propio desarrollo del Modo de Producción capitalista determinará que sea promovido y financiado el revival de la primera divisa como neo-positivismo con su bandera de “despolitización” del conocimiento, “independencia” científica y “realismo”. Nada de comprender el sistema material determinante del devenir social que a su vez se concreta en manifestaciones problemáticas y desagradables. Porque las últimas pasarían además a ser sonrojantes si dejaran de ser vistas en su “fragmentariedad” tanto como a lo sumo dependientes de “entramados causales concretos, distintivos” y corregibles con intervención político-científica progresista. Pero lo que más preocupaba y preocupa a fortiori en el contexto actual de decadencia, es que ese auto-avergonzamiento publicado por parte de “la clase del orden” habría de venir acompañado de su conclusión consciente: “No hay solución sin revolución”.

Con el positivismo, el ejercicio cognoscitivo pasa a consistir en trazar líneas de causalidad que se pierden en el horizonte de las Variables experimentalmente aprehensibles (el Hecho positivo), “línea de fuga” que coincide con el horizonte de lo manipulable en el sentido de manejable utilitariamente. Póngase un ejemplo perteneciente a las investigaciones sobre producción: persiguiendo una burguesía de sector industrial cualquiera incrementar la productividad[2], sus economistas a sueldo idean nuevos métodos de trabajo que, al significar el aislamiento recíproco entre obreros en la fábrica, tienen que ser métodos legislados bajo la forma de un Derecho Laboral que, entre otras cosas, permita echar al obrero no plegado a determinados mecanismos disciplinarios que son ejercidos in situ. Es decir: un fenómeno de Economía Política salta a transformarse en Política Económica. El análisis económico político positivista medirá con científica rigurosidad cuantitativa los alcances efectivos de la introducción de este método[3].

Todos estos Hechos positivos que miden la realidad del método de trabajo serán inventariados y expuestos organizadamente, siéndoseles asignado rango de causalidad. Flamante apología numérica del Progreso “técnico y social”, donde incluso se da cabida a afirmar que la causa principal de la innovación era procurar “el bien de los trabajadores y su interés”, pues es un hecho que desde la misma se les ha podido subir el salario sin ruptura de coherencia con ese Dictador de las condiciones y política laborales que es “la competitividad”. Y es que, en efecto, la burguesía estaba buscando obtener esos datos matemáticos –algunos de ellos con prioridad a otros, claro- no fundamentalmente en las tablas elaboradas por el positivista, sino en la realidad misma que llega a ser científicamente referida[4]. Ésa era su motivación.

Pero la causalidad real del método laboral en cuestión introducido en la fábrica se ubica en otro orden: el de la determinación compuesta por las leyes que gobiernan el Modo de Producción, y cuyo comportamiento está sujeto a su propia historia, la que a su vez se comporta también (aunque no básicamente) en tanto que producto dialéctico[5] de las dinámicas encendidas en la producción, es decir, de aquello que ocurre concretamente en el seno de la producción (así por ejemplo, de este método laboral introducido y jurídicamente protegido). Ello significa que una epistemología genuinamente alternativa, no ceñida al producto cognitivo necesario a los usos de la clase dominante y al producto cognitivo funcional a disimular la contradictoriedad de su orden, por supuesto que no deja de lado el fenómeno ni se desinteresa de éste por tenerlo meramente como “superficialidad”; al contrario, es la única epistemología que lo toma radicalmente, esto es, en su dialéctica con el movimiento subyacente del que es parte, y parte activa, pues lo afecta a él. Debe tratarse, así, de una epistemología literalmente comprensiva (“abrazar” en su voz original griega). No desdeña la visión del fenómeno, sino que una epistemología radical busca de éste su teoría, o su “visión interna”, en palabras de Einstein. “Toda forma es forma de un contenido” (Marx).

