Ese rasgo combinado con el uso permanente, sistemático, prosaico y descarado de la mentira, ha sido siempre una de las características de los regímenes como el que actualmente ejerce el poder dictatorial en nuestro país.
Oscar Battaglini
Como es harto conocido, se trata de regímenes cuyos representantes políticos llegan al poder disfrazados de “revolucionarios” radicales, armados de una encendida retórica “antiimperialista”, dentro de un discurso en el que se ofrece la superación del malestar social general, y terminan no sólo perpetuando ese malestar, sino agravando las condiciones de vida de la población, y lo que es peor, suprimiendo las libertades públicas. Ejemplos de esta situación son la Rusia bajo el yugo stalinista, la Cuba de los Castro, y la China actual, la cual, no obstante es considerada la segunda economía del mundo después de los Estados Unidos, aunque paradójicamente alberga en su seno, más de 900 millones de pobres, de una población de aproximadamente, 1400 millones de habitantes, los cuales viven sometidos a un doble yugo: el que se deriva del modelo económico implantado en ese país por la asociación estratégica del capital transnacional con la burocracia estatal china, modelo éste al que, Juan Pablo II calificara de capitalismo salvaje, y el que le ha sido impuesto desde el poder por esa burocracia para privarlos completamente de todos sus derechos políticos y sociales, y así garantizar la estabilidad del modelo y la superexplotación de los trabajadores chinos.
En Rusia y en Cuba la situación no fue diferente. En estos países también, las burocracias en el poder, arribaron a esta posición prometiendo un mundo mejor, y terminaron apuntalando y hasta haciendo retroceder a sus respectivas sociedades a situaciones aún peores a las que ya existían. Eso es lo que explica que todo el andamiaje del sistema político que el mundo conoció como la URSS, se derrumbara estrepitosamente con más pena que gloria. Eso explica igualmente que Cuba haya pasado de la situación glamurosa vivida durante los años iniciales de la “revolución castrista” a la tragedia en la que hoy vive sumida su población; y que no sea una referencia para ningún proceso político o de cambio en América Latina y el mundo.
En nuestro caso la frustración de las expectativas no ha sido menor. El chavismo, con Chávez y sin Chávez, prometió inicialmente abrir los caminos para avanzar en la construcción de una Venezuela distinta, con crecimiento y desarrollo económico de base productiva, autosustentable (no rentístico) y diversificado, (aunque llegó a hablarse de una producción de seis y hasta ocho millones de barriles de petróleo diarios), con instituciones estables y confiables (legítimas) con un sistema y una dinámica democráticas participativa, etc. Todo eso, como sabemos los venezolanos, está recogido y contenido, en mayor o menor medida, en la Constitución de la República de 1999, todavía vigente (al menos formalmente). Pero, como es del conocimiento público, nada de eso se ha cumplido en la realidad, aunque en este caso no se trata sólo de lo prometido o lo establecido en el texto constitucional, sino que en más de veinte años de dominación, lo que se ha llevado a cabo de manera sistemática es un proceso de destrucción irreversible de nuestras estructuras económicas, sociales, políticas, institucionales, culturales y hasta familiares, que, sin exagerar, nos ha hecho involucionar en varias décadas en comparación con el resto de países. Esto se percibe muy claramente en nuestra economía, la cual ha quedado reducida a poco menos de la mitad de lo que era antes de la llagada del chavismo al poder. Ejemplo de ello es lo ocurrido con la industria petrolera y petroquímica nacional, que al haber visto disminuida al mínimo su capacidad de extracción de exportación, y procesamiento, no sólo dejó de ser la palanca fundamental de los procesos económicos internos, sino que, por la paralización insólita (algo nunca visto en la historia petrolera del país) de sus 5 o 6 refinerías, ya no se produce gasolina, lubricantes, y otros derivados del petróleo. A eso se debe la escasez crónica de combustible. Así mismo están apagadas todas las empresas básicas de Guayana. La industria automotriz, agropecuaria y manufacturera apenas se mantienen operando con un 10 o 15% de sus capacidades, con el agravante de los productores del campo de no disponer en estos momentos del combustible necesario para la realización de sus faenas y el traslado de sus productos a los centros de consumo. Da dolor ver como cosechas enteras son arrojadas a orillas de las carreteras para que se las lleve el que pueda.
En el ámbito de los servicios públicos, como sabemos todos los venezolanos, reina un caos perfecto: más del 80% de la población carece de agua potable permanente, lo mismo acontece con el servicio eléctrico, el suministro de gas y el sector transporte. Completa este cuadro la situación de grave deterioro que se observa en la prestación de los servicios de salud y educación debido a las precarias condiciones materiales (incluidos los miserables salarios que se esfuman por efecto de la hiperinflación) en las que los profesionales de estas actividades se ven obligados a realizar su trabajo. Precarización que se ha puesto de manifiesto con motivo de las exigencias impuestas por la emergencia del Covid 19.
Se percibe igualmente la involución experimentada por la sociedad venezolana bajo la dominación autoritaria chávezmadurista, la desarticulación y el desmantelamiento de las autonomías de las instituciones y poderes públicos del Estado puestas a la orden del ejecutivo, y por ende a la orden de un partido político, con el propósito deliberado de instrumentalizarlos, es decir, de ponerlos al servicio incondicional de sus particulares intereses políticos y económicos fundamentalmente. ¿Qué duda puede haber de que eso es lo que ha ocurrido con el TSJ, la Fiscalía General de la Republica, la Defensoría del Pueblo (¿?), la Contraloría General de la República, el CNE, el BCV, etc, regentados por incondicionales fichas del partido de gobierno. (lo de incondicional estaría, desde luego, sujeto a contingencia, vistas las impensables y escandalosas disidencias de los camaradas Isaías Rodríguez, Luisa Ortega Díaz, y otros, muchos otros, tanto militares como civiles.
De manera que es la destrucción de su infraestructura productiva, la quiebra económica del país, la instrumentalización de sus poderes e instituciones, la creciente militarización y el carácter represivo-punitivo de los mismos, lo que hace del chavismo oficial y particularmente del madurismo, un régimen y un Estado dictatorial, regentado por una camarilla civil-militar de indeseables que no representan a nadie, ni moral, ni social, ni políticamente, que saben que atraviesan por una crisis política terminal que intenta disimular cínicamente en base a engañifas desesperadas porque están conscientes que sobre sus cabezas pende la espada de Damócles de la justicia internacional, principalmente la norteamericana, por eso se aferran al poder con la desesperación del náufrago, e invocan la salvación de la patria (que no es otra cosa que su propia y desesperada salvación) con base en la simulación perfecta y el apoyo de la manipulación mediática, creyendo que esto podrá salvarlos.
Por todo esto, los venezolanos de vocación democrática, que somos la inmensa mayoría, nos encontramos en el momento de echar el resto, de hacer todo lo que esté en nuestras manos para ponerle término a una experiencia política nefasta, que nos ha retrotraído a las épocas más oscuras de nuestro pasado nacional, y para que esa barbarie no reaparezca nuevamente en nuestro devenir histórico por el bien de la patria y el de las generaciones futuras.