El rey está desnudo, sin otro resultado que ofrecerle al país que las perspectivas de un colapso general de la economía y una hambruna en camino…
Manuel Malaver
Que 2016 terminara sin que se cumpliera la expectativa anunciada por la oposición democrática a raíz de su victoria abrumadora en las elecciones parlamentarias del 6D, en el sentido de que sería el último año de la dictadura o aquel que lo dejaría al borde del colapso, vuelve a cubrir de sombras a un movimiento político que, otra vez, se dirige a recomenzar una tarea que se pensaba culminada o casi culminada.
Y las primeras preguntas que se deslizan sobre el teclado son: ¿por qué se repiten las experiencias del 11 de abril de 2002 y del 14 de abril de 2013, aquellas en que el binomio oposición-sociedad civil aplicó derrotas catastróficas a la tiranía pero, por no rematar y al poco tiempo el régimen volvía a tomar la ofensiva recurriendo a un falso diálogo? ¿Estamos de nuevo en la vía en que una seguidilla de exitosas políticas del madurismo empujan a la oposición contra las cuerdas y a meses de un KO definitivo?
Para empezar a conectar las respuestas con las preguntas en el contexto que le corresponden, y no en uno dictado por la desesperanza y pesimismo, quiero advertir que 2016 guarda muy poca identidad con 2002 y 2013, pues, durante el primero, el chavismo era un movimiento político en ascenso al que guardaba el milagro del boom petrolero 2004-2008, y durante el segundo, es cierto que había muerto Chávez y era difícil suponer que su sucesor lo hiciera medianamente bien, pero aún no se sufrían los efectos más devastadores de 15 años de socialismo destructor, mafioso, represivo y dictatorial.
2017, por el contrario, encuentra al rey desnudo, sin otro resultado que ofrecerle al país que las perspectivas de un colapso general de la economía y una hambruna en camino; en tanto que la oposición exhibe como logro fundamental que ya es la fuerza política mayoritaria del país y con un futuro cuyo auge no merma sino aumenta.
Quiere decir que el chavismo-madurismo está en las peores condiciones para aprovechar, continuar y consolidar sus victorias, y la oposición en las mejores para recibir, asimilar y recuperarse de sus derrotas.
La urgencia está, entonces, para la oposición, en analizar, estudiar y diseccionar las lecciones de 2016, en establecer cuáles son las pautas y conclusiones que deja, por qué en momentos se empinan las opciones de la democracia y bajan aún más las de la dictadura, o viceversa, y qué queda en pie del último gran oleaje para recuperar el camino y avanzar otra vez hacia la victoria.
Y en este contexto, lo primero y fundamental a establecer es que el 6D representa un punto de inflexión o de quiebre en 17 años de sistema híbrido castrochavista, por cuanto, le indica que ya perdió toda vigencia y utilidad la forma de legitimación electoralista como estrategia y táctica para mantenerse en el poder y se debe recurrir a una dictadura más abierta, directa, represiva e inconstitucional si se quiere sobrevivir.
El problema que ocurre con la oposición democrática a contravía —y que será decisivo para las dudas, barajos, marchas y contramarchas que la conducirán a la crisis actual— es que hace una lectura de los resultados electorales del 6D en un sentido diametralmente opuesto al del castrochavismo, pues concluye que fortalecen la tesis de que la vía de la victoria es siempre electoral y que más y más elecciones celebradas en 2016 por mandato de la Constitución terminarán con el copamiento y desalojo del narcosocialismo en paz y sin disparar un tiro.
Craso error que genera que la oposición se mantenga “sorda, muda y ciega” (Shakira dixit) frente a los reacomodos, recambios y reposicionamientos que inicia la dictadura, y que pierda tres meses invaluables, los primeros que siguen a la victoria del 6D, diciendo y haciendo insensateces como aquella de que “todas las vías son buenas para salir de Maduro” y dejando hacer al Gobierno porque, hiciera lo que hiciera, había perdido la mayoría y sería abrumadoramente derrotado en cualquier elección
Ese así cómo cuando a mediados de abril la MUD concluye en convocar a un referendo revocatorio para revocarle el mandato a Maduro antes de fin año (mecanismo “electoral” como el que más) y el régimen se enfrenta a una movilización gigantesca que augura que será desalojado del poder de manera irreversible y catastrófica, Miraflores empieza a cambiar de estrategia y a focalizarse en la posibilidad de disuadir o paralizar a la oposición, pero desde adentro, desde la oposición misma, desde los factores internos que la integran, y que, como toda estructura democrática, tiene contradicciones, disensos, choques, sino en todo, en casi todo.
