Las infecciones virales tienen un comportamiento parecido en su desarrollo, sin importar el virus de qué se trate.
Esto no significa que los pacientes que las sufren tengan los mismos signos y síntomas, pues estos dependen de muchos factores: la acción del virus en el organismo y la respuesta del infectado, entre otras. Ni siquiera las virosis producidas por un mismo virus son iguales en las personas contagiadas: diferente intensidad, duración e incluso algunas no se enferman. Hay una variabilidad que no todo el mundo comprende, pues se trata de un tema especializado. Nuestras madres sabían que no era lo mismo el sarampión, la lechina o la rubeola. Y todas tienen exantema, fiebre y malestar general. Su sabiduría dependía de haber tenido hijos y sobrinos que las padecieron.
Ese conocimiento, sin embargo, llegaba hasta ahí. No alcanzaba al de las enfermeras, ni mucho menos al de los médicos; y el de éstos era menor que el de los médicos pediatras. Y esto lo que significa es que en la medicina, como en todas las disciplinas, existen distintos niveles de conocimiento, a los que no todo el mundo llega. En la medida que el conocimiento progresa y se hace más complejo, aparecen y se diversifican las especialidades, es decir la profundización del conocimiento en un área cada vez más restringida del mismo. Un especialista es alguien que cada vez sabe más de menos. Es así y no tiene vuelta atrás.
Las epidemias virales tienen también un comportamiento similar, no idéntico. Su inicio, desarrollo y desaparición, su letalidad, ocurren de acuerdo a ciertas reglas y patrones bien conocidos por los especialistas en la materia, y cuando esto no sucede se dice que ese desarrollo es atípico y hay que investigar las causas que lo determinan. Por ejemplo, una virosis poco contagiosa y que rápidamente generara la muerte de todos los pacientes, difícilmente se convertiría en una epidemia, pues no daría tiempo a que se produjera el contagio. Si en este caso aparecieran características epidémicas de esta virosis, se la consideraría como un comportamiento atípico que debe ser investigado. De eso se trata en el caso venezolano de la Covid-19.
Para los fanáticos del gobierno, el número bajísimo de casos de la Covid-19 ocurridos en el país, son producto de la mente brillante y conducción acertada del presidente Maduro. O dependen del bravo pueblo revolucionario que ha asumido la cuarentena con criterio patriótico y anti imperialista. Ellos lo creen así, al igual que cualquier religioso, por lo que no necesitan otra explicación. Esta creencia los lleva a rechazar, condenar y anatemizar cualquier duda al respecto. Quien quiera averiguar si realmente es así, utilizando el método científico, es un traidor a la patria, a quien el SEBIN debe hacerle “tun, tun”.
Para los otros fanáticos, los adversarios del gobierno, tampoco se necesita mucha investigación, ni mucha ciencia: El “rrrégimen” simplemente miente, engaña a la población y esconde los casos. Con ayuda de Cuba y de China, es decir del narco-castro-comunismo-terrorista-maoísta, han diseñado todo un sistema para esconder la epidemia y luego decir que triunfaron sobre la misma. Nada de lo que diga Jorge Rodríguez sería verdad, ni lo que otros afirmen, y algunos hasta habrán visto morir en las calles a cientos de personas infectadas por el SARS-CoV-2. Para este grupo, todo se resolvería si Juan Guaidó asume el poder por obra y gracia del ejército gringo. Entre ambas posiciones viscerales estamos y se pretende que obligatoriamente tengamos que estar y escoger un bando. Yo escojo el mío: Venezuela.
No vamos a abandonar la cordura, ni el pensamiento científico, porque así lo quieran unos y otros. Si quieren seguir con sus fantasías, construyéndose su mundo irreal, pues allá ellos. La epidemia tiene que ser analizada, para saber el por qué de su comportamiento atípico en el país. La medida temprana de cuarentena fue asumida correctamente, al igual que la búsqueda activa de los contactos y las encuestas del portal Patria; estos son hechos que hablan a favor del gobierno. El número de las pruebas específicas (PCR) hechas hasta el 23-4-2020, según los datos del gobierno, es de 150 diarias y equivalen a 21/100 mil habitantes. Ambas cifras están muy pero muy por debajo de las de Colombia (2.473/100 mil h), Ecuador (936/100 mil h) y Perú (7.713/100 mil h), países que han reportado 4.149, 10.389 y 17.873 casos. Estos datos incuestionables fue lo que señaló la Academia de muy largo nombre.
Sin entrar a hablar de los modelos epidemiológicos, con lo señalado ya basta para afirmar que hay un sub registro de casos, pues no se están haciendo el número de pruebas específicas que se debe. ¿Es por falta de recursos? ¿Es por las sanciones económicas? ¿Es por la destrucción de la infraestructura de salud? ¿Es por todo lo anterior y algo más? No tengo como objeto en este artículo meterme en esa discusión, su necesaria limitación no me lo permite. Pienso que debe haber de todo lo planteado, pero ese pensamiento inicial requeriría de corroboración científica.
Sobre los modelos predictivos repetiré que las predicciones son eso y no necesariamente se producirán de esa manera, pero representan un alerta para el gobierno que es absurdo, perverso y tonto tratar de silenciar. Ese cuento de que se está creando alarmas infundadas es inaceptable y condenable. A la verdad no hay que temerle; hay que utilizarla para corregir lo que sea necesario corregir. Si ante quienes alertaron por años sobre la venidera crisis eléctrica, del suministro de agua, petrolera, del gas, en lugar de aplicarles la cavernícola tesis del “tun, tun, del SEBIN”, se hubiera atendido sus recomendaciones, estaríamos en una situación muy distinta. Que quienes hacen los alertas muchas veces son opositores sólo diré que esa afirmación es falsa, pues muchos alertas han sido hechos por seguidores del chavecismo y las bárbaras respuestas recibidas los hicieron abrir los ojos. Pero es que además la gente tiene el derecho de ser de oposición, así como tiene el derecho de apoyar al gobierno. Cuando oigo a los fanáticos de Guaidó hablando de extirpar el chavecismo de raíz, siento el mismo asco que cuando oigo a los aludidos hablar de traidores ante la mínima disidencia.