Los primeros señalamientos de que el vicepresidente estaba vinculado con los carteles de la droga salieron del chavismo
Manuel Malaver
No es que acostumbre adelantar opinión sobre acusaciones entre gobiernos o particulares en casos que corresponde resolverse en los tribunales, pero dado que en Venezuela el Poder Judicial no es independiente, sino un apéndice de los más pútridos del Poder Ejecutivo y jamás realizará una investigación imparcial sobre la causa que acaba de iniciar el gobierno de los Estados Unidos contra el vicepresidente de la República, Tareck El Aissami, debo darla, si no por segura, creíble.
Porque es que, da la casualidad que los primeros señalamientos o indicios de que Tareck El Aissami era un alto funcionario del castrochavismo con vínculos con las carteles internacionales de la droga, no salieron de la DEA, ni de expertos de la oposición preocupados por el curso delictivo que, desde el comienzo, tomó la mal llamada revolución bolivariana, sino de gente del propio Gobierno, de validos de Hugo Chávez y del exgobernador de Carabobo, Luis Felipe Acosta Carlez, como el exmagistrado, Eladio Aponte Aponte, y el empresario y narcotraficante, Walid Makled, los cuales, en testimonios rendidos ante medios y autoridades colombianas y norteamericanas, “coincidieron” en señalar que el exministro de Interior y exgobernador de Aragua, El Aissami, había participado en operaciones para planificar el envío de cocaína a México y los Estados Unidos.
Conviene recordar a este respecto, la caída en Cúcuta, Colombia, el 20 de agosto del 2010, de Walid Makled, según el jefe de la Policía Nacional neogranadina, general, Oscar Naranjo , “el capo de la mafia del Puerto y uno de los tres narcos más buscados del mundo”, y el pánico en que entró Chávez y su administración para que “el Árabe”, o “el Turco”, no fuera extraditado a los Estados Unidos sino a Venezuela y la presión que le hizo a “su nuevo mejor amigo”, Juan Manuel Santos, para que bypaseara una petición de la Fiscalía norteamericana, a favor de la suya, la Fiscalía venezolana”
Pero no para que Makled fuera llevado a los tribunales nacionales y se le hiciera un juicio justo y contara lo que sabía de El Aissami, y otros presuntos implicados como Acosta Carlez, Rodríguez Chacín, el Pollo Carvajal, y Aguilarte Gámez, sino para ser enterrado en un calabozo de una cárcel que llaman “La tumba”, en la cual jamás se le ha visto, y es, literalmente, un muerto en vida.
Pero faltaban más acusaciones de exfuncionarios del gobierno contra El Aissami, y la siguiente vino de un exministro de Finanzas del entorno íntimo de Chávez, y exgobernador de Aragua, el capitán Rafael Isea, quien reveló haberse encontrado a mediados del 2007, en Damasco, Siria, en una reunión donde participaron el canciller Maduro, El Aissami y el jefe de Hizbolá, Hassan Nasralah, “para planificar el despliegue de células de la organización en Venezuela y América Latina”, según testimonio que Isea aporta al periodista español, Emili J. Blasco, y este recoge en su libro “Boomerang Chávez”, publicado en edición digital, en amazon.com, en abril del 2015.
Pero no es la única sorpresa que nos depara “Boomerang Chávez” sino que, Leamsy Salazar, un escolta de Chávez que desertó en febrero del 2015 y se acogió al programa de protección de testigos de EEUU, menciona a Tareck El Aissami, como directamente relacionado con el “Cartel de los Soles” y testimonia haberlo visto en una reunión que se celebró en Puerto Ordaz a mediados del 2013, donde se apareció con dos miembros de Hizbolá, mientras otro invitado de lujo, Adán Chávez, se hizo acompañar por dos comandantes de las FARC.
Pero hay, desde luego, información más reciente y nos vino del juicio que se le hizo en Nueva York a finales del año pasado a dos sobrinos políticos del presidente Maduro, Efraín Campos Flores y Franqui Flores de Freitas, los cuales, aparecen relacionados con un narcotraficante hondureño, Roberto Jesús Soto García, quién suministró a los jueces la información “de que la droga que iba a ser trasladada a EEUU había sido suministrado por Tareck El Aissami”.
Sin embargo, el “Caso de Tareck El Aissami” se fundamenta básicamente en decisiones de la alta política castrochavista, de su estrategia internacional más profunda y audaz y en ese contexto nada más importante que Chávez lo nombrara en septiembre del 2008, Ministro del Interior y Justicia.
De inmediato, el status quo oficialista y opositor, los analistas políticos nacionales y extranjeros fruncen el ceño, y se preguntan: ¿De quién se trata, cuál es su curriculum y qué viento de cola lo ha llevado a convertirse en el tercer hombre de la administración?
