Lo único que puede —y debe— celebrarse, aunque sin jolgorio, es el arrojo compatriota para deponer la narcosatrapía
O.E.
El viernes 23 junio, fecha epónima por el natalicio de José Cristóbal Hurtado de Mendoza y Montilla, jurista y primer presidente de Venezuela, se conmemoró el Día Nacional del Abogado.
Los venezolanos, incluidos quienes integramos el llamado foro, no estamos para celebraciones. Lo único que puede —y debe— celebrarse, aunque sin jolgorios, es el arrojo compatriota para deponer la narcosatrapía que nos asola, en particular, el arrojo, de nuestros valerosos muchachos. Del resto, solo hay lugar para el bochorno, la estupefacción y el duelo.
Genocidio, corrupción, ineptitud, miseria extrema, impunidad, desvergüenza, hambre, sobre todo de Justicia son algunas improntas, apenas, del secuestro del país, a manos del peor pandillaje.
El sector Justicia, en medio de tales circunstancias, no podía substraerse de la asolación ética: “La única ley es que no hay ley”. “Usted tiene razón, pero va preso”. O aquel desplante de Romanones, fascista, como sus congéneres locales: “La violencia no destruye derechos, solo interrumpe su ejercicio”.
Días atrás, el baldado moral y mental, que repite cual perico —por esta vez, lo del perico no es por lo otro, sino por no su nulo discernimiento— blasonaba que, acudir a estrados, equivale a legitimar nuestro menguado sistema tribunalicio.
Tal legitimación, señor, existe solo en su estulticia. Un caso judicial, uno solo de mil, que se le arrebate a las garras de la opresión política, con sus lacras de prevaricación, servilismo, cohecho, sevicia, le da holgado sentido al oficio de demandar Justicia.
Además, siempre hay espacio para el “activismo judicial”, que tanto irrita al Nerón de turno. Decía Ghandi: “Si ves una injusticia, repárala con tus propias manos. Si no puedes repararla, denúnciala. Y si no puedes denunciarla, guárdala en lo más profundo de tu corazón”. Patrocinar causas perdidas, de antemano, por trapacerías políticas. Ponerlas al descubierto, denunciarlas, demolerlas, aniquilarlas de modo argumental, desde sus propias entrañas, es nuestra manera de ser ghandianos.
Con todo, felicitaciones a quienes, día a día revalidan, dignamente, el pergamino de abogado.