Y en este análisis, lo primero que surge es que el electoralismo, si bien es movilizador, también es divisor, pues dos partidos y sus líderes aspirando a la misma gobernación o alcaldía, y sin un ente o liderazgo que las haga deponer sus ambiciones por un objetivo superior común, no solo tienden a dividirse, sino a destruirse.
En esta tesitura, nada más interesante que el caso del Zulia, estado del occidente del país, cuyo exgobernador, Manuel Rosales, lleva preso casi un año, después de pasar ocho en el exilio y en cuya ausencia se le ha desbancado de un liderazgo que juzga “natural”, porque dos partidos de la MUD, “Primero Justicia” y “Voluntad Popular”, han plantado organizaciones y líderes para postularlos como los candidatos opositores en una eventual elección para la gobernación o cualquier otra circunstancia.
Es una realidad que le arruga el alma a Rosales y que subyace tras su arriesgada decisión de regresar al país por su cuenta y riesgo, sobre todo después que dos operadores oficialistas, Didalco Bolívar y David de Lima, le prometen que Maduro (“que no es Chávez”) está abierto a discutir el sobreseimiento de “su” causa y su reinserción a la política.
Pero sea lo que sea, lo cierto es que el madurismo encuentra en Rosales y su partido, UNT, oídos para la propuesta de que vía el revocatorio y la confrontación la oposición no llegará a ninguna parte —porque siempre tropezará con un bosque de bayonetas—, por lo cual Maduro, “que no aspira a quedarse en el poder porque perdió el favor popular”, ofrece un salida alternativa, el diálogo, por cuya vía los sectores menos radicales del Gobierno y los de la oposición salven al país.
Pero no es solo Rosales el que oye y actúa, sino también Henry Falcón, gobernador de Lara que viene del chavismo y no aboga por una ruptura traumática y, sorpresa de sorpresas, Julio Borges también abre los ojos, sonríe y empieza a sentirse atraído por el diálogo.
Ello explica que cuando surge el conato de diálogo de Punta Cana a mediados de mayo de 2016, se encuentren entre los participantes Alfonso Marquina de “Primero Justicia”, Luís Aquiles Moreno de “AD”, Carlos Vecchio de “Voluntad Popular” (quien no participa porque la delegación oficialista lo veta), Timoteo de “UNT” y otro no identificado de “Avanzada Progresista”.
Es decir, casi toda la oposición identificada con la MUD, pero no el 80 por ciento de venezolanos que durante los primeros cuatro meses del año se constituyen en una sólida mayoría que hasta hoy no deja de crecer en su rechazo a Maduro, al castrochavismo y al modelo dictatorial y socialista.
Y que se encuentra radicalizada por el éxito de las movilizaciones a favor del revocatorio y por el discurso incendiario que desde la presidencia de la AN lanzaba día a día, Henry Ramos Allup.
Y que, cuando es sondeada a mediados de julio por dos encuestadoras, Meganálisis y Venebarómetro, sobre sus preferencias entre el RR y el diálogo, se pronuncia en su 67 por ciento a favor del primero.
Otro dato importante de las dos muestras es que por primera vez en siete meses la MUD, que desde enero no dejaba de crecer en las encuestas, experimenta un deslizamiento hacia abajo.
Cifras que, igualmente, se convierten en un alarma roja para la MUD y el resto de la oposición que a comienzos de agosto se aparta de todo devaneo dialogante y ratifica la agenda del RR y de la movilización de calle.
Son demasiados recientes, dolorosos, vertiginosos, sorpresivos y hasta telúricos los hechos acaecidos entre Maduro y la oposición en el trimestre final de 2016 como para recontarlos, pero si se me permite un resumen, diría que se traducen en una recuperación de parte del terreno perdido por el Gobierno después del 6D, y la pérdida por la oposición de parte del que había ganado.
Quiere decir que cuando Julio Borges, secretario general de “Primero Justicia”, asume la presidencia de la AN el 5 de enero pasado y denuncia al Gobierno de Maduro como una dictadura al margen de la Constitución y las leyes, afirma que pronto se le continuará un juicio de destitución “por abandono del cargo” y llama a retomar la agenda de calle para “arrancarle” de las manos al régimen un cronograma para la realización de las elecciones de gobernadores y alcaldes, está introduciendo una rectificación en la lectura de los resultados de las parlamentarias del 6D, aceptando que el Gobierno no realizará más elecciones, a menos que se le impongan y desde la calle.
Rectificación que, igualmente, debería significar una reconstitución de la MUD que ahora solo debería contar con partidos y líderes que compartan la agenda asumida por Borges desde la presidencia de la AN el día de la toma de posesión.
Pero está por verse y no nos queda más que desear que estos cambios se introduzcan rápida y eficientemente porque el tiempo apremia y las oportunidades de salir de la dictadura totalitaria de Maduro, también.