Esa materialidad dinámica subyacente en la que se inscriben el fenómeno medido (la nueva organización y procedimientos en el trabajo) y sus gloriosas pseudo-causas legitimadoras, siendo precisamente ella la esencia problemática del mundo social burgués sobre el que esta clase se ve obligada a buscarse las posturas de equilibrio, resulta ser ella misma histórica tanto en aquello que fue la formación de sus componentes vertebrales como en lo que respecta a la condición crítica substancial de su movimiento, al no ser éste último, en el fondo, más que momento interno de un devenir histórico global. A este orden de causalidad, por ser orden regulador de la descomposición de lo compuesto al disponerlo a afirmación, la burguesía en su conjunto de clase institucional-cognoscitivamente organizada no puede identificarlo[6] y cuando lo intuye por medio de algunos de sus elementos, estos no quieren percibirlo, ni es un orden que se preste a su uso ni por tanto va a construir la burguesía artefactos epistemológicos hechos a ocuparse de él.

A su vez, al no aparecer epistemológicamente la historia en términos de una dinámica material que funda tipos de sociedades (la sociedad feudal, la sociedad capitalista…) y que también las deshace al llevarlas a decadencia como fase intrínseca de su propio desarrollo al tiempo que ese propio desarrollo histórico del tipo de sociedad significa inextricablemente la producción de sus fuerzas de superación[7], el efecto lógico de esta omisión epistemológica es el particularismo sociológico con su atribución correspondiente de “tabula rasa” al sujeto social. Como las sociedades han sido divorciadas cognoscitivamente de su condición de tipo socio-histórico (comunista, despótico, esclavista, feudal, capitalista, comunista), el nivel epifenoménico de “estructura social” es cognoscitivamente objeto de aislamiento y autonomización; la diversidad estructural que diferencia entre sí a un abanico de sociedades del mismo tipo es contemplada como diversidad esencial, y el sujeto como puro producto “de su sociedad”, página en blanco que la estructura escribiría.

Los componentes relativistas y de justificación ideológica internos a la consideración descrita, son claros: el sujeto funciona por definición por y para su sociedad, que no entraña en sí principio histórico de disolución (pues se la ha desgajado de su correspondencia, junto a otras compositivamente distintas en su estructura, en sus Instituciones sociales y en sus expresiones culturales, a un Modo de Producción). Y si la Categoría que rige a la producción del sujeto ha sido reducida desde lo socio-histórico a lo puramente sociológico -entendiéndose aquí lo sociológico como un conjunto de condiciones particulares de subjetivación desde una estructura y sus procesos de mutación re-ajustadores o alteradores de la composición estructural-, entonces el sujeto representa ser una entidad des-atribuida de una actividad objetiva a la que la historia da lugar en una sociedad o en otra a través del desarrollo del tipo social al que tanto la realidad estructural como la subjetiva pertenecen (el Modo de Producción). Actividad objetiva de los sujetos a la que una posición concreta de estos en la estructura justamente hace cualitativamente transformadora (es decir, transformadora del tipo de sociedad), llegada la clase a un marco posibilitador (no asegurador) constituido por el grado de desarrollo del tipo, y que por supuesto no determina que la actividad objetiva logre imponer su cualidad transformadora: decisividad de los factores políticos; de los factores de consciencia; de la capacidad de organizar políticamente el ejercicio de la violencia –especialmente en los casos históricos tanto de la burguesía por sus limitaciones en cuanto a poder político en el seno del feudalismo, como a fortiori del proletariado-; de la situación internacional –especialmente en el caso del proletariado frente al capitalismo- y de cuál es la balanza de fuerzas de las clases a ése nivel; etc.

POSMODERNISMO, O IDEALIZAR Y UBICAR LA MICRO-FLORA IDENTITARIA FRUTO DE LA DESCOMPOSICIÓN

El postmodernismo no hará más que “rematar la jugada” tanto del particularismo sociológico en calidad de matriz en que el sujeto y su actividad se generarían desde cero, como “la jugada” de la ideología sociologista que corta metodológicamente y en sus explicaciones la sujeción real, del devenir epifenoménico sociológico, al movimiento histórico expresándose a través del desarrollo inter-societal del Modo de Producción, que es desde luego también un desarrollo supra-“social” (si consideramos el término “social” desde esa concepción que esencializa la “distintividad” de uno u otro “caso” por el acto científico de constatar en relación a él una estructura “particular”). Y ello lo hará, el postmodernismo, negando: por un lado, que la sociedad sea algo más o substancialmente no reductible a un surtido de campos de juego, de identificación, de negociación o de conflicto, más o menos separados, más o menos en interacción y en intersección (idea de los “espacios intersticiales”, donde el sujeto se refugia de una lógica en que él queda inserto o que lo atenaza o amenaza, porque ésta queda allí bloqueada, contrarrestada o “hibridada” por otra lógica); y negando, por otro lado, que la historia sea algo distinto a una sucesión cronológica de acontecimientos y de sucesos, como máximo no ajena –o no siempre ajena, según vertientes postmodernas- a concatenaciones causales “de ámbito próximo”.

