La ideología dominante puede así acometer su labor de desviar las precariedades de existencia de los proletarios deportados al Primer Mundo, tanto como las prácticas de oposición consecuentes
Tamer Sarkis Fernández
PREMISAS DE PARTIDA
Las recolocaciones poblacionales producidas por el desarrollo de la Economía Política y su generalización correlativa de la opresión y de la escasez a lo largo y ancho del Mundo proletario, significan también una recolocación política y de control que se hace insatisfactoriamente inteligible desde viejas nociones como “aculturación”, “invalidación de identidades” o “asimilación”. Quizás ya el acto mismo de pensar a “un Otro” en “manos políticas” forme parte consciente o inconsciente de la política real en curso. Pues ésta última va en el sentido de poner a orbitar auto-calificaciones y auto-asunciones alrededor del globo de la “alteridad”, que esa misma política se ocupa en hinchar a través de las definiciones portadas por la mediación antropológica “intercultural” en barrios. O incorporadas por la etnografía al servicio de políticas sociales institucionales. O aplicadas por la intervención asistencial, de animación participativa y de recolecta dialógica de “las voces otras”, etc.
La ideología dominante puede así acometer su labor de desviar las precariedades de existencia de los proletarios deportados al Primer Mundo, tanto como las prácticas de oposición consecuentes. Las desvía a través del carril señalado por una supuesta cuestión pendiente de “reconocimiento institucional” y de “dotación de infraestructuras” para las “autonomizaciones culturales de funcionamiento localizado” y “sus necesidades específicas de atención”. Este entramado institucional y para-institucional, estatal y civil, militante y cívico, de prácticas discursivas, ha acabado por concretarse en el nuevo paradigma de “inter-integración”, que jubila a la rancia y ya hiper-exprimida “integración” de connotaciones unilaterales. Ello mientras el entramado y su ideología, la ideología y su entramado, ponen a desfilar, ante un proletariado restante previamente separado de aquellas dinámicas de respuesta por su misma “culturalización” mediática, un conjunto de imágenes que inhiben la visión de la diversidad de circunstancias como multiplicidad que obedece al fin y al cabo a una condición social común. Y por eso multiplicidad de carencias (particulares o no), de alienaciones, de adulteraciones vitales y de privilegios deshumanizadores, superables únicamente en el encuentro de una perspectiva común.
LA “INICIATIVA” DE ESCLAVITUD
A primera vista, puede pensarse en aplicar a la relación Antropología-Política un esquema fundamentado en la instrumentalización, colonización, corrupción y falsificación política de ese particular modo de conocer. En realidad, su sujeto productivo mismo pertenece a la política. De este modo, los cambios morfológicos, funcionales, presenciales, etc., experimentados por la Antropología, son el correlato de desafíos políticos mutantes. Las sociedades cuyos Estados se hallaban volcados hacia el Otro más o menos silenciosamente, y que manifestaban indiferencia o curiosidad, han pasado a ser sociedades receptoras del ruido incesante que sobre el Otro arman, pensando en ellas, las estancias emisoras de imagen.
No carece de importancia en este encerrar con palabras a la sociedad entera en la cuestión de el Otro[1], el hecho de que esas gentes, lejos de continuar siendo solamente una figura externa a dominar, a vender, a explotar, a contraponer a la Virtud moral o social “propia”, a emplear militarmente, deben ahora ser también la materia con que dominar, en el interior –social y de cada sujeto-, la vivencia de los procesos sociales primermundistas hoy en curso. Dominación al nivel de la representación y de la experiencia subjetiva de la realidad social; pero que está cargada de efectos objetivos porque incide sobre las tolerancias, sobre las relaciones, sobre las prácticas, que los sujetos afirman imprimiéndolas en esos procesos reales mismos. Por tanto, la creación de falsa consciencia es creación de principios defensivos de los procesos tal y como son encauzados por los aparatos políticos de la burguesía monopolista. Y es también disuasión/canalización rentable de la intervención colectiva en estos.
Pongamos un ejemplo: respecto de un proceso social dramático como es la migración masiva forzosa porque el capitalismo no es capaz de asegurar la subsistencia a gran parte de la población mundial ni siquiera en el plano elemental biológico, la ideología dominante basa su ofensiva en pintar el proceso como si se tratara del “ejercicio de un derecho a buscar una vida mejor”[2]; bello ejercicio democrático “que debemos reivindicar, defender, practicar, celebrar que otros puedan practicar”. La ideología dominante disfraza así la verdad del proceso, que estriba en ser necesidad sin más para millones de personas.
