Hay demasiadas evidencias de una contraofensiva de la izquierda marxista, sincronizada en el continente, que no amenaza, sino que actúa
Juan José Monsant Aristimuño
Es difícil entender la saña destructiva y simbólica con la que en Chile los alzados profanaron templos cristianos y destruyeron sus imágenes, al propio tiempo que pintaban consignas soeces y provocaban incendios, con la misma furia desatada a los supermercados, estaciones del metro y edificios públicos y privados.
Una explicacion la dio con desparpajo la activista chilena Florencia Lagos Neuman, exagregada cultural de Bachelet en Cuba, durante un encuentro organizado en Venezuela los primeros días de diciembre, en la que aseguró: “lo que sucede en Chile no es espontáneo, como se dice, estamos organizados, somos más de cien movimientos sociales articulados en la Mesa de Unidad Social…”, eso de espontáneo lo inventó la prensa liberal; y continuó su perorata sesentona antimperialista, antineoliberal, para concluir que el objetivo era acceder a un sistema democrático al estilo de Cuba y Venezuela. Es obvio, se encuentran demasiadas evidencias de una contraofensiva de la izquierda marxista presente y sincronizada en el continente, que no amenaza, sino que actúa. Este fenómeno escapa a las situaciones conocidas en la historia política de la humanidad. En las décadas que nos preceden en planteamiento fue entre capitalismo y comunismo, totalitarismo o democracia, modelos claramente definidos. En la actualidad, sobrevive el comunismo y la economía de mercado; no obstante, su planteamiento inicial ha sido modificado, y la rigidez de su doctrina ha cedido espacio a desconocidas manifestaciones. En la democracia, numerosas y diversas exigencias individuales y sociales se han venido imponiendo, entre ellas el feminismo, el medio ambiente, el alquiler de vientres, acceso a las comunicaciones, la transparencia, la ideología de género, el movimiento gay, protección al consumidor, matrimonio entre personas del mismo sexo y la relatividad de los dogmas, religiosos, políticos y sociales.
Por su parte, el marxismo y el fascismo han cabalgado sobre esas legítimas reivindicaciones y expresiones de la sociedad; se ha acercado a la economía de mercado e incorporando y compartido el poder absoluto con el crimen internacional organizado, como el narcotráfico, armas, minerales, personas y el lavado de dinero; al propio tiempo que están conscientes de la necesidad de ampliar su zona de influencia y domino, en el ámbito regional y geopolítico internacional, tal como lo observamos en la nuestra y en España.