Más allá del discurso patriotero y retórico, todos ellos quieren adoptar el estilo de vida de su supuesto archienemigo
Humberto González Briceño
Luego de 18 años en el poder, gobernando sin balances ni controles, el chavismo oficialista ha engendrado una nueva casta de corruptos: Los boliburgueses. Se trata de funcionarios, civiles y militares, del régimen con sus familiares y amigos que se han enriquecido descaradamente por la vía del robo y del peculado de recursos públicos.
Al principio las prácticas corruptas se limitaban a la punta de la pirámide del régimen. Hoy la corrupción va desde las familias de Nicolás Maduro y Cilia Flores, pasa por las manos de militares y llega hasta el último rincón de la república donde hay algún malandro del PSUV cobrando peaje por vender las bolsas de los CLAP.
Todos, los de arriba y los de abajo, parecen no tener conflictos morales ni problemas de conciencia porque dicen hacerlo en nombre de la revolución bolivariana. Ambos segmentos de la descomposición moral chavista se comportan con el mismo caradurismo para seguir robando y mostrar como trofeos las bondades de una riqueza mal habida.
Pero la misma crisis social y económica que padece Venezuela nos afecta a todos y hace prácticamente imposible que estos nuevos ricos disfruten su botín en territorio nacional. Lamentablemente, para ellos, la revolución bolivariana no ha sido capaz de construir un Disney World socialista, ni ha creado la línea de relojes bolivarianos Cartier, ni ha creado la red solidaria de Macy’s. Mucho menos ha logrado resolver para el resto de los venezolanos problemas críticos de acceso a comida y medicinas.
Tener tantos millones de dólares aquí es como no tenerlos. Venezuela carece de bistros y boutiques para satisfacer el exigente gusto de los Escarrá, los Ortega, o los Flores, entre otros notables. De estos operadores muy pocos, casi ninguno, considera irse, por afinidad política o ideológica a disfrutar esos dineros a Cuba, China, Rusia o Irán. No. El destino predilecto de estos corruptos nuevos ricos es Estados Unidos y más específicamente Miami, en el sur de la Florida; lo más parecido a Caracas, sin el abandono, el mugre, y los ranchos. Allí ni siquiera tendrán que aprender a hablar inglés para gastar y exhibir con pompa su fortuna. Allí les esperan cientos de tiendas y restaurantes con sus puertas abiertas.
Esa es la ironía del chavista corrupto. Tanto despotricar contra el imperialismo norteamericano para finalmente irse a vivir con sus millones dólares y sus familias a las entrañas mismas del imperio. Desde el punto de vista de la pseudológica chavista no podría existir mayor humillación que esta. Pero para ellos no hay contradicción. Sólo hay una doble moral para justificarse frente a millones de chavistas que no pueden tener acceso a esos privilegios.
Más allá del discurso patriotero y retórico, todos ellos quieren adoptar el estilo de vida de su supuesto archienemigo. El estándar de lujos y privilegios para estos boliburgueses no está en La Habana, ni en Beijing, ni en Moscú, ni en Teherán. Por eso todos ellos quieren irse a vivir a Miami.