Los chavistas oficialistas y corruptos son la gangrena ética que rápidamente corroe las bases del propio régimen
Humberto González Briceño
La confianza que el pueblo le dio a Chávez a principios de su gobierno se transformó en un infinito cheque en blanco para amparar el saqueo más brutal que haya conocido la República.
Desde un comienzo el régimen chavista se liberó de todo tipo de controles y contrapesos aun de poderes que en ese momento controlaba como el Legislativo. El otorgamiento reiterado de poderes extraordinarios al presidente para legislar y la ausencia de una efectiva actividad contralora degeneró en la corrupción sistémica del régimen.
Hoy la práctica corrupta de beneficiarse de los bienes públicos es común, generalizada, y ha adquirido los niveles inconfundibles de saqueo. Se ve en la esfera civil y militar del Gobierno. En todos los niveles y sectores. El robo de dinero y bienes públicos se ha convertido en el porte e insignia del chavismo oficialista.
Unos lo hacen ante la certeza de que el régimen puede caer en cualquier momento. Para estos chavistas la consigna es “raspar la olla”. Que no quede nada porque mañana no habrá otra oportunidad para robar.
Otros están más convencidos que el régimen nunca caerá. Y ante la certeza de que la impunidad les acompañará por toda la vida se sienten seguros que sus pillerías jamás serán juzgadas.
En ambos casos estos chavistas oficialistas y corruptos son la gangrena ética que rápidamente corroe las bases del propio régimen. Son los funcionarios del SAIME que se roban los pasaportes o los directivos de los CLAP que se roban la comida. El 90 % de los operadores que trabajan al servicio del régimen lo hacen desde una posición de mercenarios. Allí no hay ideología, ni proyecto, ni revolución. Lo que hay es simplemente sentido pragmático de la oportunidad.
Estos mercenarios que hoy roban y ocupan diferentes posiciones en la estructura del régimen serán los primeros colaboradores de un eventual nuevo Gobierno, cuando haya cambio. Esos son los que sin ninguna crisis de conciencia saldrán de primero a socorrer a la nueva burocracia con ayuda e información.
Esa fragilidad ética que caracteriza al chavismo oficialista y corrupto es uno de los más dramáticos síntomas de la decadencia de este régimen. Esa debilidad se mostrará en su exacta dimensión cuando las fuerzas democráticas superen sus propias contradicciones y comiencen a golpear en forma contundente el corazón mismo del régimen que agoniza.
La decadencia moral y la bancarrota ética en que el régimen chavista ha dejado a la República un espacio para ondear con vigor las banderas de la honestidad y la probidad que deben ser asumidas por la oposición. O por lo menos por una oposición que quiera diferenciarse radicalmente del chavismo gobernante.