Los venezolanos simplemente quieren tener una vida digna, que se les permita ser escuchados, que a nadie lo sigan maltratando por pensar distinto; quieren vivir en paz
Venezuela es un país secuestrado por pretender que las cosas cambien. El Gobierno ha fracasado en su misión más básica: tratar de llevar la mayor suma de felicidad posible. Por el contrario, se ha convertido en un depredador de las libertades ciudadanas y ni siquiera es capaz de garantizar que todos los habitantes de esta nación puedan comer tres veces al día. Venezuela quiere un cambio porque los gobernantes no han hecho más que despilfarrar una inmensa fortuna, olvidando a las grandes mayorías que ahora se alzan en contra de la opresión. La gente grita libertad, porque la Constitución es irrespetada, porque desde el poder se premian los atropellos y porque entiende que la vía elegida por la cúpula es la de la destrucción de la sociedad. Cada vez más son los sectores que reniegan de la Constituyente como una solución y entienden que es simplemente un mecanismo para torcer a voluntad del otro. La arrogancia del poder envilece irremediablemente a los secuestradores de un país que tiene anhelos, ganas de llegar al siglo XXI de una buena vez. Un grupo sin probidad, reducido a sus madrigueras, pretende arrebatarle a Venezuela la capacidad de ser un país decente, orgulloso de su gentilicio, cuna de hombres y mujeres luchadores, decididos a mejorar. En Miraflores reina el despropósito, la ambición, el desprecio. Se niegan a entender, a escuchar el rugido popular. Venezuela quiere ser feliz y lo va a lograr.