El Presidente en su delirio quiere creer que es capaz de doblegar a una nación decidida a cambiar
Sentarse a escuchar al presidente Nicolás Maduro en sus intervenciones es un ejercicio complejo, porque amerita de mucha paciencia. No es solo la poca capacidad de resumen lo que aburre, son los lugares comunes, es el insistente culto que hace a su propia personalidad. A veces Maduro está en modo autobiográfico y comienza a relatar historias que poco interesan al grueso del país que, como es lógico, está más pendiente de conseguir algo de comer. La gente quiere soluciones, innovación, ser escuchada, pero él se empeña en errar una y otra vez de la misma forma; “su” forma. La palabra poco vale, porque él mismo se ha empeñado en romper la confianza de la gente en lo que desde Miraflores promete. La lista es larga: acabar con la corrupción, vencer la “guerra económica”, doblarle el pescuezo al dólar paralelo… Maduro también usa las redes sociales para difundir “videos casuales” en los que su aparato de propaganda se esfuerza por mostrarlo como un tipo normal, un ciudadano más, incluso sensible, a pesar de ser el principal responsable de la debacle económica de un país que recibió con un dólar oficial a 11,20 bolívares y que en estos días se cotiza en, al menos, 1.800 bolívares. Él juega pelota y los jóvenes son reprimidos con fuerza; desafina en el piano y la nación lo repudia.
Venezuela pide a gritos elecciones, que se respete la Constitución y él se inventa comicios sectoriales y pretende crear una nueva Carta Magna. El hombre de las captahuellas, del fallido Gobierno de calle, del diálogo falaz, del les juro que al quinto sistema cambiario sí que va la vencida, de las zonas de paz, de los precios regulados, de los motores productivos, del aislamiento internacional y de la censura ahora pretende redactar una Constitución a su medida. Parece que se ha creído aquello de ser el ungido y que de verdad es el portador del poder constituyente originario. EDE