Retomando la cuestión del positivismo, esa especialización funcional y “distinción” entre lo que es real y lo que no habría de ser más que “el mito de lo noumenal”, o “lo noumenal que no intersecciona con nuestra actividad en lo real ni por consiguiente con nuestra necesidad de conocimiento”, tuvo su correlato paradigmático en la ciencia experimental (sí: no fue al revés). No sólo la realidad al nivel del microcosmos es incognoscible porque su mera puesta en relación con el sujeto y su instrumental de investigación altera su comportamiento, tal y como certeramente anunciaba el principio de Incertidumbre. Aquello afirmado a partir de cierto momento posterior es que la realidad microcósmica misma es azar, independiente de unas condiciones que la demarcaran, condiciones inscritas en un conjunto distante entre sí pero común de paraderos macrocósmicos. El universo deja de ser “cosmos”, orden inmanente, cuyo movimiento auto-pautado estuviera en permeabilidad con los procesos sociales. Tanto da el ser de la naturaleza; va supuestamente en paralelo. Debe importarnos el estrato empíricamente observable y abordable de forma precisa con instrumental técnico adecuado, pues ahí están los recursos que podemos utilizar y que por tanto tenemos la recompensada tarea de revelar[8].

Así que se puede ir arrojando basura al espacio sin certidumbre de la descomposición particular inmanente y de su “lluvia” sobre el Planeta. Pueden aplicarse a suelos y océanos cantidades determinadas de sacudidas energéticas atómicas sin certidumbre de que en determinado momento ello desviará fatalmente la inclinación planetaria respecto del nivel necesario de perpendicularidad de los rayos solares; o de que dislocará los Polos; o de que alterará la elipse orbital. Y aun si se contara con esa supuesta certidumbre, se transfiere la incertidumbre al nivel de qué consecuencias o no provocarían esos fenómenos, porque no se está seguro de que en sí las entrañen.

En el nivel “microcósmico”, todo lo registrable son repeticiones comportamentales cuya correlación con uno u otro contexto nos legitima a reconocer a estos últimos como “condiciones de suceso” y, en esa medida, a inferir “reglas de comportamiento” que nos sirven entre otras cosas de instrumento predictivo. Si varias reglas que tienen que ver con una misma cuestión investigada se anexan, su “conjunto” (su cómputo) forma un “cuadro”, o legalidad (como la legalidad cuántica formulada por Niels Bohr). Detectado un “contexto”, se espera el acontecimiento de un “texto” porque eso nos dice el modelo de correlación construido a partir de recopilar constataciones empíricas. Así que no habría “causa-efecto”, ni mucho menos una organización sistémica en que las causas/efectos (en relatividad de correspondencia) estuvieran ordenadas “jerárquicamente” a modo de unidad compleja de causas integradas y causas integrativas. El estado cuántico “preciso” de un “contexto” puede ser medido y, entre tanto, podemos, si ello nos conforta, pensarlo de acuerdo a las constataciones empíricas modelizadas. Que hay coincidencias más o menos estables; eso es lo positivo. (Porque se es de “espíritu” ceñido a la positividad), se es escéptico en torno a una hipótesis de in-formación del comportamiento físico elemental; éste se toma como contingente a lo sumo asociable con una contingencia contextual.

La llegada del posmodernismo, y aunque acostumbra ser contrapuesto tipológicamente al positivismo, no está desconectada de aquella cosificación primera de lo real como Capital multiforme. Tampoco lo está de aquella subsunción primera, del acto de conocer, en artefactos de taladrado, extracción y entrega de “quantums de objetividad”. Paquetes “autónomos” reservados a ser intervenidos u operados por la misma clase que, para su operación tranquila, tiene que abolir la teoría como theoreia, o visión privilegiada (concepto helénico Antiguo devenido a partir del verbo theorein: “ver”) de un corazón trans-histórico de actividad material que constituye a los Modos de Producción, y que hace del capitalismo una Totalidad determinada en su presente estadio a problematizar cada vez más gravemente su propia persistencia.

