El régimen de Nicolás Maduro busca por cualquier método mantenerse en el poder a través de la vulneración de los derechos civiles. La oposición sigue la lucha por lograr un proceso electoral libre y transparente.
Enrique Meléndez
Es verdad que la abstención como estrategia para deshacerse de un régimen autoritario; al final resulta un cartucho mojado, dicho en términos metafóricos; porque no deslegitima nada; simplemente, se trata de un vacío que se le hace a alguien, y mediante el cual se le concede un espacio, en este caso, institucional; diríamos, por soberbia; como sucedió en el 2005; que se le sirvió en bandeja de plata a Chávez aquella famosa Asamblea Nacional (AN), y que fue muy clave; porque a partir de ahí éste termina apoderándose de todas las instituciones del Estado, visto que esa AN iba a contar con la mayoría absoluta, para nombrar, tanto al poder judicial, como al poder electoral, y de donde resultó aquel famoso 4 a 1; que se impuso para la escogencia de la composición de la rectoría del Consejo Nacional Electoral; por ejemplo; es decir, cuatro rectores oficialistas, incluido allí el presidente del mismo, y uno para la oposición.
Es decir, fue el momento en que Chávez aprovechó para atornillarse más en el poder; a propósito de una escalada, que venía llevando a cabo con ese afán; apoderarse de toda la estructura estatal; intervenir en una forma muy despótica la institucionalidad de la República, a propósito de esa enorme ambición de poder que arrastraba, y la que estaba fundamentada en dos aberraciones políticas; por un lado, su enorme narcisismo, fruto de su condición de “pico de plata”; la cual era muy loada entre sus seguidores; además de su ideología militarista, con tendencia marxistoide, y de allí la idolatra emulación que manifestaba hacia la figura de Fidel Castro; digo marxistoide, porque él había recibido unas clases particulares de marxismo de aquel famoso manualista de la teoría de Carlos Marx, que se llamó J. R. Núñez Tenorio. He allí el ambiente donde se fragua el liderazgo de Chávez, y quien comienza, precisamente, asumiendo la postura, que hoy detenta la mayoría del pueblo opositor; si partimos del hecho de que sólo una minoría está dispuesta a participar en las elecciones del próximo 6 de diciembre, es decir, la postura abstencionista.
Precisamente, Chávez se había orientado en esa dirección, porque la ciudadanía venezolana había venido perdiéndole confianza al voto; en un momento en que ya se hablaba de una delincuencia electoral adeco-copeyana; un calificativo que utilizó mucho aquel Aristóbulo Istúriz, cuando ya era inminente su triunfo para la alcaldía de Caracas en las elecciones municipales de diciembre de 1992; exasperado el hombre frente a los medios de comunicación social; haciéndole un llamado a la militancia de su partido La Causa R, a objeto de que no se fueran a dormir, y la delincuencia electoral adeco-copeyana hiciera de las suyas con sus votos.
Incluso, se arrastraba la duda, de lo que había pasado con el propio compañero de partido de Istúriz, Andrés Velásquez, en las elecciones presidenciales del año 1993; cuyo triunfo en las mismas, según su propia denuncia, se lo había confiscado el Plan República, a la cabeza de Rafael Muñoz León, entonces ministro de la Defensa del gobierno interino de Ramón J. Velásquez. Algo que no se pudo demostrar, pero sembró dudas.
Aquí se pudiera especular con esa tesis que parte de que los militares son, en definitiva, quienes deciden el destino de los países; al poseer el aparato de la fuerza, para controlar la violencia; que se pudiera suscitar entre la ciudadanía, a propósito del desencadenamiento de las circunstancias; sólo que quedaría descalificada, si tomamos en cuenta que, una vez consumado el triunfo de Hugo Chávez en las elecciones de 1998, al parecer, un par de generales trataron de impedir que asumiera la presidencia; no obstante, no contaron con el respaldo necesario; aunque ya esa es otra historia.
Y no fue sino Luis Miquilena el que convenció a Chávez; de que asumiera la postura electoralista, y se quitara el liquilique; que lo volvía un personaje muy folklórico: “un llanero en la capital”; daba para decir; de modo que asumiera una personalidad más gerencial, a propósito de los tiempos que vivíamos en la Venezuela de ese entonces; pero el otro Chávez se manejaba en la idea de que aquí no íbamos a salir de los corruptos cogollos adeco-copeyanos; sino sobre la base de una sublevación popular, acompañada por una asonada militar; es decir, una rebelión cívico-militar.
El hecho es que su liderazgo se lleva por delante dicha delincuencia electoral, y su triunfo tiene que ser admitido por la entonces elite de poder; cuyo quiebre se da, porque estamos en un país democrático, y con unas fuerzas armadas, dedicadas a sus oficios en sus respectivos cuarteles; caracterizándose, además, esa elite de poder; porque en ese medio no había un desmedido personalismo, que es el que le va a imponer Chávez a su mandato; a partir de esa presunción, que lo llevaba a decir que él era el único que estaba en capacidad de gobernar a Venezuela, y eso por su supuesta brillante elocuencia; de allí que cuando llega a la presidencia, lo primero que hace es diseñar una Constitución a su medida; cuya intención, por lo demás, se la rechaza el pueblo; como lo comprueba el hecho de la derrota que le propina en el referéndum aprobatorio del 2007; sólo que entonces esa intención la irá filtrando por los palos, dicho a la venezolana; una medida constitucional esa suya que dará para todo, en el mismo sentido que lo proclamó un día en este país José Tadeo Monagas.
Porque cuando esta gente dice: todo dentro de la Constitución; nada fuera de la Constitución; lo que traduce es eso: la Constitución da para todo; en un Estado gobernado por una nomenclatura; que no se fundamenta en una tesis política, sino en el delirio de una República que de lo que se trata es de un botín, y de allí el que se hable de que Venezuela está tomada hoy en día por clanes y por mafias; que medran en todo cuanto dé ese botín; tanto en la legalidad, como en la ilegalidad.
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