Esta tergiversación idealista que representa a la migración como una opción, o como una decisión de búsqueda de utilidades comparativamente mayores, es, en su éxito sobre la consciencia de la (llamémosla así) “clase obrera” imperialista, una colosal apología asumida a propósito de las condiciones de existencia del ciudadano tanto como de las condiciones/posibilidades “en el Mundo” o “de todo el mundo en general”. Porque así a las poblaciones imperialistas su vida se les aparece como una cuestión alegre y desacomplejadamente valorable (y valorada). Sólo haría falta derribar controles e incrementar la liberalidad de los flujos demográficos para dar feliz circulación a un “derecho” a “realizarse” en unas “magníficas posibilidades”, eso sí, “mal distribuidas” (que el primermundista, con toda frescura, presume como “su derecho”). Pero en realidad el migrante usa la única puerta de salida que tiene o que cree tener frente a la encerrona segura que constata, directamente para él o para los seres vinculados a él, desde la lógica de la necesidad de supervivencia, mucho más básicamente a ensoñar lógica alguna de “calidad de vida”[3]. El concepto de “libertad y derechos” permite al grueso demográfico primermundista, explotador de esas condiciones de alteridad, seguir explotando aquí condiciones humanas que ya explotaban diferidamente. Proletariado con necesidad inmediata de ser empleado, mientras la sociedad empleadora se representa el hecho como mano tendida al subdesarrollo.
Los aparatos burgueses se permiten estas frivolités –y hablo especialmente de cierta lírica en torno a la dicha “existencia nómada”, extrapolada a tutti– porque apenas han de explicitarlas discursivamente; ejercicio que desvelaría la banalidad de los enunciados. Pueden ahorrárselo, no teniendo más que proyectar bien alto sus insinuaciones a través del extraordinario trampolín que les resulta nuestra propia conciencia colectiva cosmopolita, aplaudidora de un individualismo versátil y adaptativo, y acorde a grandes rasgos con el aforismo de los cínicos: Sentirse en la tierra de uno allá donde se esté a placer.
Estas ideas (como deseo) son legítimas e interesantes sin duda, pero funcionan aquí como mistificación: no sirven para designar el proceso vivido por millones de personas cuyo desarraigo del entorno próximo de cotidianeidad les reporta una “pequeña muerte”. Y ese sentimiento no está separado de sus condiciones materiales de vida: no pueden seguir siendo con integridad tratándose de sujetos muy tenuemente individualizados, y quienes solamente llegan a ser a partir del vínculo en que se insieren, y que tiene lugar en la región. Hablo del vínculo de parentesco y su polifuncionalidad para la reproducción social;
Del vínculo de economía marcadamente local en lo que se refiere a las líneas de cooperación y mecanismos de distribución establecidos –lo que no significa economía exenta de determinación por procesos internacionales;
Del vínculo de alianza como uno de los momentos centrales y en cualquier caso subyacente al “enfoque existencial” que hacen los sujetos cuando preparan o recorren otros muchos momentos y actividades;
Del vínculo de valoración respecto a la actividad y prácticas compartidas, que se enuncia mediante la ritualización de las formas, las pausaciones de tiempo, la preponderancia de la calidad del proceso sobre la pragmática de su finalidad, siendo éste un vínculo que queda pulverizado por las nuevas condiciones de existencia de los sujetos en el país “de destino”; etc.
No se trata de idealizar nada o de sustraerlo a su propia crítica, sino sencillamente de intentar investigar y transmitir lo que es. Y, por supuesto, eso que pueden creer que “ven”, en las migraciones, nuestras subjetividades muy escasamente territorializadas, asociativas más que comunitarias, funcionales más que identificativas, regidas por el principio del contrato más que por el del contacto con lo inmediato[4], no es correspondiente a la realidad de disrupción devastadora entre los sujetos migrantes y su ser social de origen[5].
REPRESENTAR LA LUCHA DE CLASES COMO RECLAMACIÓN EXTREMA DE HOMOLOGACIÓN SOCIAL
Una segunda muestra de la reciente puesta espectacular de el Otro en consumo y conversación públicos:
Cuando, más o menos acompañados por el lumpen, núcleos remanentes de proletariado se rebelan en el extrarradio primermundista, a los medios les es relativamente fácil mistificar a la “opinión pública” enumerando –o exhibiendo con imágenes- un conjunto de características fenoménicas seleccionadas como materia prima de fabricación informativa: “negros”, “faltos de integración”, “lumpen”, “lumpenizados”, “víctimas del racismo institucional o social”, “excluidos de oportunidades”, “desempleados”, etc. Como si el fondo genético del proceso social notificado y “debatido” por radio y televisión tuviera que ver sin más con una condición “particular” de ciertos sujetos sociales, en lugar de corresponder a la necesidad de una clase internacional, también presente en el Mundo burgués.
