Muchos críticos acérrimos del golpe de Estado de 1992 dado por Hugo Chávez, festejan el golpe de abril de 2002 e incluso la payasada de Guaidó y López del 30 de abril de este año
Luis Fuenmayor Toro
Es interesante contrastar las acciones de la oposición extremista venezolana y sus seguidores con las del gobierno dizque socialista y revolucionario y sus seguidores, para darnos cuenta de la falta de sentido común en ambos bandos, de lo prejuiciados que son y de lo que el fanatismo político puede llegar a hacerle al cerebro humano. El pensamiento lógico desaparece, la percepción de la realidad se entorpece, el conocimiento y las experiencias parecen borrarse y la disociación se abre paso a través de conductas violentas, indolentes y preñadas de un gran cinismo. Los bandos en lucha, casi igualados en su poder de combate, amenazan con destruirse y arrastrar al resto de la nación en su demencia fratricida.
Vemos con qué facilidad se glorifica la acción insurgente de Oscar Pérez, que nunca representó ningún peligro para el régimen de Maduro, mientras se condena las acciones insurgentes del pasado “cuartorrepublicano”, expresada en los años sesenta con las acciones guerrilleras del PCV y del MIR, las cuales tampoco significaron un peligro real a la estabilidad democrática instalada en 1958. Se habla de la masacre criminal de Oscar Pérez y su grupo en El Junquito, realizada por cuerpos élites de seguridad del Estado y con armas de gran potencia, que excedían notoriamente el poder de fuego de los insurgentes, quienes además habían manifestado su intención de rendirse para preservar sus vidas. Una masacre sin lugar a dudas.
Sin embargo, esas mismos personas callan, voltean la cara, se hacen los locos o incluso aplauden las masacres de Cantaura (1982) y de Yumare (1986), realizadas contra jóvenes que no estaban en ese momento combatiendo, que carecían de poder de fuego alguno y que eran restos de una actividad insurgente guerrillera, que había sido derrotada 20 años atrás. Dos claras masacres sin lugar a dudas. Son críticos acérrimos del golpe de Estado de 1992 dado por Hugo Chávez, pero festejan el golpe de abril de 2002 e incluso la payasada de Guaidó y López este año, también en abril. Y, lo que es inaudito, han hecho de los llamados a la FANB a que dé un golpe de Estado una política permanente, de varios años de duración y aún vigente.
Los líderes y seguidores chavecos no se han quedado atrás en este tipo de contradicciones demenciales. Acusan a los golpistas opositores de traidores a la patria, no simplemente de golpistas que sería lo lógico, y al mismo tiempo conmemoran el golpe frustrado de Hugo Chávez, como si se tratara de una fiesta patria, y tratan de transformarlo en algo que nunca fue: una insurgencia de carácter cívico militar. El pueblo en absoluto participó en el golpe del 4 de febrero de 1992, fue algo exclusivamente militar. Ni siquiera salió a apoyarlo posteriormente. Los golpistas eran unos desconocidos, que sólo se manifestaron públicamente a través de la alocución que se le permitió a Chávez realizar, en la cual dijo que había fracasado.
Para estos otros desquiciados, el bombardeo que la aviación venezolana hizo de la sede policial del Helicoide, el 27 de noviembre de 1992, fue un acto heroico, mientras las bombas de humo lanzadas por Oscar Pérez sobre el TSJ fueron obra de un terrorista siniestro, sin importar en esta calificación que Oscar Pérez en sus acciones no haya matado a nadie, mientras el golpe de Chávez generó 30 víctimas. Coinciden entonces, estos dos protagonistas antagónicos de la política venezolana, en que los golpes son buenos si los dan los míos y son condenables si los dan los otros. Igualmente, son masacres las que llevan a cabo los adversarios, pero si son propias se convierten en actos de justicia.
No son nada diferentes estos dos adversarios, tienen muchas similitudes, aunque sus seguidores parecieran no darse cuenta.