Maduro no planea que su paso por Miraflores sea breve, como se pronosticaba cuando asumió el poder
El año 2017 quedará como el que inició la primera dictadura frontal de este siglo para los venezolanos. Se ha erigido ante nuestros ojos, y a costa de decenas de muertos, un sistema basado en el atropello, en el fraude, el hambre, la miseria y la represión que pretende ponerse ropas más democráticas de cara a la comunidad internacional, sin realmente lograr engañar a nadie, a decir verdad. Maduro se ha mostrado implacable y la imagen de aquel bobalicón que llegó a Miraflores por carambola ha quedado atrás dejando ver su rostro ambicioso y sin escrúpulos que, en su afán por mantenerse en el poder, está dispuesto a llevarse por delante a adversarios políticos, ciudadanos rebeldes y hasta a compañeros de filas que puedan hacerle sombra. No extraña que de buenas a primeras, Maduro sorprenda con mayores depuraciones, esta vez dentro del ala militar, dando verdaderos mazazos a quienes se creen intocables, por ahora. La aspiración de quien encabeza el régimen es perpetuarse en el poder y por eso es de esperar que en las próximas semanas se anuncie una elección presidencial adelantada que, maquillada con los tonos del diálogo que se monta con un sector de la oposición, se convierta en la emboscada que finalmente dé al madurismo un halo de invencibilidad que lo atornille en el poder unos cuantos años más. Para eso Maduro ya ha demostrado que está dispuesto a todo: lo ve como un acto de supervivencia política que como añadidura le dará poder sin precedentes en la historia nacional reciente. Así, en un año, el plan es haber eliminado del camino cualquier obstáculo, incluido los medios de comunicación que le son críticos, y comenzar a borrar de una vez y para siempre del imaginario colectivo aquella frase que tanto le choca: “Maduro no es Chávez”. Y será verdad, porque entonces, si las circunstancias de su tiempo y de la dinámica que no llega a controlar se lo permiten, se habrá convertido en algo muchísimo peor.