De este modo, los intentos de respuesta que se sucedan son explicables únicamente asumiendo la Variable condición de clase. En estos casos, la hipocresía burguesa clama contra las acciones y recuerda sus consecuencias a los espectadores, mientras se frota las manos pensando en las rentabilidades que ingresa con su continuidad –rentabilidades represivas, de reforma jurídica para un control poblacional más estrecho, de nihilismo y desorientación de clase respecto de sus propias posibilidades de ser portadora de alternativa socio-económica, etc.[6] Pues son las relaciones entre las clases aquello que produce una multitud de situaciones “de grupo”, “específicas” o “particulares”, así como agudiza su contraste y antagonismo material a medida que se extiende y se acentúa la escasez nuclear intrínseca a la Economía Política estructurando el Mundo en clases de mundos.
Esconder esta realidad substancial detrás del discurso que consiste en citar “un Otro y sus déficits de encaje, de comprensión, de atención, de asistencia social, de libertad para la afirmación cultural, de sociabilidad en el barrio e ideación de soluciones locales y participativas a escaseces y conflictos, etc.”, presenta para la clase dominante también la rentabilidad funcional de inducir, entre los trabajadores no proletarios, “simpatías”, “antipatías”, “aversiones”, e incluso “apoyos” ante un supuesto panorama por conseguir “otras condiciones de existencia, de respeto o de participación”. Con esa operación mediática –en la que los antropólogos del campo burgués hablan en primera línea-, la burguesía monopolista mete de lleno a esas luchas en el callejón sin salida de “el rumbo propio” por “conquistar derechos y dignidad” en el entorno inmediato y como supuesta parte de dicho entorno, divorciando a los núcleos proletarios primermundistas, fragmentarios y dispersos, respecto de la adquisición de perspectiva internacional. Así, los destacamentos de clase aislados en movimiento, carentes de perspectiva mundial de conjunto (es decir, de enlazar su propia condición de clase con su Mundo de clase y con los procesos allí en curso), son incapaces de tender en su praxis hacia la realización de una alternativa socio-económica integral a la totalidad socio-económica que define su existencia de minoría en “su” ámbito geográfico.
ANTROPOLOGÍAS MODULADORAS Y SU “TENGAMOS EL ENCUENTRO EN PAZ”
A la vez, las sociedades primermundistas son penetradas por el Otro en una índole que llama a gestionar los riesgos comportados para la convivencia intercultural por las nuevas condiciones generadas. En este contexto, “el debate” da voz antes inédita a una Antropología que acuña identidades para los venidos. Estas identidades “halladas” serían supuestamente la clave orientadora para la intervención estatal y la clave explicativa de las reacciones de los venidos a un medio que no sabría integrarlos respetando su especificidad. La Variable “intercultural” entra en escena de este modo. Sus funciones en la gestión de conflictos son claras: desplaza en dirección a cuestiones culturales, la consciencia en relación a las condiciones materiales en que viven millones de sujetos. Con ello es velada la impotencia real de las instituciones para tratar con “las problemáticas” derivadas de un abanico de miserias. De insalubridades. De consciencia fatalista en relación al propio “porvenir en sociedad” –porque el sujeto se sabe desprovisto de margen de incertidumbre. De ausencia de libertad para actividad alguna porque no se posee la gestión de recurso material alguno. Así como de aislamientos y de déficits en la socialidad, en los vínculos humanos, en la empatía intersubjetiva; todos ellos componentes intrínsecos a la existencia atomizada y utilitaria que sobrevivir en el capitalismo exige[7].
