Hasta hoy se puede decir que es imposible dialogar, conversar y mucho menos discutir, con la claque gobernante y sus seguidores ciegos o comprados
Luis Fuenmayor Toro
Hacer un alto en esta vorágine de dimes y diretes, donde las acusaciones más escandalosas van y vienen y donde los argumentos serios se confunden con las racionalizaciones idiotizantes, se hace imprescindible si no queremos perdernos dentro de la diatriba agresiva, mentirosa y calumniadora, además de inútil, que utilizan el Gobierno y la oposición agrupada en la Mesa de la Unidad Democrática. La propaganda “goebbeliana” utilizada desde hace años por el régimen chavecista, hoy en su máxima expresión a través de todos los medios nacionales de comunicación, se une a una acción similar de dirección opuesta que tiene como centro las redes sociales y los medios internacionales que están con la MUD. No hay en ninguno de ellos la más tenue luz al final del túnel, por lo que la desesperanza y el miedo se extienden cada vez con mayor fuerza, amenazando las posibilidades de iniciar el tan esperado proceso de normalización de la vida cotidiana.
Hasta hoy se puede decir que es imposible dialogar, conversar y mucho menos discutir, con la claque gobernante y sus seguidores ciegos o comprados. Maduro, Jaua, Cabello, Flores, Rodríguez, El Aissami y Padrino, lucen intransitables para la discusión de proposiciones serias distintas de las que han echado a andar. Aunque saben que su constituyente es fraudulenta y fascista, que la soberanía reside en el pueblo y que el Presidente, entre otros, sólo tiene la iniciativa de consultar al soberano si quiere o no cambiar la constitución, están decididos aparentemente a seguir adelante hasta el final, a menos que aparezca una correlación de fuerzas cualitativamente distinta de la hoy existente, que aún les favorece. Se lo oí decir a Jaua: “Ellos nos quieren tumbar y nosotros no nos vamos a dejar tumbar”. Pero esa afirmación, que en su momento me pareció lógica, ha derivado en algo realmente siniestro y retorcido; ya no es sólo no dejarse tumbar sino se trata de mantenerse en el Gobierno aun en contra de la opinión de la inmensa mayoría de los venezolanos: un 80 por ciento por lo menos.
Si esa es realmente la decisión, su significado es guerra en el sentido de extensión y profundización de la violencia que lleva hasta ahora 70 muertes. La mayoría de la oposición, hoy en la MUD y en el pasado integrante de la Coordinadora Democrática, enfrentó al presidente Chávez cuando este tenía un apoyo superior a la mitad de los venezolanos votantes. Recordemos no sólo el golpe del 11 y 12 de abril de 2002, que dividió a las fuerzas armadas, sino las masivas manifestaciones opositoras de entonces, hasta ahora no igualadas ni por esa misma oposición, todas exigiendo la salida de Hugo Chávez. Se trató prácticamente de una insurrección de las capas medias radicalizadas, que junto a un sector militar depuso al Presidente. Fue una insurrección exitosa, independientemente que no haya sido de los grupos sociales que siempre pensábamos eran los protagonistas de este tipo de insurgencia. Hoy, con mucho más razón, se opondrá con todas sus fuerzas a un gobierno sin apoyo popular y totalmente inservible.
Dentro de la dirección de la MUD también hay parcelas, hoy preponderantes políticamente, que no ceden en su discurso de que la prioridad es la salida de Maduro. Voluntad Popular, Vente Venezuela y Primero Justicia desde la inhabilitación de Capriles, piensan que al Presidente lo que le falta es un “empujoncito”, que se le puede dar con las manifestaciones de calle y para algunos “a punta de muertos”. Hay una tendencia en estos grupos a sustituir las grandes movilizaciones de la gente en las calles por acciones violentas vanguardistas de comandos, que impulsados ideológicamente o por la adrenalina que se segrega durante los enfrentamientos o por el dinero que puedan recibir, enfrentan por la fuerza a los cuerpos de seguridad del Estado. A estos enfrentamientos se une el hampa común, cuya organización, armamento y dominio territorial, se vieron favorecidos por las políticas nefastas de seguridad del régimen chavecista incluso antes de Maduro.
Sustituir las movilizaciones de calle por los enfrentamientos violentos es un grave error de los dirigentes opositores de la MUD, que favorece en forma importante al Gobierno y al PSUV. Tanto es así que infiltran a estos grupos vanguardistas y terminan achacándoles las acciones de sus propios paramilitares, como el robo y saqueo descarado del Banco Provincial permitido por la inacción policial, o las de la delincuencia común, caso posible de las Residencias Paraíso (Los Verdes), sometidas a una agresión injustificable por el CONAS de la GNB, para detener a quienes Reverol califica como terroristas. No voy a discutir que no haya vándalos violentos en Los Verdes, pero sí voy a señalar que eso no le da derecho a nadie a allanar sin hacerse acompañar de varios fiscales del Ministerio Público, a disparar lacrimógenas a diestra y siniestra, ni a actuar con paramilitares, tumbar las puertas de las viviendas, destruir los ascensores y los vehículos estacionados de los vecinos. Son actos más vandálicos que los enfrentados.
En los permanentes desafíos con el Gobierno de Maduro, las acciones de la Fiscal constituyen la novedad. Luisa Ortega Díaz ha puesto en severos aprietos al régimen, que debió replegarse luego de haber avanzado en su plan hegemónico con las sentencias 155 y 156 de la Sala Constitucional del TSJ, que eliminaban la Asamblea Nacional y hacían plenipotenciario al Presidente. En pocas semanas, la Fiscal ha hecho lo que la MUD no pudo hacer en 18 meses, pese a sus estridentes promesas y destempladas amenazas. A pesar de que el TSJ no admitió los dos últimos recursos de la Fiscalía, esto no ha amedrentado a la Fiscal, quien sigue a la ofensiva y solicitó el antejuicio de mérito de los integrantes de la Sala Constitucional, presentando claras evidencias de la designación fraudulenta de los llamados magistrados “exprés”.
Las amenazas del Gobierno no se han hecho esperar y ha utilizado a los cobardes de siempre para insultar, agredir y amenazar. Luisa Ortega ha abierto la posibilidad de nuevas fórmulas de acuerdo y alianzas entre sectores chavecistas que han roto con Maduro. Ha incidido en el PSUV al presentar elementos claros de soporte a la disidencia y ha fortalecido a los sectores gubernamentales que se oponen al manejo actual gubernamental. La MUD, sin políticas claras, ha comenzado a seguir sus acciones. Una transición que incorpore al chavecismo enfrentado al Gobierno se hace hoy posible.