El posmodernismo mantiene el principio de la extracción y producción de rentabilidades como leit motiv de ocupación académica y como marco racional de la actividad cognoscitiva formal. Cambia, eso sí, el tipo de empleos útiles a suministrar y a suscitar: define a la realidad ya no como una mina de “Bien Común” si es operacionalizada y proyectada hacia sus agentes expertos en cada “caso de realidad”: economistas, ingenieros, técnicos, políticos, inventores, bioquímicos, etc. Esa “misión académica”, en lo que fue su predominio clamoroso, estuvo ligada a un estadio previo dentro del proceso de decadencia capitalista y por tanto todavía un estadio de cierto optimismo pragmatista. El posmodernismo, en cambio, define a la realidad, en esencia política conflictiva en la que aplicar el nuevo artefacto instrumental que él mismo es. El nuevo paradigma es, así, en profundidad, una maquinaria de organizar y de justificar su propia intervención “del lado” de los fines de ciertas identidades sociales, de “colectivos”, de “minorías”…, y obteniendo así un feedback de estabilidad sistémica gracias a la vertebración, coordinación, inserción, conciliación “amiga” de una pluralidad de fragmentos, puestos así en orden mientras este orden se auto-oculta tras una fragmentariedad de la que dice el posmodernismo que es todo lo que hay; de la que dice que es lo esencial de las sociedades que “estudia”.

Así pues: entes de esencia utilitaria son los dos paradigmas actuantes. Utilitaria la lógica misma de la realidad a que se acercan y de la que se ocupan, desprovista así, por su mirada, de Totalidad y reducida a “conjunto de casos” con los que tratar selectivamente. Finalista les parece la vida social en todo su arco de prácticas y de lógicas, y por ende así encuentran la actividad social de producción.


[1] Y tenerlo a él como “Papa” en una sede papal parisina.

[2] Lo único que la puede conducir a: 1. Producir volúmenes de mercancías que la permitan cubrir ciertos mercados y fabricar estos volúmenes con mayor prontitud que sus competidoras; 2. Poder “moderar” los precios allí donde la saturación del mercado amenaza con arrastrar la carestía relativa por una pendiente de brusca o incluso súbita deflación; 3. Poder congeniar la competitividad del precio con el acercamiento máximo al umbral de tolerancia inflacionista que el mercado en apertura y su avidez de consumo muestran.

[3] Los índices diferenciales de productividad; los índices diferenciales de precios (pues el método aplicado, abaratando costes, ha conseguido bajarlos); la “competitividad” del producto (los índices diferenciales de venta, completados con su sometimiento a análisis comparativo respecto de la progresión en los índices de los competidores); incluso unos notables aumentos salariales que hubieran podido ser introducidos dado el crecimiento de la ganancia; una proporción superior destinada a “seguridad laboral, confort, operatividad de los Medios de Producción”, sobre el total de ganancia reinvertido en la reproducción ampliada, desde la introducción del método laboral; las mayores capacidades de afrontar la financiación del Estado obra del aumento ganancial y su traducción en el mantenimiento de estructuras asistenciales estatales; la obtención de “mayores índices de satisfacción en el trabajo” entre los obreros respecto de la etapa anterior a la introducción del método laboral, cuyas respuestas de encuesta son cuantificadas asignándoseles valores que entran en sumatorios; unas tasas de Acumulación mayores, lo que se convierte en factor reductivo de los índices anuales de nuevos desempleados; los índices diferenciales de consumo favorecidos por el aumento salarial, lo que pone a las empresas que introdujeron aquel método en condiciones propicias en cuanto a Tasa de Acumulación para lanzarse a afrontar una inversión a gran escala en I + D que financie el estudio y la configuración científicas de inéditos métodos de trabajo…; etc.

