Las condiciones socioeconómicas venezolanas obligan a los nuevos migrantes a optar por viajes terrestres prolongados, cambios de profesión, destinos más modestos y hasta protección como refugiados
Mónica Duarte
Entre 2015 y 2017 la migración venezolana no solo ha aumentado sino que ha cambiado su perfil. Los expertos aseguran que las condiciones socioeconómicas actuales del país hacen casi imposible identificar y diferenciar los migrantes clase media o clase baja, sin embargo, los medios por los que se viaja y las circunstancias en las que se emigra son cada vez más extremas y demuestran la vulnerabilidad interna de los venezolanos que ahora buscan nuevos horizontes.
Según las proyecciones del Laboratorio Internacional de Migraciones de la Universidad Simón Bolívar (USB) en los últimos dos años más de 700.000 personas se han ido del país, para un total de 3,2 millones de ciudadanos venezolanos viviendo el extranjero, mientras que el Observatorio de la diáspora venezolana, proyecto de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y que realiza sus estadísticas con base a los datos oficiales de gobiernos y organizaciones internacionales, estima que el aumento fue de 1,2 millones de expatriados pasando de 1,6 a 2,8 millones en solo 24 meses.
Sin embargo, estas cifras parecen más bien modestas al lado de la medición de la empresa encuestadora Consultores 21, quienes proyectan el número de migrantes sobre los 4 millones de personas para finales de 2017, lo que equivaldría al 12 % de la población nacional según Claudia Vargas, investigadora sobre emigración y profesora de la USB.
Pero analizar y hacerle seguimiento a este fenómeno se ha vuelto difícil por la variedad de características que hay entre los migrantes. Vargas explica cómo los distintos segmentos que conforman el éxodo han cambiado con el tiempo. “A finales del siglo XX el perfil del emigrante era altamente calificado, estamos hablando de doctores, magister, científicos y tecnólogos. En 2003 hubo un punto de inflexión con la despedida de los trabajadores de Pdvsa. Pero a partir de 2010, se comienza a notar una emigración ya no de personal altamente calificado sino de personas que sacaban su licenciatura o su título de técnico superior y una vez culminados sus estudios se iban de Venezuela. En 2014 eso vuelve a variar, empiezan a emigrar pequeños grupos de la población, ya no necesariamente de la clase media, que buscaban una alternativa a la coyuntura política, y esto se ha ido incrementando hasta que, en el recién terminado 2017, la emigración aparenta ser casi la única salida que tienen las personas para cumplir sus expectativas de vida”.
Los migrantes se encuentran esparcidos por 92 países y 120 ciudades según el Observatorio de la diáspora venezolana
La investigadora asevera que la emigración venezolana siempre se ha dado por factores negativos que la gente percibe del contexto, elementos que pueden volverse más fuertes cuando ocurren eventos electorales, protestas o con el aumento inflación económica, como la que ha experimentado el país en el último año. “Ahora lo que si vive es que los estudiantes no terminan sus carreras, estudian lo que el semestre les permite y se ponen como un límite, un punto de referencia para irse del país”.
Estos mismos factores han llevado a Tomás Páez, profesor de la UCV, miembro de la directiva del Observatorio Hannah Arendt y autor del libro ‘La voz de la diáspora’, a calificar la salida de venezolanos como “una migración forzada y forzosa”. Fenómeno que, además, se encuentra esparcido por 92 países y 120 ciudades, según detallan sus estudios, y que puede ser considerado como masivo si se le compara con el comportamiento cultural que habituaba el venezolano.
Saliendo por tierra
De las despedidas en aeropuertos a largos viajes en autobús, el emigrante venezolano también ha tenido que modificar su medio de salida. Por la deuda aérea nacional, unas 11 aerolíneas han cerrado operaciones en el país desde 2014, produciendo la reducción en la oferta de vuelos y el aumento del precio de los pasajes. Efecto que también ha llevado a la población a cruzar las fronteras por vía terrestre y embarcarse en viajes por autobús de cuatro, siete y hasta 15 días para llegar a un destino final en otro país del continente.
Claudia Vargas señala que este cambio en el traslado está condicionado por muchas variables, no solo con el cambio del perfil profesional y socioeconómico sino con el mayor deterioro de la crisis en el país.
“La clase media hace tres o cuatro años podía pagar un boleto aéreo, pero ahora no, y el cómo me voy está relacionado a los estratos socioeconómicos, así que ahora estamos teniendo gente de los sectores popular que está tomando la decisión de emigrar y la mayoría de estos lo hacen por vía terrestre”.