Estas características están determinadas a serlo entre el proletariado, clase cuyo ser social concentra la alienación de toda humanidad en la existencia concreta[8]. Mediante una operación de estafa que reemplaza, al ser social de clase, por la característica, lo circunstancial, el accidente…, el discurso social de la burguesía monopolista tilda a esos procesos característicos mismos de responsables sobre los comportamientos, las abstinencias, las desvinculaciones, las autodestrucciones, las desutilidades, los ilegalismos, que se plantea liquidar, paliar, regular, contender o rentabilizar. Por ende, tilda a aquellos procesos característicos de ser el terreno objetivable y susceptible para la intervención, figurándose que, encauzados o compensados según la fórmula mágica etnológica, de trabajo social, asistencial, sociológica, urbanística, psicosocial, de cooperación, lúdico-infantil, pedagógica, físico-educativa, por hallar, será capaz de regenerar un tejido social nacido ya amenazante o de nulo provecho.
Con esta Antropología, deslizada en el discurso periodístico “comprometido” y verbalizada por determinados “expertos”, se consigue surcar una discontinuidad en el espacio social, que separa, a las poblaciones primermundistas, de los identitarizados como “inmigrantes”, “población de origen inmigrante”, “hijos de inmigrantes”, “población de antiguas colonias”, etc. Los primeros se convierten así en espectadores –partidarios, comprensivos o reacios- de los movimientos e insurgencias “de los segundos”. El posible auto-rechazo primermundista de clase queda así obstruido por una Antropología que se encarga de que el Otro no deje de ser considerado como tal: metafísicamente divorciado respecto del carácter clasista de los gruesos sociológicos imperialistas. A la vez, esta Antropología ejerce de mala conciencia crítica sermoneando a la política y población nacionales sobre la necesidad de comprensión hacia esas categorías en que ha fijado previamente a las personas.
En una cuestión como la exclusión, gran parte de la gama ideológica dominante vertida halla su común denominador en presentar la exclusión en dicotomía con la integración. En realidad, las mismas estancias y grupos políticos, empresariales, financieros, burocráticos, etc., que asignan “cuotas de recepción” a las migraciones calculadas por el rasero de la rentabilidad laboral y productiva, son los mismos actores promotores de racismo y exclusión poblacionales. Para consumar la única integración concreta real que les es deparada bajo el capitalismo a los nuevos contingentes grupales incorporados –florituras, Días Oficiales varios decretados por tal o cual bello cuadro social, y ensoñaciones aparte-, sus importadores económicos y jurídicos tienen que bloquear en lo posible el afloramiento de lazos de sociabilidad, de empatía, de comprensión profunda, de compañerismo, con núcleos proletarios autóctonos. Y sabemos que los modos de conciencia, de identificación recíproca, de incorporación de un Otro que deja de serlo, dependen del establecimiento de relaciones sociales objetivas.
De lo que se sigue que la burguesía, sus medios periodísticos y sus mediadores científicos deban completar la dicotomía inventada exclusión/integración asociándola a un marco de “reto de interculturalidad”, “reto a la capacidad de convivencia”, etc. Así, “transformando” a la integración concreta que acondiciona -con las exclusiones múltiples que son su asidero y la biga sobre la que esta integración tiene que sustentarse e impulsarse- en una cuestión de “consonancia multi o intercultural” (según versiones), los gestores de migraciones lo tienen fácil para desplazar al terreno de la “clase obrera” primermundista –de “su cultura”, de su “incultura”, de su “embrutecimiento”, de su “insolidaridad”, etc.- el conjunto de procesos exclusionistas y de aislamiento en que consiste la particular inmersión funcional pre-asignada a la población migrante[9], con determinados sectores laborales, determinados salarios y determinadas condiciones de trabajo “correspondientes”.
Si tenemos en cuenta lo dicho, el doble juego de la ideología dominante se desvela claro: la prensa reparte las sesiones informativas, las imágenes, los artículos alternantes en su calendario. A ciertas horas, el menú se compone de documentales de sensibilización, galas “por la tolerancia”, noticias sobre países de origen para el fomento de cierta comprensión y “fraternidad”, datos intercalados por un constante y machacón goteo “informativo” de asociaciones entre “población de origen extranjero” y un largo listado de estereotipos negativos; hecho al que ha dado un fuerte giro de tuerca la conversión de ciertos canales televisivos en auténticas “páginas de sucesos”. A otras horas la priorización se invierte momentáneamente. Con este penduleo, se alcanza finalmente cierto equilibrio actitudinal en la ciudadanía, de signo utilitario óptimo para los empleadores de los ideólogos:
- La “nueva” Fuerza de Trabajo (o “vieja”: de varias generaciones después de la llegada) recibe distante compadecer, indiferencia, aversión o frontal oposición por parte de amplias capas de su misma clase, con lo que queda sola frente a la regulación a la baja de sus salarios y sin poder encender redes sociales amplias de resistencia.