[4] La vocación operativa del dato cuantitativo no acostumbra a ser, tomado con seriedad y en profundidad, la de servir de “ideología” en un sentido vulgar consistente en revestir de unas “falsas” exactitud y objetividad a una auto-apología justificativa del proceso introducido por la clase dominante; justamente, las matemáticas son, en este contexto de Economía Política, el formato idóneo donde recoger el tipo de exactitud y de objetividad reales con que la burguesía demanda ser científicamente informada -para eso contrata si necesita que le midan econométricamente los experimentos productivos que testa y así orientar sus medidas laborales; y no fundamentalmente con ánimo de que le manipulen datos, aunque la dimensión de propaganda exportada “a la galería” exista también. Por eso el positivismo es el tipo de ciencia que cuadra con las necesidades particulares de forma de objetividad, que posee una clase dominante cuya actividad y cuya “suerte” empresarial, de sector, nacional, de bloque…, y social en última instancia, son realidades ellas mismas dominadas por la Categoría de lo cuantitativo. A ese carácter cuantitativo del ser social de la burguesía debe el positivismo su superioridad al nivel de la metodología y al nivel del grado de pureza “de hecho” sin adulterantes “subjetivos” contenida en sus productos. Dicho esto, comprenderá el lector que no estoy realizando un análisis epistemológico de las matemáticas aplicadas a las Ciencias Sociales, y que a la misma lógica de clase se adscribe el actual desplazamiento técnico hacia lo llamado “lo cualitativo” (por ejemplo, substituyendo encuestas reductibles a índices numéricos por observación participante que refiere “cualitativamente” los cambios en la satisfacción de los obreros correlativos a un cambio introducido que afecta las llamadas “relaciones laborales”): se trata, con la calculadora o con postmoderna devoción etnográfica al “hecho subjetivo” referido al profesional, de alumbrar los intereses objetivos de quienes contratan, y de poner a determinadas repercusiones adscritas a los procesos en curso, gratas a la burguesía, en el lugar de las causas haciéndolas brillar como “causalidad social”. Unos ubicándola en una dinámica de “Progreso” y otros en una dinámica de “los deslumbrantes cambios aparejados a la revolución tecnológica o a la decadencia de los ideales normativos que presidieron la Modernidad”.

[5] Y por eso en su rítmica de auto-realización, así como en sus manifestaciones de condiciones, de conflicto, presupuestarias, políticas, de alianzas y contra-alianzas, medioambientales, de segmentación ideológica del proletariado en capas -o representaciones subjetivas de capas- a las que se consigue poner en rivalidad…

[6] Ello le supondría caer en “aguda depresión comportamental” (anomia y fatalismo paralizante), con lo que la actividad de clase en tanto que tal hallaría dificultades. Especialmente al ser detectado el “no future” (aparte de hiper-destructivo a escala bélica y corrosiva del “cuerpo inorgánico de la especie” –naturaleza- totales) que asoma ya al entrarse en el periodo en que ha sido mercantilizado todo espacio geográfico, y que se hace más nítido en la fase de descomposición del Modo de Producción. Pero la burguesía, como cualquier clase dominante en la historia, racionaliza sus interpretaciones y consideraciones a la medida de no dejar de serlo, y a esta labor presta considerable servicio el hecho de su contexto particular de clase vivencial y de actividad, que la lleva a moverse siempre en una versión más o menos idealizada de la realidad social total. Podrán ser mencionados elementos que, al cobrar consciencia de la afectación que se concreta, llegado determinado periodo, como un sin salida histórico más qua abriendo agujeros machacando la vida cualitativa de la especie e incluso poniendo en jaque su supervivencia biológica elemental, transforman este ejercicio de pensamiento en disidencia política (designada en la expresión “tradicional” marxista de “traición a la clase social de origen”). Pero la cantidad de casos característicos de otros Modos de Producción no es extrapolable al capitalismo. La diferencia estriba en que las “traiciones” anteriores eran en gran medida alimentadas por la expectativa de salvar la propiedad y la propia actividad patrimonial, , la vida “de clase” (al nivel del sujeto y de la clase defendida en su “salvación de muebles”)…, mediante el ingreso en “las filas del porvenir”.

[7] Lo que no significa que forzosamente la decadencia sea superada por la actividad de esas fuerzas hasta la articulación inmanente de otro Modo de Producción; bien puede tratarse de una situación histórica que persiste y se agrava sin afirmar su “salida” inmanente, y hasta que la sociedad en cuestión queda “presa” relacionalmente de otra, que la organiza a ella insertándola en su Modo de Producción.

[8] “Nuestro trabajo no consiste en descubrir cómo es la naturaleza, sino en qué podemos decir sobre ella” (Penrose, 1989: 280).