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Dictadura no pierde elecciones #Análisis #EnriqueMeléndez

Las elecciones en dictadura fungen de mecanismos de legitimación del régimen imperante. ¿Qué nos queda?


Enrique Meléndez
La oferta electoral que nos hace el gobierno a los venezolanos, refleja esa situación que se presenta con una relación de pareja, en la cual uno de los cónyuges, ya moribundo y habiendo perdido su estado de consciencia, es obligado bajo la complicidad de un juez y de un abogado a firmar un testamento, que le da derecho a la otra parte a quedarse con sus bienes; legitimando, en ese sentido, su propiedad de los mismos.
Porque es verdad que la forma más expedita para sacar a cualquier gobierno; cuyo rechazo supera el 80% de la población, como es el régimen de Nicolás Maduro, lo constituye la vía electoral; sólo que estamos ante un camino culebrero, y de allí que de acuerdo a los sondeos de opinión apenas un 11% del electorado está dispuesto a participar; sobre todo, por las condiciones que han dado lugar a la convocatoria de este proceso.
Estamos ante un Consejo Nacional Electoral que ha sido nombrado bajo la figura de un arrebato, pues no es verdad que la Asamblea Nacional pecaba de omisión al no nombrarlo a tiempo al mismo; pues para el caso había conformado una comisión, que se ocupaba de evaluar los candidatos, que aspiraban a integrar su cuerpo rectoral; cuyo trabajo, por lo demás, quedó relegado tan pronto la corriente de diputados, encabezada por Luis Parra, violentó el inicio del período legislativo, correspondiente a este año, y que sería el último de la presente representación parlamentaria, para imponerse en una forma arbitraria; sin respetar la normativa contemplada en el Reglamento Interior y de Debates: una historia conocida.
Por supuesto, también estaba pendiente el tema de la elección presidencial; pues, a juicio de la mayoría de la población venezolana, la elección de Nicolás Maduro en el proceso que se llevó a cabo en mayo de 2018, no fue del todo legítima. Se trataba de un proceso que había sido convocado en una forma muy extemporánea; como para salirle al paso a la jugada por parte del oficialismo, en vista de que su derrota era inminente; pues se trataba de unos comicios que han debido convocarse para finales de ese año; esto es, con seis meses se anticipación a la fecha del término del período presidencial de Nicolás Maduro; que estaría pautado para el 2 de febrero de 2019, y en unas condiciones en las que la mayor parte de las principales organizaciones partidistas se encontraban inhabilitadas, además de los potenciales candidatos; que podían darle la pelea a Maduro. ¿Estamos ante una elección con la mayor de las garantías posibles?
Es verdad que en el 2007 se le pudo ganar a Hugo Chávez con un árbitro electoral mucho más parcializado, que el que tenemos hoy en día; lo mismo que en el 2015; el hecho es que en ambas circunstancias se impone esa ley de la ciencia de la lógica de que la excepción confirma la regla; la regla es que los regímenes autoritarios no pierden elecciones, y el propio Nicolás Maduro admitía en el 2018, que él no había convocado a ese evento, para perderlo y que es lo mismo que sucede en la Rusia de Vladimir Putin, en la Cuba de los Castro, en el Irak de Saddam Hussein, en la Libia de Muhammad Gaddafi. ¿Qué ocurrió en el 2015? Que un sistema de elección, que hasta entonces había sido condicionado para que el oficialismo, al ganar con la mitad más uno, se imponía en todo; de acuerdo a las proporcionalidades; dejando por fuera eso que se conoció como la representación de las minorías, digamos de paso, terminó por favorecer a la oposición. Es decir, la excepción se produce porque las estimaciones, que se tenían con respecto a la regla fallan, y la prueba está en que ahora esta gente ha decidido aumentar el número de parlamentarios a 227, para que eso no vuelva a ocurrir.
Es verdad que en la Polonia de Lech Walesa se pudo establecer el espíritu de la democracia por la vía electoral; pero es que el entonces presidente Wojciech Jaruzelsky, quien hasta ese momento preguntaba que con qué se comía eso, se vio tan solo y desamparado, luego de que Mijail Gorbachov le confesara que no tenía fuerzas para contener el proceso de democratización que se le venía encima, a propósito de la condición de Polonia de ser satélite de la órbita soviética, tuvo que admitir dicha vía.
Lo mismo en Sudáfrica, Frederik de Klerk se vio tan cercado, con motivo de las presiones internacionales que se le habían impuesto, que tuvo que admitir el liderazgo natural de Nelson Mandela, y permitir que se impusiera mediante un proceso electoral; mientras que en Chile ya no fue el boicot internacional, como sí la decisión de la fuerza armada nacional la que pesó sobre la voluntad de Augusto Pinochet, y entonces se generó el llamado a un proceso comicial; que le vino a dar paso al espíritu de la democracia, y hablo de estos tres casos, porque son los que los cultivadores del voto nos sacan a cada instante; pensando que por esta vía vamos a expulsar a Nicolás Maduro y a las fuerzas internacionales que lo sostienen, y que van desde la narcoguerrilla; pasando por las del G-2 cubano y hasta las del terrorismo islámico, como se viene denunciando; pues, repito, elecciones en dictadura no fungen sino de mecanismos de legitimación del régimen imperante, y es por esto que el venezolano, incluso, el más ignorante de todos mantiene una actitud de absoluto escepticismo, con respecto a la posibilidad de propiciar un cambio político mediante el voto.
¿Qué nos queda? En efecto, la presión internacional, y gracias a eso es que algunos politólogos han venido hablando de la tercera ola democratizadora, que se ha venido imponiendo, sobre todo, en el mundo occidental a raíz de la caída del Muro de Berlín, y que implica un sistema de gobierno basado, no sólo en la alternancia en el poder de los partidos políticos actuantes en dicho sistema, sino también economía de mercado abierto: una hegemonía, en efecto, como la calificaba Hugo Chávez, pero donde por paradoja te respetan tus derechos políticos.


melendezo.enrique@gmail.com

EL AUTOR es escritor y periodista. Egresado de la Universidad Central de Venezuela y del Instituto de Estudios Superiores de América Latina, IHEAL – Universidad París III. Especializado en economía y política. Redactor del periódico La Razón.