Venezuela es inviable mientras esté secuestrada, su deterioro no se detendrá y el colapso económico, social y financiero se hará más feroz
Lo más espeluznante de la actual crisis que malviven los venezolanos es que no existe ni una muestra de empatía por parte de quienes están al frente del Estado opresor. Son indolentes ante el sufrimiento de los venezolanos y así lo demuestran con sus actos o, pero aún, con su inacción. También se desnudan con las palabras, con discursos en los que se burlan de la tragedia colectiva, porque en el fondo a ellos poco les afecta el drama cotidiano que sí sufren millones. Es una pandilla que ha secuestrado a la nación, una secta de la que solo sus cabecillas se benefician a costa de la opresión generalizada de las masas populares. El país está sometido a la crisis más dolorosa de su historia moderna sin necesidad. No existe ni un solo motivo de envergadura para que el país se derrumbe de esta manera. La tragedia solo se puede explicar bajo la lógica de la corrupción, acción criminal que ha ahogado en un lodazal a la función pública y que ha escalado hacia diferentes áreas del espectro delictivo. Una vez empantanados como están, aplican la premisa del vale todo. Se saben sin futuro y por eso asfixian a un país entero. Pretenden acabar con el mañana de millones. Su suerte está echada e insisten en arrastrar hasta el averno a la nación y su futuro. Venezuela es inviable mientras esté secuestrada; su deterioro no se detendrá y el colapso económico, social y financiero se hará más profundo con el paso de los días, como ya ha quedado demostrado. El país está golpeado, agobiado, mil veces malogrado por un grupúsculo que no tiene alternativa y que pretende comprar conciencias, que vive de replicar la corrupción, de corromper como política. Para ellos es imprescindible que la gente esté desmoralizada, que los venezolanos se sientan por el suelo, derrotados a priori. Nos quieren esclavos de sus designios, presos del mal gobierno, rehenes en nuestra propia casa. El país que ellos necesitan para seguir con sus privilegios y negocios es el de la desmemoria, el hambriento, el que deja atrás su gloriosa historia, el que teme al cambio. Nos quieren callados, obedientes, sumisos, muertos en vida, porque solo así les somos útiles. Por eso nos asfixian, por eso no se estremecen con los fallecimientos de nuestros niños, por eso normalizan el hambre, voltean la mirada ante la pobreza de nuestra gente y a la ligera amenazan con guerras y batallas que ellos nunca serán capaces de librar. Han decidido oprimir hasta que no tengamos más alternativa que temerles y se han inventado una Constituyente que pretende acabar con quien no se les arrodille. Es un mecanismo perverso que solo puede ser enfrentado con dignidad, de esa que sobra en un pueblo que ya nada tiene que perder y que está dispuesto a enfrentar y vencer a los monstruos del totalitarismo como siempre lo ha hecho.