- El miedo, el recelo o por lo menos el desprecio, dependiendo de si el discurso desplegado en torno al grupo es más de demonización o más de “barbarización identitaria”, barran la comunicación y la mera coexistencia física en el espacio, la frecuentación común de lugares de reunión, de encuentro en el ocio y la diversión, etc. Ese desencuentro garantiza que ni experiencias y ni lecciones de lucha sean transmitidas desde estos grupos hacia lo que podríamos llamar “la clase media mundial”, o burguesía asalariada. Paralelamente, entre los segmentos proletarios autóctonos son bloqueados la toma de consciencia, el aprendizaje táctico, el balance y la discusión en torno al pasado de consciencia, de enfrentamiento y de reivindicaciones que el proletariado venido porta consigo como equipaje.
- El bloqueo de revulsivo a la toma de conciencia y al arranque de procesos de acción colectiva tiene un funcionamiento bilateral: rota la comunicación de clase, el proletariado migrante no tendrá más remedio que agarrarse a un clavo ardiendo y arrimarse a los sindicatos supuestamente “fuertes”. Quienes, contra-prestando la ganancia de cifras de afiliación, re-presentarán los desfiles multiculti anuales.
- Los mismos poderes que inventan la ideología racista y la inyectan tienen que neutralizar la sobredosificación peligrosa a la que inercialmente tienden, por medio de antídotos mediáticos calculados “en su justa medida” que impidan una reacción exacerbada del mismo cuerpo social intoxicado. Porque tales espasmos serían obstrucción a una importación sostenida de Fuerza de Trabajo de que la “competitividad” económica nacional o supranacional –en su pugna con otros Estados y bloques- depende.
EL LUGAR DEL PROLETARIO EN EL MEDIO SOCIAL EMPLEADOR
“A pesar de todo” –o, mejor dicho, de modo inextricable justamente a estos mecanismos de signo dual y complementario-, las capas “inmigrantes” quedan integradas “en su lugar” material real. Y ese lugar queda blindado y tornado opaco, además de por aquellos dispositivos ideológicos, también y básicamente por mecanismos puramente materiales:
- Concentración en el espacio urbano segregada de la población autóctona.
- Concentración por trabajos y por funciones laborales, que los relacionan poco con la población autóctona.
- Lógica tendencia a ir en busca de las relaciones ya generadas en el trabajo, en el barrio, en el parentesco congregado en espacios urbanos próximos, cuando se trata del tiempo llamado “libre”, de modo que desconocimiento mutuo y fortificación de mitos negativos son polos que se alimentan recíprocamente en el círculo vicioso de la separación social organizada.
- En obediencia a ello y por supuesto a la discriminación por origen tanto en la entrada a espacios de ocio como en el trato recibido, los propios lugares materiales de ocio se distribuyen segregados ya de entrada.
- Condición especialmente efímera de los contratos –cuando los hay- y por tanto elevado Índice de frecuencia de movilidad laboral. Este régimen de trabajo constantemente liquida, antes de su inicio mismo, la comunicación extensa entre compañeros y el planteamiento de análisis comúnmente asumidos –esbozos de emergencia de la clase para sí– sobre la propia condición material compartida –clase en sí-, así como la apertura correlativa de perspectivas de acción o en la exportación de esa comunicación a contextos de encuentro más amplios.
[1] Sociedad que antes quedaba fuera de su perímetro y más o menos impermeable a éste, salvo por el cruce de alguna que otra crónica y por la imaginación que le proyectaba a aquel exotismo.
[2] “A prosperar, a aproximarse a una sociedad de mayores oportunidades, a elegir a voluntad el lugar de vida, a <<ver mundo>>, a <<una existencia nómada>>, etc.”.
[3] Como analistas –y ya como sujetos sociales- debemos manifestar insumisión a ese “juego” perverso que nos chantajea a “posicionarnos” y definir nuestro punto de partida epistemológico desde la dicotomía “a favor/en contra”; asumir esa base de pensamiento es ponerse uno a deslizarse sobre la superficie fantasmagórica que las interpretaciones morales de los acontecimientos son en relación al conocimiento radical de estos. Los actuales procesos migratorios, no son ningún “derecho que celebrar”, sino un síntoma de alta informatividad. Un indicador excelente de la contraposición esencial entre capitalismo y subsistencia, y que nos revela la verdad tendencial de nuestros propios supuestos “oasis de Bienestar y acogida”. Al revés de la prospectiva marxiana respecto de que los países llamados “centrales” serían el espejo donde el resto podría contemplar reflejado su propio futuro, la verdad es que, aquello que la ideología dominante llama “subdesarrollo”, marca bajo el capitalismo el sentido real y único posible del desarrollo socio-económico planetario, incluido el del conjunto territorial “desarrollado”.
