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Crónicas bolivarianas: Manuel Noriega y Venezuela

Manuel Noriega y Venezuela

Pocos saben que quien apresó a Manuel Noriega, en Panamá, fue un venezolano de San Tomé, estado Anzoátegui


O.E.

Pocos saben que quien apresó a Manuel Noriega, en Panamá fue un venezolano de San Tomé, estado Anzoátegui.

Lo recordaba con motivo de la muerte esta semana del narcorufián que desgobernó por seis años el país hermano.

Jimmy “The Bitter”, su captor, jerarca de la Drug Enforcement Administration, DEA, alguna vez me relató los pormenores de la “Operation Just Cause”. Que tampoco fue muy justa que digamos.

Jaimito “El Amargo”, para castellanizarlo, combatió en Vietnam. Estando ya de baja del ejército, le llegó invitación de Washington para recibir condecoración por valentía en el combate. Respondió lacónico: “Me molestan las ceremonias. Si se trata de una medalla, mándenmela por correo”. Por algo lo llaman como lo llaman.

Historia conocida que Noriega se escondió bajo las sotanas de los curas de solo oír ¡vienen los gringos! No hubo necesidad de sacarlo de la embajada de El Vaticano a bombazos, metrazos, perdigonazos, lacrimógenos, cual narcotirano cuando arremete contra opositores desarmados. Los invasores emplearon amplificadores de sonido para atormentarlo con música ¡Ay pero qué tímpanos tan delicados! Fue cuando “El Amargo” lo atrapó, lo metió en un avión y “puso proa” hacia EEUU. Durante la travesía, Noriega blandió su legendario machete. Lo blandió de pura boca, aclaramos, porque cuando la aeronave se aproximaba para aterrizar en Miami se produjo el siguiente “diálogo”:

EL AMARGO: Mire a través de la ventana. Aquellas lucecitas rojas, titilantes, son las de la cárcel del condado de Dade. Mírelas bien, Sr. Noriega, porque ese va a ser su hogar en los próximos 20 años.

NORIEGA: (Rompió en llanto, porque además de narcofelón, matón, chorizón, gordinflón, epulón, cobardón y mariposón, resultó llorón).

“El Amargo” vive actualmente en Sacramento, California. Física y mentalmente se encuentra en óptimas condiciones, pero tuvo que internarse en una residencia para adultos mayores, porque ni su esposa, ni sus cuatro perros, soportan su mal genio. Cuando lo llamé para comentarle la muerte de Noriega, respondió:

— Q.E.P.D. –y cambió el tema-. Por cierto, mucha gente me ha pedido que por unos días interrumpa mi jubilación y me dé una vuelta por Caracas: a hacer, lo que bien sé hacer.