“Ahora lo que si vive es que los estudiantes no terminan sus carreras, estudian lo que el semestre les permite y se ponen como un límite, un punto de referencia para irse del país”
Con ella coincide Páez. Ambos aseguran que la gente que está saliendo “en bandada y avalancha”, como señala el también sociólogo, no es solamente un nuevo perfil sino la ampliación de la muestra de los problemas económicos de todos los venezolanos. “Estos viajes son más fáciles y accesibles, además se viaja de noche y se ahorra en el hotel un costo importante. Y como la posibilidad de acumular recursos para los venezolanos es muy escasa ocurre que los profesionales jóvenes que han sufrido el deterioro del bolívar y el salario hoy se ven obligados a viajar en bus”.
Pero irse en autobús, continúa Páez, también implica un viraje en los destinos clásicos de la diáspora, como lo eran Estados Unidos, España, Canadá o Italia, perfilándose como nuevos rumbos países latinoamericanos que están en vías de desarrollo pero que, según la percepción de la gente, están mejor que Venezuela.
Acogida regional
Tal ha sido la oleada de emigración que las naciones de recepción han tenido que ajustar su régimen de permanencia con los venezolanos, que comienzan a encabezar las listas de aplicaciones migratorias. “Hay una solidaridad casi sin pedirla, porque existe la necesidad de una integración a través de políticas de Estado que faciliten el proceso de adaptación”, manifiesta Tomás Páez.
En Colombia, la estampa de la huida pasa necesariamente por la ciudad fronteriza de Cúcuta que experimenta diariamente una migración pendular de 35.000 venezolanos, según los reportes del Ministerio de Hacienda colombiano, de los cuales un porcentaje se devuelve luego de comprar alimentos y medicinas, mientras otro grupo sigue su camino a la diáspora.
Tal es la situación que alcalde de la ciudad, Cesar Rojas, pidió declarar una alerta social por la cantidad de venezolanos que se alojan en las calles de forma desprotegida, generando «desempleo e informalidad». Ya a finales de enero la Asamblea Nacional declaró una emergencia humanitaria en la frontera de Venezuela con Colombia, con el fin de solicitar a la Organización de Naciones Unidas la activación de un corredor humanitario que pueda asistir a los pobladores que huyen al otro lado del puente Simón Bolívar.
El país vecino es una muestra de la adopción de una política migratoria abierta que ya acoge a 550.000 venezolanos en el país, pero ya las autoridades han expresado que no podrán sostener el aumento de los venezolanos que se quedan de forma “temporal” pues ya sobrepasan los 68.000.
Una situación similar experimenta Perú, donde se recibieron a 81.000 migrantes entre enero y julio de 2017, un 60 % de los cuales ingresaron por el cruce fronterizo del norte de Tumbes, según cifras de Acnur. Mientras, Ecuador estima que más de 62.000 venezolanos viven en el país, en
Argentina ha recibido a 40.884 residentes de forma provisional y en Chile a 30.986. Todos ellos con posibilidad de acceder a sus derechos y servicios básicos gracias a su regularización legal por acuerdos regionales. A su vez, las islas del Caribe tampoco han sido la excepción y están recibiendo un número cada vez mayor de venezolanos, con alrededor de 60.000 viviendo en Trinidad y Tobago, Curazao y Aruba.
“Eso te habla de cómo estamos al nivel país. Hay que pensar cuál es el mensaje que estamos dando, cómo nos estamos percibiendo internamente que llevamos a personas a preferir viajar 15 días por tierra o vivir en un estacionamiento o pedir un estatus de refugiado o asilado que quedarse en Venezuela. Hay que recordar que un refugiado sale del país de origen prácticamente huyendo, es una persona que sale de su país buscando protección, es decir, que está huyendo de un conflicto racial, cultural, social o económico”, sentencia Vargas.
Perfil del migrante
Según la profesora Claudia Vargas del Laboratorio Internacional de Migraciones el grueso de las personas que dejan el país está en edad económicamente activa, tienen entre 18 y 40 años. “No solo son profesionales sino la fuerza laboral que es muy importante. Una pérdida de capital intelectual acá y probablemente también en el país destino”, explica Vargas, quien señala que irse también significa para muchos dejar atrás una experiencia laboral, profesionales que tienen que aprender un oficio mientras consiguen un estatus legal para trabajar en su área.
Las actividades también suelen ser comunes, de acuerdo a Vargas los trabajos en los que los más jóvenes más se especializan son peluquería, masajes, bartender y DJ.
Pero además, estos nuevos migrantes ya no solo optan por residencias regulares y permisos de estadía para poder irse. Han comenzado a proliferar las solicitudes de refugiados y asilo político, tan solo en 2017 el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) registró más de 70.830 solicitudes de protección, sin contar las residencias temporales, visas de migración laboral y visas humanitarias que suman otros 197.856 venezolanos en Latinoamérica.