[4] Cuya importancia queda por lo demás muy desplazada en un mundo de ubicuidades instantáneas e intercambiabilidad a la carta del estar.
[5] El subrayado se debe a que justamente ésta me parece la cuestión nuclear a fin de romper la ideología que se monta tomando a los procesos migratorios como resorte: no es solamente que las migraciones nada tengan que ver con una inclinación a lo “cualitativo-mejor” o “cualitativo-menos malo”, sino que es todo lo contrario: a pesar de que el plano de lo cualitativo está del lado de la existencia que se abandona, la Dictadura de la cantidad que la producción capitalista es, determina a la mayor parte del Planeta en unas cantidades insuficientes para esa base de lo demás –de lo cualitativo vital, de lo realmente importante- que es la subsistencia y la auto-reproducción. Insuficiencia cuantitativa que, claro, no viene dada por la escasez de producto, sino, al contrario, por su sobreproducción, a escala de humanidad, contradictoria a un abastecimiento humano alienado en la propiedad privada.
[6] La burguesía bombardeará a la sociedad primermundista sermoneándole con la mistificación de que las capas en acción son racaille, gamberros, ociosos, incivilizados “atrasados” e incívicos “subdesarrollados”, resentidos de la prosperidad ajena que ellos no saben ganarse, incrementará las dosis de racismo que acostumbra a inyectar… Y alternará esas ideologías de estigmatización, con ideologías aparentemente “opuestas” de victimización, de alerta sobre los descuidos asistenciales y urbanísticos, de alerta sobre la abstinencia “pública” en el despliegue de un entramado de “educación y cultura” para esos jóvenes “en el vacío”, etc. En definitiva, ante la sociedad burguesa, la burguesía definirá a la clase en acción ante todo como como particularidad separada de la realidad abrumadora planetaria. Al tiempo, ante los combatientes de clase, subrayará los efectos ideológicos que esa misma separación produce, para decirles –vehiculándose a través de cierto postmodernismo intelectual “participativo” en asambleas y en situaciones de acción colectiva, productor de etnografía dialógica…- que nada pueden esperar de los líderes ni de los núcleos minoritarios proletarios establecidos en el Primer Mundo, y que nadarían ajenos a ellos tanto subjetivamente como por sus condiciones personales tan distintas de existencia material… Como si la toma de partido fuera determinada por el dato socio-económico de origen y no fuera posible (en relación a una minoría de casos) tomar partido contra el propio Mundo de clase de origen.
[7] Así, puede el Estado auto-presentarse como entidad digna de confianza, preparada para corregir esas “problemáticas” y carencias sociales que él mismo ha definido como déficits de encaje intercultural, a base de proyectos, de políticas socio-culturales, de fomento de “la tolerancia”, de campañas “por el respeto”, de animación de barrios, de festivales y teatrillos folklóricos varios, de penalización del lenguaje políticamente incorrecto (porque lo importante parece no ser aquello que ocurre realmente, sino el hecho de no reflejar en el lenguaje las discriminaciones reales).
[8] Anomia por impracticabilidad del universo normativo de origen y disfuncionalidad o no-lugar, en el contexto grupal concreto, del “nuevo” universo normativo dominante; desarraigo y ruptura de solidaridades prácticas que vinculaban al grupo de parentesco en los lugares de procedencia, grupo que ha resultado fragmentado durante el proceso migratorio y la dispersión parenteral de asentamiento; desempleo; fenotipo, dicción, estética, como marcadores de estereotipos negativos; déficits en el espacio de cohabitación, o insuficiencias de espacio mismo; etc.
[9] Efectivamente: sus condiciones de contrato, el carácter mismo de sus trabajos…, no es algo en lo que esta capa del proletariado ingrese a posteriori dadas unas circunstancias económicas no preparadas, no aptas para “tanta mano de obra”, que no pueden ofrecerles nada más que eso a las alturas de su llegada…; sino que, en cambio, es el cálculo y la planificación al nivel de la Economía Política aquello que precede y que subyace a su admisión jurídica selectiva y categorización misma como “inmigrantes”.