Se encuentran ante un acertijo que aún no terminan de descifrar: es un político chavista que apenas cruza la treintena de años, llegado del brumoso estado andino de Mérida, pero es de tierra caliente, de La Fría, y que, aparte de un nombre y un apellido impronunciables en español, no se distingue por algo que no sea un radicalismo marxista mediocre, aberrante y disfuncional.
Pero más inquietantes son los informes de inteligencia que empiezan a reportar cuerpos especializados de Estados Unidos y Europa, según los cuales, un inusual contingente de ciudadanos de origen sirio, libanés e iraní está viajando con pasaportes expedidos por embajadas de Venezuela, a nombre de venezolanos, y hacia países sensibles a actividades terroristas en los dos continentes.
En particular, se habla de un grupo de, al menos 173 ciudadanos del Medio Oriente, que portaban documentos de identidad venezolana, originando la sospecha de que, el país se había convertido en un trampolín para personas que buscaban ingresar a los Estados Unidos. “Los individuos eran de Irán, Irak, Siria, Jordania y el Líbano, pero la mayoría era de Irán, el Líbano y Siria, y el 70 %, provenían de esos países y tenía algún tipo de vinculación con Hizbolá” explicó para un medio especializado, Joseph Humire, experto estadounidense en cuestiones de seguridad.
Pero en las mismas sospechas se manejan “The Wall Street Journal” y el Centro para una Sociedad Libre y Segura (SFS por sus siglas en inglés), los cuales, vinculan a El Aissami “con el desarrollo de una sofisticada red financiera de múltiples niveles que funciona como un canal criminal terrorista para llevar militantes islámicos a Venezuela y los países circundantes, además de enviar fondos de procedencia ilícita de Latinoamérica al Medio Oriente. Esta red consiste en 40 empresas fantasmas con cuentas de bancos en Venezuela, Panamá, Curazao, St. Lucía, Miami y Líbano”.
En otras palabras que, como para cortar la respiración y empezar a explicarse la medida extrema que acaba de aplicarle el Departamento de Justicia de los Estados Unidos al acusarlo de narcotraficante y convertirlo en un reo de la justicia norteamericana que, más temprano que tarde, dará cuenta de sus actividades en alguna corte de ese país.
Y que, quizá explican la prudencia de Chávez al destituirlo del Ministerio del Interior y Justicia, en octubre del 2012, y proponerlo como candidato a la gobernación de Estado Aragua, en las elecciones del 16 de diciembre de ese año, cargo al cual accede al alzarse con el 55, 5 % de los votos.
Pero el cambio de funciones que lo lleva de ser el tercer o cuarto hombre en la nomenclatura castrochavista, a gobernador de un Estado importante, pero no el más importante de la región central, no aplacan la sed de protagonismo de esta figura que continúa siendo oscura en sus orígenes y, mucho más en sus actuaciones, y rápidamente se involucra en la polarización política nacional, clama por violencia y represión contra la derecha contrarrevolucionaria y el mismo persigue opositores y los destituye de sus cargos electivos.
También se cuenta que hace alianza con los pranes de las cárceles de la zona, en especial, la de Tocorón, y de conjunto llevan a cabo atropellos contra la población civil e indefensa.
Es de ese tiempo que Henry Ramos, el entonces presidente de la Asamblea Nacional, le coloca el remoquete de “El Califa de Aragua”, y lo deja establecido como un espécimen raro e inespecífico de la política nacional que, como tal, mereció un futuro en las brumosas tierras de Mérida y no en una cárcel norteamericana.
Y así hasta diciembre, cuando Maduro, para enviarle un mensaje “a quien pueda interesar”, lo nombró vicepresidente de la República y lo puso a pocos pasos del Palacio de Misia Jacinta.
¿Por qué? Es la pregunta que me acosa desde hace varios días y la respuesta quiero compartirla con ustedes: Maduro se está recostando del paraguas nuclear iraní, del mismo que inútilmente trato de cerrar Obama con un acuerdo que no llegó a implementarse, un paraguas que ya le soltó la primera advertencia a Trump y al Estado de Israel al lanzar un mísil al otro día de la toma de posesión del republicano, el paraguas nuclear que, no solo es atómico sino político, que tiene incendiado al Medio Oriente con la guerra de Siria, la del Yemen y Turquía y ha posicionado avanzadas en Europa y América Latina.
Es una versión contemporánea, pero menos formal, del paraguas atómico soviético, que contuvo a los Estados Unidos en sus ofensivas contra Cuba y que, piensa Maduro, ahora contendrá a Trump contra la revolución chavista y el resto de países que quieran unírsele en una cruzada contra el progreso, la igualdad y la civilización y por la sobrevivencia de la maldad más siniestra creada por los seres humanos: el totalitarismo comunista.