Cómo es posible, que con la crisis existente, haya gente, y gente supuestamente pensante, que aún apoye la gestión de la actual claque gobernante
Luis Fuenmayor Toro
El pensamiento mágico es aquel cuyo razonamiento se basa en supuestos inexistentes, erróneos, informales, carentes de justificación o sobrenaturales, sin una base empírica que lo respalde y sin que exista una relación causa-efecto, la cual es sustituida por la coincidencia entre los fenómenos. Es el razonamiento que sustenta las supersticiones, las creencias populares y ancestrales y los prejuicios, cuya estructuración no sigue un patrón racional. El pensamiento crítico, en cambio, es aquel que se basa en hechos reales, formales, verdaderos, basados en la relación causa-efecto, razonamiento de carácter lógico y no admite los prejuicios. Tiene carácter objetivo y utiliza el conocimiento para alcanzar la explicación más razonable y justificada sobre un tema. Cuestiona permanentemente los prejuicios sociales e incluso los conocimientos aceptados como científicos o con una base lógica, pero lo hace sobre la base de argumentos mejor sustentados que los anteriores y que dan explicaciones más amplias o profundas de la realidad.
No pretendo dar una clase sobre este tema, pues no me considero un experto y posiblemente algunos de mis lectores conocen mejor que yo de qué se trata. Deseo sólo que se me entienda cuando utilice los conceptos señalados, para describir las respuestas políticas de la gente y del liderazgo existente, para explicarnos la realidad política actual. Deseo acercarme a comprender cómo es posible, que con la crisis existente, haya gente, y gente supuestamente pensante, que aún apoye la gestión de la actual claque gobernante. Escasez de alimentos, de otros productos y de los medicamentos de las enfermedades comunes; inflación desatada, dolarización de los precios, sueldos miserables, desempleo, mercado negro de todo, hambre, desnutrición infantil, reaparición de enfermedades (Chagas y paludismo, incluso urbanos; difteria, lepra, venéreas, sarna, etc.), asesinatos por doquier, robos, secuestros, colapso de los servicios, corrupción, demagogia y cinismo gubernamental, han sido soportados estoicamente por la gente.
Por mucho menos que la podredumbre actual se produjo el 27 de febrero 1989, hubo dos golpes de Estado en 1992, destituyeron al presidente Carlos Andrés Pérez, ganó Caldera las elecciones en 1994 y terminó colapsando el modelo político instaurado luego de la caída de Pérez Jiménez en 1958. Hoy, aunque se producen mini caracazos muy numerosos en todo el territorio nacional, de los cuales sabemos por las redes sociales, pues la prensa controlada no informa de los mismos o los minimiza y los hace ver como actos vandálicos y delictivos, no llegan a tener la fuerza ni el impacto del Caracazo. Mientras tanto. Caracas está conductualmente tranquila, lo que no significa que la procesión no vaya por dentro y las energías acumuladas puedan desencadenar imprevistos difíciles de precisar. Los hechos políticos, aunque causalmente determinados, no tienen las características de los fenómenos físicos que, una vez conocidos y descubiertas sus leyes, pueden ser medidos con precisión y previstos sus desenlaces.
Existen hechos objetivos que pueden explicar que la actitud de los venezolanos, en relación al gobierno de Maduro, no haya alcanzado la intensidad del pasado. Estas situaciones, ausentes en la crisis de finales del siglo XX, o presentes en mucho menor grado, no pueden ser soslayadas en el análisis. La población hoy debe dedicar muchísimo tiempo en realizar las compras de todos los productos necesarios para sus hogares; otro tanto se lleva la procura de servicios fundamentales como el agua, el gas y las relacionadas con la salud, lo que secuestra tiempo a otras actividades. No es casual que buena parte de las protestas se den alrededor de estas permanentes diligencias, que a su vez generan pugnas entre personas igualmente necesitadas y entre éstas y quienes se dedican al mercado negro de productos. Además, un grupo de gente está dedicada a la nada higiénica ni agradable tarea de hurgar en las basuras. La participación política de la gente se encuentra grandemente entorpecida.
Otro elemento, y quizás el más importante, es el ejercicio de la represión por el Gobierno de toda protesta, que asume un carácter punitivo mucho más allá, temporalmente hablando, de cada movilización particular. No se trata como en el pasado de una detención breve, el chavecismo ha judicializado la protesta en un nivel nunca visto desde hace 70 años. Los detenidos en manifestaciones son imputados por distintos delitos comunes, encarcelados, enjuiciados y condenados a prisión de varios años, o sometidos a detención permanente por juicios paralizados o con medidas cautelares de casa por cárcel o de presentaciones semanales en los tribunales, bajo la amenaza de perder esas cautelares si son nuevamente detenidos, lo que los inhabilita para la protesta. Estas amenazas producen terror en la gente, que se inhibe de participar en protestas o lo hace muy comedidamente.
Un último aspecto poco tocado tiene que ver con el inicio de este artículo. Si bien el pensamiento racional tiende en su desarrollo a considerar la intuición y las emociones como secundarias y como elementos que debemos evitar en el análisis racional de las situaciones, pues desactivan el juicio ponderado del pensamiento crítico, lo cierto es que la mente, en principio, actúa movida por estos sentimientos y sólo razona posteriormente. Las pasiones nos mueven mayoritariamente y neutralizan la disposición a buscar la verdad a través del análisis y juicio ponderado. Esto es algo que influye incluso en académicos y profesionales acostumbrados a actuar con la razón como mecanismo fundamental para la acción. Es algo que se puede palpar perfectamente en las redes sociales: mucha visceralidad y poca racionalidad. Llamar la atención de la gente, hacerlos entrar en razón, impulsar la objetividad, descartar los “a priori”, tropieza en Venezuela con las grandes y graves deficiencias educativas de la mayoría de la población.
Esta situación objetiva juega a favor del Gobierno, cuya estrategia consiste en promover las emociones y construir esperanzas sobre promesas concretas; empero, también es utilizada por la oposición de la MUD, lo que entrampa a los venezolanos en un juego donde la verdad y la razón no existen.